Relato inspirado en la fotografía
La vida me dio una familia pequeña, nieta e hija de hijos únicos, igual que mi marido, más nunca estuve sola, siempre intenté rodearme de amigos, vecinos o compañeros de trabajo que pudieran llenar la carencia de ese trato familiar.
La vida me dio una familia pequeña, nieta e hija de hijos únicos, igual que mi marido, más nunca estuve sola, siempre intenté rodearme de amigos, vecinos o compañeros de trabajo que pudieran llenar la carencia de ese trato familiar.
El
azar me lo puso difícil, ya que al año de casarme me quedé viuda,
sin que mi Mariano pudiera conocer a nuestra hija, Aída.
No
fue tarea fácil sacar adelante a una niña al faltar apoyo familiar
cercano, y trabajando para poder sobrevivir, tampoco lo era encontrar
momentos para volver a ligar y quizás tener otra relación para
poder dar un hermanito a mi hija. Así que mi querida Aída también
estaría sola en el mundo.
Menos
mal que ha sido más lista que yo, su pareja tiene cuatro hermanos y
cinco sobrinos, con los que se llevan muy bien. Con el tiempo ellos
dos han formalizado la situación y ya tienen tres retoños que son
mi debilidad.
La
familia de mi yerno se reúne en Nochevieja para no perder el
contacto familiar y precisamente aquel año tocaba a mi hija y a él
organizar el encuentro.
Alquilaron
un pequeño hotel rural, cerrado esos días por falta de ocupación,
y por un precio muy rebajado consiguieron alojarse todos, incluida
yo, reclamada para echar una mano en los preparativos de la fiesta y
de algo más que no me habían contado.
La
víspera tuve que atender a mis nietos mientras ellos dos hacían
compras, cocinaban y disponían las habitaciones para los demás.
Esos demás eran nada menos que doce más uno, los cuatros hermanos
con sus parejas y cinco sobrinos de diferentes edades, el mayor de
doce años.
La
familia fue llegando al hotel y todos aportaban algún manjar para la
cena de Nochevieja y la comida de Año Nuevo, el encuentro estaba
resultando fantástico, pero al no estar acostumbrada a una familia
tan grande, he de decir que me vi desbordada en algún momento. La
nota discordante la puso mi hija, que sin preámbulos, como todo lo
que ella hace, me indica que he de quedarme con la chiquillería por
la noche, tras las uvas, ya que los adultos se van a bailar a una
discoteca cercana.
No
encontré argumentos para negarme, pero no sabía cómo iba a
entretener a tanto niño, algunos desconocidos para mí.
Enseguida
me lo pusieron fácil, nada más cerrar la puerta de la calle y
respirar profundamente para prepararme, el pequeño Fran me pregunta:
¿Oliva tu sabes esa foto de ahí lo que es? ¿Y por qué hay tantas
fotos de perros iguales colgadas de las paredes?
Así
era, había muchas fotos de perros, aunque eran diferentes todos se
parecían, tamaño similar, pelaje abundante de color dorado, y todos
de la misma raza golden-retriever, Supuse que serían las mascotas
de los dueños del hotel, lo que desconocía era el origen de una
foto más grande que las otras, una imagen de dos manos redondeando
una gran bola de masa de pan. Evidentemente los niños sólo
conocían las barras del supermercado que venden envueltas en una
bolsa o las que vienen enfundadas en plástico para hornear.
Todas
aquellas imágenes me dieron pie para contarles la historia de “La
guardiana del pan”.
Hace
muchos muchos años, a este pueblo no llegaba la carretera, estaban
aislados, y las personas que aquí vivían se alimentaban de lo que
la tierra o los animales les proporcionaban. Fruta de los árboles,
verduras de la tierra, carne y leche de los animales, pero algo que
escaseaba era el trigo, no se daba nada más que en una finca, por lo
que el bien más preciado era el pan. Ellos mismos lo fabricaban,
primero molían el trigo para conseguir la harina con que hacer el
pan, luego le echaban sal, agua y masa madre, la cual era muy difícil
de conseguir, y la custodiaban para que nadie se la robara. La masa
madre tiene el don de multiplicarse a partir de un trocito muy
pequeño, pero si no la tienes no consigues que la mezcla fermente y
se consiga lo que todos comemos, más o menos rico, pero el resultado
es un pan. Esa imagen que veis ahí tan grande es una bola de pan
que contiene masa madre, y la guardiana del pan no era ni más ni
menos que una perra. Adiestrada para no comérsela, a pesar de lo
rico que olía, y defenderla con uñas y dientes si alguien se la
quería llevar. La guardiana tenía que ser una hembra de la raza
golden-retriever, porque son animales obedientes y tranquilos que
nunca se rinden.
Supongo
que en las fotos salen las perritas “Guardianas del pan”, ya veis
que todas se parecen en pelaje y tamaño, y todas tienen una pose muy
relajada. Por eso las descendientes de estas perritas, en cuanto
oyen el crujir del cuchillo cortando el pan, o ven un pedacito de pan
a su alcance, se sientan aguardando a que les den un poco, ya que era
la recompensa que recibían las guardianas por su buen trabajo.
La
historia debió de resultarles aburrida o el cansancio pudo con ellos,
porque se quedaron profundamente dormidos, y ayudada por el mayor,
les tuvimos que llevar uno a uno a sus camitas.
No
pegué ojo en toda la noche intentando encontrar una explicación más
lógica a aquella foto de las manos redondeando una bola de masa de
pan, porque las de los perros me la podía imaginar.
Dando
un paseo bien temprano por el pueblo, mientras los demás dormían
tranquilos en la casa, me tropecé con una mujer que llevaba en su
mano derecha una bolsa de tela con algo en su interior que abultaba.
Al saludar y darle los buenos días, me pregunto amablemente si
estaba buscando la panadería, le contesté que sí y me señaló una
casita baja al otro lado del puente que justo estaba atravesando, al
acercarme percibí un rico aroma a pan tierno, madalenas, y bizcochos
al mismo tiempo. No llevaba la cartera, pero siempre suelo tener
monedas en los bolsos de la chaqueta, así que me decidí a entrar
por si algo rico podía comprar. La sorpresa fue mayúscula pues las
paredes del local estaban repletas de fotos con la temática del pan
y del mismo corte que la habida en el pequeño hotel rural. Lo más
asombroso fue que al acercarme al mostrador se vislumbraba parte del
obrador y en él, en una esquina encima de una mantita, se hallaba un
perro, igual a las tantas fotos que había visto aquella noche.
No
pude aguantar la curiosidad y tras una relajada charla con el
panadero, me explicó que el hotel era propiedad de ellos, que la
dichosa foto del pan fue premiada en un concurso fotográfico de
hacía dos años, y que los perros eran hembras, las utilizaban para
custodiar la masa madre que habían intentado robarles varias veces,
y las fotos pertenecían a los animales que habían adiestrado y
preparado para ser guardianas del pan en los obradores que tenían
repartidos por la provincia.
No
sé como llegué a idear una historia similar, no iba tan
desencaminada cuando me puse a inventar, es evidente que San
Silvestre agudiza la mente.
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