Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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CAPITULO
13
Lola va inmersa en sus
pensamientos dentro del coche de alquiler que la lleva hacia una
urbanización de la Sierra. Intenta poner en orden sus planes, al
tiempo que mentalmente va rememorando todo lo acontecido hasta
entonces.
Días atrás se había
reunido con Raúl y con el doctor. Se estaba percatando de que con
éste último, únicamente les unía el odio a Beatriz. Ella lo
quiere todo bien hecho y no dejar cabos sueltos. Gutiérrez está
llevándole la contraria o cuestionando su manera de proceder y eso
causa en Lola cierta incomodidad y desconfianza. El doctor se había
negado a cumplir una orden, y dice bien, era una orden la de extraer
el chip a la puñetera perra y abandonarla a su suerte en una
autopista, pero el estúpido médico tenía escrúpulos por el
animalito. Hacer daño a su hermana con la perra era una pequeña
parte de dolor que la propia Lola había sentido por la muerte de su
madre. Pero ya estaba. Había cambio de planes. Sin duda aquella
perrita había nacido con buena estrella.
Lola está aún viajando en
coche, fuera de la ciudad, mientras le siguen viniendo retazos de lo
acontecido días atrás. Aquella conversación acalorada con el
médico sobre cómo deben seguir actuando. Él le recuerda que está
yendo demasiado lejos y que es peligroso continuar por ese camino.
En la mente de ella nace un
destello de arrepentimiento, respecto a tener tanta gente a su
alrededor que más que ayudar comienzan a ser un estorbo. Sin
embargo, de Raúl piensa bastante bien, es perfecto, pero claro, para
la trama que están urdiendo se necesitan más cómplices, aparte de
que Raúl últimamente bajó la guardia y por ese descuido se ve ella
en la tesitura del cambio de ubicación en poco tiempo. Raúl debía
ser más precavido y estar alerta de no ser espiado por su mujer. De
no haber sido Lola tan observadora, quizás a estas alturas ya la
habría detenido la policía. Raúl es altamente necesario para
Lola. Un hombre inteligente y lleno de rabia y rencor como ella. Él
le ha proporcionado identificación nueva y disfraz.
Lola va por delante de todos.
El día que despidió a Raúl, se acercó a la ventana para observar
cómo se iba... reconociendo al otro lado de la calle y dentro de un
coche a Rebeca. El asunto se le estaba complicando y por lógica
debía irse.
Lola va atenta a la carretera
mientras sus recuerdos vienen y van. Ahora viene a su memoria qué
hizo antes de salir de la pensión para tranquilizarse y, cuando lo
recuerda, hay en ella una leve sonrisa de satisfacción, de ganadora.
Su recuerdo la traslada al mismo punto que ocurrió justo después de
que su compinche abandonase el lugar. Lola llena de ansiedad, muerta
de hambre, llamó a recepción para que le preparasen un sándwich
mixto. En quince minutos tenía ante ella al sándwich y al joven
hijo del dueño de la pensión, presentando un bocado que a Lola se
le antojó dejarlo para más tarde. Agarró al muchacho por la muñeca
y lo introdujo en su cuarto, quitándole el plato de comida de la
otra mano y dejándolo sobre la mesilla.
A continuación agarró al
chico con sus manos por el cuello y le acercó su boca, comiéndole
los labios. Por un momento se dijo así misma que tal vez no debía
dejar salir sus instintos sexuales, que este defecto la haría bajar
la guardia, pero se dejó llevar después de tanta tensión
acumulada. Unos veinte minutos de sexo con un joven apuesto, la
dejarían como nueva, bastante relajada y de este modo podría pensar
con más claridad.
Después de terminar de
follárselo, sin darle un último beso, le ordenó al joven que se
vistiera y que se fuera. A solas devoró el sándwich, se metió en
la ducha mientras que la perrita de su hermana no le quitaba ojo y
movía el rabo. No tardó más de media hora en salir del baño,
arreglada, ataviada ya con el disfraz que Raúl le había conseguido.
Recogió todas sus cosas con rapidez sin percatarse que se le caía
una libretilla azul donde iba anotando todas las ideas que se le
podían ocurrir para fastidiar a su hermana, con direcciones, con
nombres de sus compinches y teléfonos.
Desde recepción le llamaron
a un taxi y cuando estuvo el vehículo ante la puerta el muchacho le
ayudó con el equipaje y el trasportín de la perra. Ya dentro del
vehículo miró a su joven amante y le lanzó un beso como el que
deja caer un papel en el suelo pensando que ya lo recogerá el
barrendero. Ni se planteaba que tenía una adicción al sexo con
jóvenes apuestos. Tan sólo los usaba como relax y satisfacción
personal.
Lola continua conduciendo
camino de la Sierra, con su maraña de recuerdos. Vuelve a venirle a
la memoria Marilín, cuando la llevó a aquella guardería de perros
y fue recibida por el mismo encargado del negocio que insistía en
enseñarle el recinto, lo cómodos que estaban los canes y la
semilibertad que tenían. Lola dejó mostrar su poco interés y dejó
pagado lo correspondiente a dos semanas de estancia de la perrita,
prometiéndole mandarle la libreta de identificación de la chucho
por mensajero al día siguiente. El encargado le pasó a la perrita
la máquina de descodificación del chip y aceptó quedarse con ella.
Lola se fue del hotel de perros sin mirar atrás, sin tan siquiera
decirle adiós a la desolada Marilín, bajo la extrañeza del
cuidador de perros.
Mientras que Lola va en estos
momentos conduciendo hacia la sierra, le van y vienen como flashes
sus más recientes recuerdos. Para en un semáforo de la salida de la
ciudad cuando recuerda el último hotel del que se acaba de ir,
situado en el barrio de la Latina. El lugar era mejor que la pensión,
pero tampoco era de cuatro estrellas, a lo que estaba habituada. Se
registró bajo una nueva identidad que Raúl horas antes le había
proporcionado. La habitación era amplia, con una decoración de los
años noventa, poco restaurada. Por lo menos tenía aire
acondicionado.
Durante tres días llevó una
rutina bastante tranquila, ver televisión, bajar al restaurante del
hotel y encerrarse en su estancia. Alguna conversación telefónica
con sus cómplices y la explicación a todos ellos de la razón de
esa repentina y loca mudanza. No podía cometer el riesgo de ser
descubierta antes del gran plan. Así que al percatarse de que Rebeca
había estado siguiendo a su marido, utilizó el plan “B”, que
era ni más ni menos que cambiar de ubicación.
Analizándose ahora, mientras
conducía, se reconocía así misma estar trasladándose más de lo
normal, que sus movimientos eran lentos, pero sabía escabullirse
serpenteando. En el último hotel del que acababa de partir había
pasado tres días sin hacer prácticamente nada, limitándose a
descansar ese tiempo, pero debía continuar con su venganza.
La razón por la que de nuevo
se veía en carretera era por una torpeza suya, tal vez las prisas.
Cuando ya en el último hotel
se puso a buscar en su bolso la pequeña libretilla azul, no la
encontró y siguió buscando una y otra vez, vaciando el bolso, pero
nada, no estaba. Haciendo memoria recordó dónde la utilizó por
última vez. En el hostal cochambroso. En ella tenía anotado el
nombre de la guardería de la perra y el número del hotel que
acababa de dejar. Al percatarse de tal estupidez por su parte
rápidamente llamó a Gutiérrez, pero le saltó el buzón de voz; y
en lugar de colgar le dejó un mensaje: “es de vital importancia
que te acerques a la pensión para buscar mi libretita”.
Luego de colgar y con
ansiedad en el cuerpo, decidió llamar a Raúl; éste si contesta.
Lola le explicó con todo detalle lo sucedido hasta ese momento. Al
terminar la breve conversación, ella se siente aliviada por las
palabras de Raúl. Respiró profundamente; seguidamente se levantó
de un salto, como si un alfiler le hubiese pinchado en el mismísimo
trasero.
Por eso se haya de nuevo en
carretera, sin esperar al día siguiente para dejar la habitación.
Se organizó rápidamente. Llamada a la recepción del hotel,
cancelar su estancia y al mismo tiempo alquilar un vehículo a nombre
de su nueva identidad. Conduce por una comarcal ya fuera de la
ciudad. Va escuchando la radio, intentando dejar unos instantes la
mente en blanco, tan solo la concentración en la carretera, pero
inevitablemente su cerebro la lleva a repasar nuevamente y con lujo
de detalles su última hora antes de abandonar el hotel del barrio de
La Latina. Cómo repasó la habitación, que esta vez no se le
olvidase nada al hacer su equipaje. Se vio así misma entrando en el
baño, situarse frente al espejo, colocarse la peluca y también unas
gafas enormes que le tapan media cara.
–Bueno, –se dice-- ahora
todo está bien.
Vuelve a centrarse en la
conducción hasta que las vivencias de niña junto a su hermana en la
casa de la tía Eulogia la visitan dejando aparecer en su cara una
especie de sonrisa, o más bien una mueca. Por la carretera comarcal
que lleva a la casa de su tía, un autobús se cruza en su camino y
reconoce a Beatriz dentro de él, por mucho que se haya cambiado de
imagen. Cuando pasa de largo el transporte público, Lola se voltea
al tiempo que su corazón late más deprisa. “¿Qué narices hace
la imbécil de mi hermana visitando a nuestra tía? También es
coincidencia que justamente hoy que voy yo, ella acabe de visitarla.
Está claro que es difícil estar segura.” Mientras tenía estos
pensamientos en voz alta, Lola estuvo a punto de darse media vuelta,
perseguir el autobús encontrarse frente a frente con Beatriz y
acabar con todo en un momento, pero se quitó esa idea de la cabeza y
continuó el trayecto.
Enseguida llegó a su
destino, tenía unas ganas enormes de saber a qué había ido Beatriz
a casa de la tía, de quien apenas se acordaba, solo le mandaba
tarjetas navideñas y alguna llamada telefónica cada seis meses.
Pero paciencia. La tía era dada a largarlo todo por su boca, sin que
nadie le preguntase.
La tía Eulogía al oír el
coche que se paraba ante la entrada de su casa salió al porche.
En principio no reconoció a
su sobrina Lola, hasta que estaba a dos pasos de ella, maleta en
mano. Ya juntas, Lola posó el equipaje en el suelo y tía y sobrina
se fundieron en un cariñosísimo abrazo, acompañado de besos.
–¡Qué alegría! --dice
Eulogia-- Hoy me visitan las dos hermanas.
–Sí, bueno, eso me lo vas
a explicar, querida tía.
La escena era observada desde
la ventana del salón que daba a la parte delantera por los dos
jóvenes inquilinos. Lola se siente observada y descubre a los dos
chicos. Mirando a su tía le pregunta con un gesto de extrañeza por
ellos. La tía Eulogia, encantada, los llama y se los presenta allí
mismo. Luego uno de ellos le agarró la maleta y la metió dentro.
En la primera media hora, las
dos parientes solo hablan de recuerdos entre risas. De cómo le ha
ido en el extranjero. La tía Eulogia se pone a hacer la cena. Uno de
los muchachos mira la televisión en el salón, el otro, aprovechando
que se iba a su cuarto a estudiar, subió al piso de arriba la maleta
de Lola. Ella mientras tanto se había servido una copa de vino y
cuando se la iba a llevar a los labios, distinguió dos ladridos de
distintos perros. Se dirigió al Jardín de la parte de atrás de la
casa y casi se le cae la copa de vino de la mano al ver que la
perrita de Beatriz la estaba mirando atentamente y moviendo el rabo.
Posó su copa sobre la mesa de jardín, se sentó en una silla y
llamó a Marilín que acudió a su enemiga sin dudar.
–¿No me voy a librar de
ti, maldita perra? Hasta en la sopa te tengo ya... Me caes tan mal
como ella... No, os odio a las dos. El joven que miraba la televisión
se había levantado de su sillón para ir a beber agua y a la vuelta
miró por la puerta que daba al jardín y abrió aún más los ojos.
¿Era posible que la sobrina de su casera tuviese sus dos manos
rodeando el pequeño cuello de aquel animalito?
–Si lo haces, te puede caer
una buena multa.
–¿Qué eres, un defensor
de los animales?
–Y de las cosas injustas.
–¡Uy, de cosas injustas sé
yo tema, para hartar! –dicho esto liberó a la perra--. Acércate,
siéntate a mi lado.
–No, gracias –le dice él.
–Vamos no muerdo –le dice
ella sonriendo. De momento.
El muchacho sin saber por qué
se dejó arrastrar y mantuvieron una charla intelectual durante
veinte minutos. Luego los llamó la tía, a cenar. Mientras comían,
la tía iba liberando información sobre Beatriz.
Esa noche La gemela de
Beatriz se quedaría a dormir, pero estaba claro que allí no podía
permanecer mucho tiempo.
Entrada ya la media noche se
retiraron todos a dormir. Lola daba muchas vueltas en la cama, llena
de ansiedad, sin calmarla ni con la ducha bien caliente, que hacía
unos minutos, se había tomado.
Después de infinidad de
vueltas sobre la cama y resoplidos varios oyó toser al chico con el
que estuvo hablando en el jardín. Se levantó de la cama, abrió la
puerta y escuchó. Cuando no oyó más ruido que el ronquido de su
tía, se dirigió sigilosamente a la puerta de al lado, la abrió y
descubrió al muchacho aún con la luz encendida, metido en la cama y
leyendo un libro. Ella entró, cerrando la puerta tras de sí y sin
mediar palabra se acercó a la cama, le quitó el libro y lo posó en
la mesilla, le quitó las gafas y las colocó sobre el libro. El
muchacho temblaba de deseo. Lola se quitó la bata. Bajo ella se
mostró tal y como su madre la trajo al mundo. Él loco por poseerla,
la agarró por las nalgas y la tiró sobre él. A Lola le ponía a
mil saberse deseada y además necesitaba calmarse.
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