Relato inspirado en la fotografía
El teléfono del móvil del trabajo sonó insistentemente mientras estaba en la ducha. Había dejado instrucciones muy claras en comisaría de que no quería ser molestado bajo ningún pretexto. Era evidente que alguno se iba a llevar una buena bronca.
Cogió
la espuma de afeitar y fue, poco a poco, cubriendo y masajeando la
barba de dos días que tan mal le quedaba. Llevaba 38 horas sin
dormir; el último caso se le había complicado más de la cuenta,
pero nada ni nadie le iba a impedir unas horas de descanso. Volvió
a sonar el teléfono, miró la pantalla y leyó "Alfredo
Peláez". Bronca para el novato, pensó mientras cortaba la
llamada y apagaba el teléfono. Se metió en la cama y tardó menos
de un minuto en dormirse. Había sido un día agotador.
Le
despertó el timbre de la puerta de casa. Miró el reloj. ¡Joder!
Eran las diez de la mañana. ¡Había dormido más de 12 horas! Por
pura inercia, cogió su pistola de la silla y se dirigió a la puerta
donde seguí sonando insistentemente el timbre. Observó por la
mirilla. Era Alfredo, el nuevo de la comisaría.
"No
me jodas, Alfredo. ¿Tan urgente es que no podía esperar a que yo
llegase a la oficina?" dijo mientras volvía a dejar su pistola
en la funda colgada de la silla del salón.
–
Juzgue usted mismo, Capitán, se trata de dos asesinatos.
- A
ver, Alfredo, sé que eres nuevo en esta comisaría, pero aquí se
investigan asesinatos casi todos los días, ¿qué tienen estos de
particular?
- Ayer
por la noche asesinaron a Máximo Ribaya de una forma digamos extraña
y hoy, hace 2 horas, a Julio Alonso, de la misma forma. Los dos
sirvieron bajo su mando en Kosovo.
La mente
del Capitán retrocedió inmediatamente a aquellos dos años en los
Balcanes, habían sido muy duros, demasiado duros. Se acordaba
perfectamente de la última misión cuando su helicóptero fue
derribado. Armando y Sabino fueron alcanzados de lleno por la
explosión y Lázaro salió despedido del helicóptero por el impacto
y nada se pudo hacer por él. Planearon unos kilómetros antes de
estrellarse contra una zona densamente arbolada que amortiguó el
golpe. Milagrosamente el helicóptero no había explotado y aunque
tenían heridas de diversa consideración, habían quedado cuatro con
vida, Máximo, Julio, Desiderio y él. 17 días perdidos en medio de
la nada, en zona hostil. Había hecho grandes esfuerzos por olvidarlo
todo. Aún tenía pesadillas con el hambre y, por qué no admitirlo,
el miedo, que había pasado. Y ahora, así, de repente dos de los
supervivientes de aquella misión aparecen asesinados. Era de locos.
Arrancó de un manotazo el dosier que le traía Alfredo, que aún
permanecía a la puerta de casa, y se dirigió a la cocina a hacerse
un café. Alfredo entró, cerró la puerta y comenzó a hablar
mientras el capitán miraba las fotos:
- A
Máximo lo encontraron ayer en un callejón. Le habían administrado
una droga paralizante, tenía un disparo en la sien, el brazo
izquierdo amputado a la altura del codo y un cuarto de hogaza de pan
en la boca.
- ¿Un
cuarto de hogaza?
- Si,
mi Capitán y Julio ha aparecido hace dos horas en el parque y todo
coincidía, el disparo en la sien, el brazo amputado y el cuarto de
hogaza de pan. No han llegado aún los resultados de la autopsia pero
seguro que detectan también la droga.
El
capitán se sentó y volvió mentalmente a Kosovo. Había sido una
misión rutinaria donde no llevaban absolutamente nada de comida, tan
sólo una hogaza de pan que había comprado el pobre Lázaro que no
había tenido tiempo de llevarla a la taquilla y que les permitió
sobrevivir hasta que llegó el equipo de rescate. Demasiada
casualidad lo de la hogaza.
- Llama
ahora mismo a Central y que localicen a Desiderio Villalta Robles, es
muy urgente.
"No
se preocupe, Capitán, una patrulla se dirige ahora mismo hacia su
casa" le dijo mientras le inyectaba el paralizante en el cuello,
"encontrarán exactamente lo mismo que en los otros dos
escenarios. Sólo falta usted"
El
capitán abrió mucho los ojos sin salir de su asombro, notó cómo
su cuerpo se paralizaba tras la inyección. Aunque se dio cuenta de
que podía mover la mano derecha, no lo hizo. Tal vez fuera su única
oportunidad, alcanzar la pistola de emergencia que tenía pegada
debajo de la mesa de la cocina. Intentó distraerle y le preguntó:
- Estás
caracterizado, pero eres Lázaro, ahora te reconozco. Estábamos
seguros de que estabas muerto, por eso no fuimos a por ti.
Alfredo
comenzó a hablar.
-Se
equivoca, capitán. Lázaro era mi hermano. ¿Sabía usted que no
murió en la caída y sólo se arrancó un brazo? Hice una expedición
hace un mes a la zona donde supuestamente cayó y encontré su
cadáver en una cueva al lado de una carta de despedida que escribió.
No perdió la esperanza ni hasta el último minuto de que fuerais a
buscarle, cabrones. Le dejasteis morir como un perro. Se pegó un
tiro en la sien cuando no aguantó más el hambre y el dolor. Ahora
os toca a vosotros sufrir lo mismo que él sufrió.
El
capitán supo que esa era su única oportunidad. ¡Cuántas veces lo
había pensado viendo algunas películas!, el malo dando el discurso
y el bueno tenía tiempo de actuar. Curioso que también pasara en la
vida real. Mientras Alfredo era presa de la ira y se dedicaba a
insultarle, él dirigió velozmente su mano al escondite que tenía
debajo de la mesa, sacó la pistola, apuntó hacia Alfredo y recibió
un disparo en la frente. La palabra veloz perdía parte de su
significado bajo los efectos de la droga.
Alfredo
sacó parsimoniosamente el cuarto de hogaza de pan y la sierra de su
mochila. El cabrón se había librado de sufrir, pero tenía un
trabajo que acabar.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario