Vidas encontradas (capítulo 6) - Relato encadenado





 Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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CAPITULO 6




En el mismo momento que Beatriz tuerce la esquina dirigiéndose a la parada de autobús, un taxi se detiene frente a la puerta del edificio de lujosos apartamentos y el portero antes que mirar la cara se fija en las bonitas piernas de mujer que se apea del transporte acercándose. Él abre perplejo al darse cuenta que hace apenas unos instantes la señorita Salgado acaba de abandonar el edificio andando.
–¿Se le ha olvidado algo señorita Salgado?
–No, ¿por qué? –le responde la señorita extrañada por tal pregunta.
–Es que como acaba de salir apenas hace dos minutos...
–¿Me ha visto usted salir de aquí hace dos minutos? El portero asiente con la cabeza y la boca abierta. Ella se dirige al hall mientras él la observa rascando la cabeza.
La señorita Salgado es acompañada por el conserje en el ascensor, ella duda en preguntarle, pero al final del trayecto y antes de salir del ascensor lo hace.
–¿Me ha visto usted hace un momento?
–¿No se acuerda?, yo mismo la acompañé, como ahora.
–¿Y cuánto tardé en volver a salir?
–Pues no más de veinte minutos –contesta sorprendido-- ¿Se encuentra usted bien?
–Perfectamente, no se preocupe, ha debido ser una pastilla que me he tomado para el dolor de cabeza, quizás me hizo mal efecto.
–Cuídese Señorita. Se cierra el ascensor y va en dirección a la puerta de su apartamento.
Al abrir la puerta observa la estancia con detalle, comprueba que todo está en su sitio y piensa qué maldita casualidad ha llevado a su hermana a descubrir su alojamiento, porque sin duda ha sido una casualidad o un descuido por su parte.
Había planeado durante años vengarse de su hermana Beatriz a la que consideraba un estorbo en su vida. Su hermana siempre había destacado en todo cuando eran niñas y jóvenes, hasta la querían mucho más por su carácter dulce y afable. ¿Pero quién era en este presente? Una torpe enfermera, mientras ella se había procurado unos estudios gracias a los cuales podía hacer todo lo que había planeado, sin levantar sospecha. Ser criminóloga de algo tenía que servir.
Lola se coloca frente a las fotografías y piensa. “Todo está intacto, `pero sin duda Beatriz ha estado aquí”. Se pone a retirar todas las fotos rápidamente y las tira en una bolsa de basura. Luego va a su habitación y recoge toda la ropa dentro de dos maletas, llevándolas cerca de la de entrada. Después se dirige al salón y coge el bolso de donde antes lo había tirado de cualquier forma, busca en su interior el móvil, pero en lugar de coger el suyo, se hace con el móvil de Richi, “fue fácil conseguirlo pero ahora es peligroso tenerlo en mi poder” piensa. Busca el suyo y marca un número.

–Oye, cambio de domicilio. Me ha descubierto... Es probable que haya metido la pata y la intención de volverla loca deba dar un giro... pues un giro drástico, si Beatriz ha muerto como bien has metido en la base de datos. Lola que soy yo, soy la única que debe vivir... No, pero a partir de ahora, dónde vaya no me podré llamar Lola Salgado... No, tampoco Beatriz... Debo cambiar de identidad, te fue fácil falsificar el DNI de mi hermana para utilizarlo en el banco... Debes hacerme otro y cómprame tinte, tengo que cambiar de imagen, no parecerme a ella en estos momentos es primordial... Sí, tienes razón, peluca y gafas de sol es mucho mejor... No, no vengas aquí, esto puede que se llene de policías en poco tiempo. Ve a verme a la “Pensión Cantábrico”... No hace falta que me digas lo cutre que es, pero en lugares bien acomodados es donde primero me van a buscar, ¿no lo entiendes? Ha descubierto mi escondite...
Después de cortar la comunicación va a la cocina a echar un último vistazo. Mira el tetrabrik de leche, coge un vaso y se va a servir cuando suena el timbre de la puerta y le cae el envase de leche de la mano derramándose totalmente por el suelo al tiempo que exclama un “mierda” bastante sonoro.
Va a la puerta y mira por la mirilla, es el conserje. Le abre.
–Señorita, un servicio de paquetería ha dejado esta perrita tan mona para usted.
–Ah, muy bien, la estaba esperando y aprovechando que está usted aquí, mire, ayúdeme a bajar estas maletas.
–¿Se va de viaje señorita?
–Sí, me voy con mi novio una temporada. Le voy a dar unas tareas que hacer. Acaba de caerme de la mano el paquete leche y tengo algo de prisa, ah y de paso bájeme la basura. Pero hágalo enseguida, por favor.
–Sí señorita, en cuanto la acompañe al hall.
Lola cierra la puerta tras de sí y saluda a la perrita Marilín que va dentro de un trasportín. Ya abajo, con perra y maletas le dice al portero que le llame a un taxi y que por favor indique que no sea el nº 99, que no le gusta como conduce, aunque en realidad es el único taxista que se ha tomado confianzas con ella y la reconoce como Lola Salgado, se acordó a tiempo de esa metedura de pata y de tantas que ha tenido pero ahora seguirá adelante con sus planes y todo irá bien.
Llegado el taxi, le mete las dos maletas y la perrita en el maletero y ella se acomoda en el asiento de atrás. Le indica al taxista que la lleve al aeropuerto.
En el trayecto va maquinando nuevos planes mientras mira por la ventanilla y sonríe; a veces el chófer le habla, pero ella ni se molesta en contestar.
Cuando llegan al aeropuerto se coge un carrito y pone sobre él las dos maletas y a la perrita de su hermana. Se mete en los baños, allí saca el móvil de Richi, lo limpia bien con un pañuelo, lo pone bajo el grifo y luego lo echa dentro del contenedor de compresas.
Cuando va a salir se tropieza con una señora amante de los animales que habla con Marilín.
–Hola chiquitina, ¿te vas de viaje?
–Aparte sus manos de ahí si no quiere quedarse sin un dedo! –le dice Lola con cara de pocos amigos. Lola sabe que la perrita tiene el mismo carácter que Beatriz, pero no quiere que nadie la toque. Se dirige a la cafetería tranquilamente y se toma un café. Al cabo de media hora sale y se sube en un nuevo taxi totalmente desconocido.
–Lléveme a la pensión “Cantábrico”
–Eso está en la calle “Coronel Perplejo” ¿Verdad señorita?
–Sí, ahí mismo.
–¿Sabe que está a las afueras de la ciudad? –le dice amablemente el taxista.
–¿Alguien le ha preguntado su opinión? Usted haga su trabajo y punto.
El chófer la lleva a su destino sin mediar más palabras que la cuenta de la carrera al llegar a la dirección indicada.
Así llega Lola a una pensión de mala muerte con sus maletas y la asustada Marilín. El recepcionista, un hombre de unos sesenta años, llama a su hijo para que la ayude a instalarse. Antes que nada, le pide el carnet y Lola se disculpa, diciéndole que en breve llegará su novio y se lo entregará, que por descuido, él se ha quedado con su documentación. El hombre de la pensión la mira de arriba abajo fijándose en que va demasiado elegante para ser una prostituta o una delincuente. La deja instalarse en la habitación 206. Allí se dirige con el muchacho de veintiséis años, que va delante de ella, de ese modo se fija en el cuerpo atlético que tiene, parece una escultura de Miguel Ángel. Llegan a la puerta y ella por un momento deja de estar obsesionada con su hermana, distrayendo su mirada en el culo bien formado del muchacho. Él abre la puerta, la deja pasar y luego entra él con las maletas. Lola deja en el suelo el trasportín de la perra y mirando en su bolso, saca una propina.
–Gracias señorita.
–De nada, hombre... ¿Oye, tenéis servicio de habitaciones?
–No señorita.
–¡Lástima! Te hubieses ganado buena propina.
–Bueno, señorita, yo como forma excepcional puedo hacerle el favor, usted llama a recepción y pregunta por Alberto. Ese soy yo.
Lola le acaricia la cara, agradeciéndoselo y seguidamente le da un beso. Alberto se queda quieto entre tímido y sorprendido de que una mujer madura le excite.
–Ahora déjame sola, ¡vamos vete!
Alberto sale sin dejar de mirarla al tiempo que Lola cierra la puerta en sus narices. Mira a la perra y la deja salir de la caja, dentro tenía un cuenco con comida, se lo pone en el baño y al lado otro cuenco que llenó de agua. La perra antes de empezar a comer la mira.
–¡Vamos, come, imbécil!
Marilín se pone a comer, ve la misma forma que su ama, aunque no es el mismo olor, se le parece, así que come y bebe tranquila, mientras Lola se tira sobre la cama, algo estresada después de estos días ajetreados. Las cosas no habían sido tan fáciles como al principio pensaba, y su hermana no era tan tonta. El plan de secuestrar a Marilín casi se va al garete cuando la lista de Beatriz descubrió los micrófonos, menos mal que en ese momento estaba apostada en una calle cercana dentro de un coche de alquiler mientras oía todo hasta que se cortó por completo el sonido, retumbándole los tímpanos. Siguió a su hermana y a Carlos para saber dónde iban, de ese modo supo que dejaba a su amada perrita en una guardería y dado que eran tan iguales, podría pasar por allí a decirles cuando debían devolvérsela, a ella, claro, no a su hermana Beatriz. Sería fantástico verle la cara cuando descubra que ha desaparecido y con este pensamiento, mientras sonríe con malicia, se da media vuelta en la cama y se queda dormida esperando a que llegue su cómplice.





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