Vidas encontradas (capítulo 2) - Relato encadenado




    Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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                                                  Capítulo 2

 Beatriz se despertó al día siguiente tarde y aturdida, sin ninguna gana de ir a Atenas. Richi dormía a su lado a pierna suelta, y roncaba como una bestia. Era el escenario de todos los días, pero esa vez ella le miró con un asco profundo. Se sintió engañada y decepcionada. Se acercó a la mesa donde tenía los útiles de escribir y redactó una nota que dejó en su lado de la almohada. “No quiero saber nada de ti, traidor de mierda. No quiero volver a verte”, le decía.
Luego, Beatriz se dirigió a la cocina, recordando los sucesos inexplicables del día anterior, lo que le había pasado con su amiga Rebeca y los problemas con el paciente en el hospital. Aquello era muy serio, y su perrita parecía comprenderlo, porque le lamía una y otra vez las manos. Antes de poder prepararse su primer café, la llamó Eduardo, el director del banco donde tenía su nómina y sus ahorros, una buena cantidad, gracias a la herencia que había recibido de sus padres.
–Hola, Beatriz. Quería hablar contigo. Sé que has sacado todos tus ahorros esta mañana, a pesar de que llevamos días intentando convencerte de que no lo hicieras. Quería que me explicaras si te hemos molestado en algo, porque me he quedado con muy mal sabor de boca.
Beatriz pensó estar soñando. Casi no podía articular palabra.
–Eduardo, aún estoy en casa. No he salido hoy y no he ido al banco. No entiendo lo que me dices.
El director no podía dar crédito. Ella decidió ir corriendo a la sucursal, vestida únicamente con un chándal y unas zapatillas deportivas. Eduardo la esperaba con las grabaciones de las cámaras de seguridad preparadas. En ellas, se veía a una joven exactamente igual que Beatriz entrando en el banco.
¡Dios!, no podía asumir lo que estaba viendo. Era su hermana gemela Lola, con la que no se hablaba desde el fallecimiento de sus padres, hacía cuatro años. Lola siempre la había odiado y envidiado de una forma enfermiza y la había hecho sufrir muchísimo. Se había hecho pasar por Beatriz con sus novios, con los profesores en el instituto, iba vestida con la misma ropa que ella y la miraba aviesamente por las noches cuando dormía. Era una demente, y, una vez comprobado que no podía hacer nada para ayudarla, decidió romper todo trato. Pero ahí estaba otra vez, jodiéndole la vida. Eduardo al principio no la creía, pero, cuando ella sacó de su cartera la foto no muy antigua de sus padres con las dos gemelas, gemelas idénticas, alucinó. Le explicó que tardarían bastante en poder solucionar lo que había ocurrido y que debía poner una denuncia en la comisaría.
Beatriz entonces se desmayó, y desde el banco llamaron a una ambulancia que la condujo al hospital donde trabajaba. El médico, Carlos, consiguió hacerla volver en sí. Cuando despertó, Beatriz se llevó las manos a la cabeza y empezó a gritar y a llorar. Carlos, un buen hombre, que siempre la había apreciado, estaba consternado.
–¿Qué te ocurre, Beatriz? ¿Qué pasa? –le preguntó, cogiéndole las manos.
Ella le miró y siguió llorando un buen rato. Cuando se calmó, recordó lo sola que estaba. Ya no tenía con ella a sus padres, que habrían solucionado todo, pues conocían la locura de Lola. Su mejor amiga, Rebeca, le había dado la espalda. Su novio la engañaba con su mejor amigo Armando. No tenía a nadie, salvo a ese doctor tan amable que la observaba apenado.
–Carlos, tienes que ayudarme. Estoy metida en un problema gravísimo.
Poco a poco, fue contándole todos los acontecimientos y lo ocurrido en el banco. Carlos estaba estupefacto al principio de la conversación, incluso llegó a dudar del equilibrio mental de Beatriz. Su corazón, sin embargo, le decía que la historia era cierta, que su enfermera favorita no mentía.
–Tienes que denunciarla, le dijo.
Entonces a Beatriz le sonó el teléfono móvil. Era el doctor Gutiérrez, quien le comunicaba que habían abierto una investigación sobre su actuación en el fallecimiento del paciente de la habitación 505. Entonces súbitamente comprendió. Había sido su hermana gemela. Trató de explicárselo a Gutiérrez, pero las palabras se le enredaban por lo alterada que estaba. Gutiérrez, con su insensibilidad habitual, no la escuchaba, sólo repetía una y otra vez que durante un mes estaba suspendida de empleo y sueldo, que la llamarían en ese plazo para declarar sobre la medicación equivocada suministrada al paciente, ante la cúpula del hospital.
Beatriz sufrió un ataque de ansiedad que le provocó otro desmayo. Cuando despertó, Carlos estaba junto a ella, cogiéndole la mano y ofreciéndole su ayuda. Sólo le quedaba una hora para terminar su turno, así que le pidió que descansara y le dijo que luego la acompañaría a la comisaría.
Mientras esperaba, Beatriz trató de calmarse y reflexionar sobre lo que le estaba sucediendo. Su vida se desmoronaba por culpa de su hermana. Volvió a sonar el teléfono. Era Richi. No tenía ganas de hablar con él y le colgó. Pero siguió llamando. A la cuarta vez, lo cogió con la intención de mandarle a la mierda.
–Hola Beatriz, cariño. ¿Te gustó lo de ayer?
–¿Gustarme qué? ¿Ver que mi novio me engaña con su mejor amigo?
–Pero, Beatriz, si eso era lo que querías, tú me dijiste que te ponía. Me mandaste correos electrónicos para pedirme que lo hiciera, que te excitaba un montón verme morreando con un tío, que era tu mayor fantasía. Sólo hice lo que me pediste.
Beatriz colgó el teléfono. Tenía que pensar. Llevaba una semana sin mirar su correo electrónico. Cogió el móvil y miró la bandeja de enviados. Allí estaban los correos que decía Richi. Su hermana había tenido que hackear su ordenador. Pero, ¿cómo era posible que se hubiera acercado a la zona de ambiente, donde vio a su novio morrearse, si ella apenas pasaba por allí? Recordó las pesadillas que tenía últimamente. En ellas escuchaba voces que le decían cosas. No les había querido dar importancia, pero la noche anterior, mientras dormía, recordó que se le repetía en la cabeza las palabras “Colorín Colorado”. Ese era el nombre de la calle que la condujo a la zona gay de la ciudad. No podía ser una simple casualidad. Lola había estado manejando su mente. No era la primera vez. Cuando vivían en la casa familiar, también ocurrieron cosas extrañas, como que Beatriz acudiera a sitios a los que no le apetecía ir, por un impulso incontrolable.
Decidió llamar a su amiga Rebeca. Debía explicarle lo que estaba ocurriendo. Lo intentó tres veces. A la cuarta, descolgaron el teléfono.
–¿Qué quieres, Beatriz? No quiero saber nada de ti. Déjame en paz.
–Escucha, Rebeca, por Dios escúchame. Yo no dejé ese mensaje en tu teléfono. Te lo juro por mis padres. ¡Fue Lola!
Y se echó a llorar desconsoladamente. Le contó todo lo que le había pasado estos días. Lo del paciente del hospital, lo del dinero que su hermana había sacado del banco, hasta lo de su novio.
Rebeca permaneció callada mucho tiempo. Conocía a Beatriz desde hacía veinte años. Y también a Lola. Era la primera vez que se había sentido traicionada por su amiga. Algo le decía que no mentía, aunque la historia resultase tan difícil de creer.
–Está bien, Beatriz. Puede ser que me arrepienta después, pero te creo.
Rebeca quedó en visitarla a última hora de la tarde en su casa.
Ya había pasado una hora. Beatriz empezó a prepararse. Carlos, el médico, apareció enseguida.
–Vamos, dijo. Vamos a comisaría sin perder un minuto. Tienes que denunciar a tu hermana cuanto antes.
Beatriz estaba muy nerviosa y su cara era un poema. Se sentía conmocionada. Sin embargo, sacó fuerzas para explicar a los policías que la atendían cómo su hermana se había hecho pasar por ella en el banco y le había robado sus ahorros, y cómo la había usurpado en su trabajo como enfermera. Los policías la miraban con desconfianza. Parecía una historia poco creíble de una enferma mental. Entonces intervino Carlos. Se identificó como médico del hospital y atestiguó que conocía a Beatriz desde hacía diez años y que lo que ella contaba era cierto. Beatriz lo miró agradecida.
Después de poner la denuncia, subió en el coche de Carlos para acompañarla a su casa. Beatriz no podía parar de pensar. Tenía que haber algo más, algo que se le estaba escapando. De repente, recordó. Antes de que fallecieran sus padres, ya había alquilado el piso donde vivía, y había dado unas llaves a sus padres, por si algún día perdía las suyas. Cuando murieron, con la pena y el lío del funeral, se le había olvidado recogerlas.
–Carlos, conduce rápido. Tengo un presentimiento. Necesito llegar cuanto antes a casa.
Carlos aceleró y pronto llegaron al centro, donde estaba el piso. Subieron las escaleras corriendo y Beatriz abrió la puerta. Se dirigió al salón, presidido por una gran estantería llena de libros, figuras y fotografías.
–Carlos, ayúdame. Hay que revisarlo todo, detrás de las fotos, de los libros, los cuadros, el sofá, en toda la casa. Estoy segura de que mi hermana ha colocado micrófonos.
–¿Qué dices, mujer? Eso es imposible. Si no te tratabas ya con ella. Sé que estás muy nerviosa, pero no te dispares, Beatriz.
–Si quieres ayudarme, haz lo que te digo. No hay tiempo que perder.
La corazonada de Beatriz era cierta. Encontraron micros detrás del sofá, y detrás de varias fotografías. En el dormitorio, debajo de la cama, había dos. También encontraron una cámara disimulada en la parte de arriba de la lámpara. Lo tiraron todo a la basura, después de destrozarlos.
Beatriz miró a Carlos desconsolada. Se sentaron en el sofá y él le cogió la mano. Aunque estaba muy preocupado, quiso calmarla:
–No te preocupes, Bea. Todo se solucionará












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2 comentarios:

  1. A ver cuando llega el 3.Que intriga tengo!

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  2. Mañana, viernes 22, colgaremos el capítulo 3. Y con él, continuará la intriga.

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