Vidas encontradas (capítulo final por Marian Muñoz) - Relato encadenado




                                                             CAPÍTULO FINAL
                                                                Marian Muñoz                                                
 
Eulogia se giró al oir las preguntas, no iban dirigidas a ella, sino a Sandra, que gafas en mano las mostraba a una enfermera y pedía se las diera a su marido Carlos, con su habitual despiste las había dejado en casa y ella tenía algo de prisa.
En ese instante un montón de pitidos sonaron a través del cristal de la UCI en el box de Lola, las alarmas habían saltado y cantidad de luces parpadeaban, llamando la atención del equipo de guardia, quienes tras cerrar la cortinilla de la ventana y tapar la visión de la sala, se dispusieron a atender urgentemente a Lola.
Un celador acompañó a Eulogia hasta una sala de espera, donde los médicos le informarían más adelante. Preocupada por lo que acababa de presenciar, le hizo caso. Angustiada y llorosa esperó diez largos minutos, le parecieron eternos, hasta que un médico, demasiado joven pensó ella, se acercó, quitándose el gorro de la cabeza, y con mirada apesadumbrada, le contó que Lola había fallecido, no habían podido hacer nada por ella.
La noticia a Eulogia le hizo el mismo efecto que una losa de granito en su cabeza. No merecía la muerte por mal que se portase y por muy malas intenciones que tuviera con su hermana. Aquello la conmocionó hasta el punto de sufrir un bajón de tensión y casi desmayarse. Menos mal que el doctor enseguida lo notó y la atendió rápidamente, sin que tuviera mayores consecuencias.

Mientras tanto Beatriz, en casa de Carlos estaba a punto de salir, cuando vio regresar a Sandra, quien comprobó que estaba restablecida y de mejor semblante, se ofreció a acompañarla hasta el hospital para ver a su hermana, ofrecimiento que Bea declinó porque estaba decidida a encontrar la dichosa libreta azul, y para ello tenía que regresar a casa.

Acababan de dar el alta a Paolo, una enfermera se había ofrecido a pedirle un taxi que rehusó. Debía encontrar a Ely, como cariñosamente la llamaba, no tenía sentido marcharse si ella seguía en alguna parte del hospital.
Tras unas cuantas idas y venidas por los pasillos, la localizó en una sala de espera, atendida por un medico vestido de verde que parecía consolarla. Al verse, ella corrió a sus brazos, bueno tenía esa intención, pero al comprobar que llevaba uno escayolado frenó su impulso.
¡Lola está muerta!, balbuceaba, ¡Lola está muerta!, las lágrimas anegaban sus ojos, su cara desencajada hacía temer que le diera un síncope. El doctor llamó a una enfermera en el pasillo para que le diera algún sedante y se quedara con ella hasta encontrarse mejor. No se fiaba que aquel muchacho accidentado pudiera hacerse cargo de la buena señora.
Pese a su juventud, Paolo pensó con rapidez. Cogiendo el móvil de Eulogia buscó el número de Beatriz, tenía que saberlo cuanto antes, Ely no debía estar sola en aquellos momentos, y además su cuerpo comenzaba a sentir dolores por el golpe del accidente.

Beatriz al coger el teléfono móvil y ver que se trataba de su tía, lo descolgó rápidamente, oyendo a Paolo atropelladamente contar lo sucedido. Fue entonces cuando comenzó a sentir que su mundo se venía abajo, a pesar de lo sufrido hasta ahora y de la rabia que el nombre de Lola le provocaba, no debería haber terminado así. Al menos le había pedido perdón, aunque sinceramente no la reconfortaba lo más mínimo.
A la parada acababa de llegar el autobús que iba en dirección al Hospital, se subió y sentada mirando por la ventanilla, se encontraba Rebeca. Al llegar a su altura el saludo fue un llanto incontrolable, mientras le contaba que Lola había muerto. Su amiga aturdida por aquella noticia, entristeció, pensando que quizás Raúl también lo estuviera en esos momentos y a pesar de los sinsabores vividos últimamente, se sentía perdida sin él.
El viaje se les hizo eterno debido a la intensa circulación. En cuanto el autobús paró y se abrieron las portezuelas, bajaron las dos a la carrera, Bea buscando a su tía Eulogia y Rebeca a Raúl. Se despidieron, prometiendo encontrarse más tarde para saber la una de la otra.

Rebeca fue directamente donde había dejado a Raúl y comprobó que todo marchaba según lo previsto, iba a recuperarse aunque tardaría en hacerlo. En cuanto la vio entrar por la puerta de la habitación, se deshizo en disculpas, declarándole cuanto la amaba, pidiéndole una oportunidad para darle explicaciones y lo estúpido que había sido dejándose arrastrar por Lola. Para Rebeca lo único importante era que se restableciese, ya tendrían tiempo de aclararse y pedirse perdón mutuamente, aunque consideraba mejor no contarle nada de los encuentros con su jefe, era agua pasada y salvo que Raúl supiera algo, ella jamás lo iba a contar.

Tras preguntar en diferentes plantas, Beatriz llegó a la sala de espera en la que se encontraban Eulogia y Paolo. La enfermera al reconocer a Beatriz, le dio el pésame por su hermana y la dejó encargada de su tía, dándole información sobre la medicación suministrada. El desánimo y la tristeza reinaban entre ellos, tras secarse las lagrimas, hizo caso a Paolo, quien sugirió ir a casa de Eulogia para poder descansar.
Estaba ayudando a su tía que se movía torpemente, cuando Richi apareció avisado por Rebeca, se echó a sus brazos y tras superar un nuevo momento de angustia, iniciaron la salida del hospital hacia el coche de Richi que los llevaría de vuelta a la casa.

Al regresar Carlos tras una dura jornada en urgencias, debido al accidente del autobús, se encontró con un par de maletas en la puerta.
-- ¡Sandra! –gritó asustado.
-- Hola cariño -dijo ella- ¿Qué tal te ha ido todo?
-- ¿Que hacen esas maletas en la puerta?
-- Me voy a casa de mi madre, ha vuelto a tener uno de sus habituales ataques, ya sabes cómo se pone, seguro que en unos días se le pasa. Llamaré todos los días, no te preocupes, me vendrá bien un cambio de aires, están pasando muchas cosas y ya sabes lo poco que me gustan los sobresaltos.
-- Si lo dices por Beatriz, ¡pierde cuidado! -dijo él- su hermana ha fallecido hoy aunque creo que no se han terminado sus problemas.
-- ¡Vaya! No sé si alegrarme o entristecerme, porque con lo bicho que era.
-- ¿Habías encendido la barbacoa?
-- Sí, pensaba usarla para la cena, pero como llamó mi madre..... Además no sé con qué la utilizamos la ultima vez, porque desprende un muy mal olor.
-- ¿Quieres que te acerque a la estación?
-- No, no te preocupes, ya he llamado un taxi, no sabía si llegarías a tiempo.
Tras un beso de despedida, Carlos ayudó a Sandra con las maletas, se montó en el taxi y se alejó, deseando poner tierra de por medio hasta poder superar la rabia que sentía tras haber leído aquella dichosa libreta azul.

Mientras tanto Eulogia ya en casa, se dirigió a su habitación, apenas se podía tener en pie debido a la medicación suministrada en el hospital, tras disculparse con los jóvenes, se metió directamente en la cama sin siquiera desvestirse, el día había sido abrumador y hasta ahora se había sentido en forma, pero el fallecimiento de Lola la había tocado en lo más hondo.
Paolo a pesar de los dolores intentaba ser buen anfitrión, se dirigió a la cocina para preparar una infusión de hierbas relajantes y buscó en el botiquín algo que ayudara a aliviar su malestar, encontrando solamente Movalis, un antiinflamatorio para la artrosis de Pinocha, ya que Ely no era muy amiga de la automedicación. Leyendo el prospecto vio que era para seres humanos, se echó una pastilla en la infusión y justo llegó Richi a tiempo para llevar las tazas al salón.
Beatriz algo más tranquila, agradeció la bebida que olía tan bien. Estaba agotada y prefirió llevársela a la habitación que solía ocupar cuando dormía en aquella casa, el día siguiente iba a ser aterrador y tenía que recuperar fuerzas para lo que se venía encima.
Paolo hizo lo propio, dejando sólo a Richi, quien tras beber la tisana y tumbarse un rato en el sofá, no conseguía conciliar el sueño. En la penumbra de la noche comenzó a mirar las paredes de la habitación, era un extraño allí y no se atrevía a merodear por la casa. De pronto se fijó en la puerta cristalera que daba al jardín, recordaba que Eulogia tenía una vieja perrita, ¿que habría sido de ella?
Al abrir la puerta sintió el frescor de la noche, salió al jardín y allí en la caseta se encontraba tumbada Pinocha, apenas se movió al acercarse.
-- ¡Pobrecita, has estado todo el día sola y nadie te ha dado de comer!
Tras llenar el cuenco del agua, se dirigió a la cocina para encontrar la bolsa de pienso de la perra, al regresar comprobó que el pobre animal había bebido todo el agua, y ahora estaba expectante ante el olor de su comida.
La acompañó contemplando como comía y como poco a poco recuperaba su alegre comportamiento. No era muy amante de los animales, pero Marilin, la perrita de Bea había conquistado su corazón con sus muestras de alegría cada vez que llegaba a casa, haciéndole olvidar por un instante el cansancio del trabajo.
Tras jugar un rato con Pinocha, regresó al sofá cayendo en un profundo sueño, a pesar de la incomodidad del mismo, no se despertó hasta la mañana siguiente al sonar el timbre de la puerta.

Pese a que el sueño había sido poco reparador, Eulogia se encontraba más tranquila. Al asomarse al salón vio dormir plácidamente a Richi, hasta que alguien llamó a la puerta. El muchacho fue más rápido que ella y al abrir se encontró con un hombre más parecido a un pedigüeño que a un policía, según dijo. Se presentó como el oficial de policía Lupino Archibal Mendotti y le acompañaba su ayudante Fabián.
-- Buenos días, perdonen la intromisión, se que están pasando por una situación bien triste, pero necesito hablar con ustedes, incluso con Beatriz, si es que esta en la casa.
-- Sí - dijo Richi- ahora mismo la aviso.
Al incorporarse Paolo al grupo, oyó como Richi gritaba el nombre de Bea y pedía auxilio. Lupino y Fabián se guiaron por el sonido de los gritos hasta la habitación, en que Bea yacía en el suelo con la cara desencajada y a Richi intentando reanimarla.
Fabián requirió inmediatamente una ambulancia medicalizada y una patrulla de refuerzo, tan desconcertado estaba que presumía se estaban enfrentando a un asesino múltiple.
Ni Richi ni los de SAMU pudieron hacer nada por salvar a Beatriz, había fallecido de noche debido a un shock anafiláctico, e imprevisiblemente nadie la había oído pedir ayuda.

Mientras el forense se llevaba en camilla la bolsa de plástico que contenía el cuerpo de Beatriz, informó a Lupino que a expensas de hacerle la autopsia, y por los síntomas que mostraba, parecía que la muerte se había producido por algún tipo de reacción alérgica.

El policía estaba dolido por lo que acababa de presenciar, tras haber trabajado estrechamente con la fallecida, había intuido entre ellos cierta clase de complicidad, y quien sabe a lo que hubieran podido llegar. Estaba dispuesto, ahora más que nunca, a encontrar al asesino de las gemelas y no cabía duda que estaba en aquel salón.
-- Veamos señores –dijo Lupino- necesito que me relaten todos los movimientos que hicieron desde que llegaron hasta que se han levantado esta mañana.
Tanto Richi como Paolo contaron todo hasta el más mínimo detalle, sobre todo Paolo que debido al incesante dolor de su cuerpo, no había pegado ojo en toda la noche, y tampoco había oído quejarse a Beatriz. Eulogia estaba como ida y no pudo dar muchas explicaciones, pues atontada había llegado y aturdida seguía.
-- ¿Alguno de ustedes sabe si Beatriz tenía alergia a algo?- preguntó Lupino.
-- Sí, al Meloxicam -dijo Richi.
Mientras los policías registraban la habitación en que había fallecido Beatriz, en Paolo comenzó a nacer una sospecha. Los dolores que tanto le atormentaban no habían cesado en toda la noche, pese a la infusión con Movalis que se había tomado, tal vez Bea se la bebió en vez de él y ese fue el fatal desenlace. Más prefirió no abrir la boca, si decía algo, aunque hubiera sido por casualidad, él como extranjero sería tachado de criminal, no lo era en absoluto, y no quería acabar en la cárcel.

Tras una investigación meticulosa, Lupino y los de la científica llegaron a la conclusión de que había sido un suicidio. En el bolso de Bea encontraron un blíster de Movalis al que faltaban dos pastillas, y en la bebida que había tomado existían restos de dicha medicina cuyo principal componente es Meloxicam.
Ese caso estaba cerrado, el acoso y posterior fallecimiento de su gemela, había abocado a la muchacha a tan trágico final.

Quedaba aún pendiente de resolver el asesinato de Dolores Salgado en el hospital, debido al ser seccionados varios tubos que la mantenían con vida. Seguramente había sido su hermana Beatriz. Pese a no acabar de situarla a la hora crítica en el lugar del crimen, no cabía duda que su suicidio fue debido al sentimiento de culpabilidad que pudo con ella.

Dos semanas más tarde del doble funeral, Juvenal llamó a Eulogia.
-- Buenos días Ely, ¿cómo te encuentras?
-- Tirando –respondió Eulogia- todo lo ocurrido ha sido muy doloroso para mí, el sólo pensamiento de que las gemelas se odiaban tanto como para matarse la una a la otra, me tiene trastornada, jamás lo hubiera sospechado, creía conocerlas bien, pero ya ves lo equivocada que estaba.
-- Bueno, ya sabes que uno nunca acaba de conocer del todo a las personas. Pero te llamaba por otra cosa. Es un tema delicado, pero creo que cuanto antes lo hablemos mucho mejor.
-- Tú me dirás.
-- Lola y Bea iban a recibir esta misma semana el fideicomiso, y como ahora ya no están, y tú eres la pariente más cercana, te corresponde recibirlo a ti como su única heredera.

Al otro lado de la línea se oyó un pequeño bufido y un rato de silencio hasta que Eulogia volvió a hablar.

-- Juvenal, verás, creo que lo que dices no es del todo correcto, Lola y Bea tienen dos hermanastras gemelas con las que se llevan seis meses nada más. No sé cómo encontrarlas, pero seguro que Marta Caravia de los Laboratorios Rucabar te podrá dar alguna información al respecto.
-- ¿Que dices? No sabía nada, pero si crees que me podrá dirigir hacia ellas, así lo haré.
-- Es la única información que tengo, pero oye, el fideicomiso estaba dividido en dos partes ¿no? y luego estaban los intereses que habían producido todos estos años.
-- Sí así es -respondió el abogado.
-- ¿Hay alguna posibilidad de que pueda quedarme con esos intereses? Me vendrían muy bien para irme a Italia una temporada y encontrar a Paolo, el pobre huyó de aquí como alma en pena, algo que no me extrañó, pero ya ves, a mi años y le echo en falta, sé que soy una tonta, ¡pero por intentarlo!.
-- Claro, no te preocupes, sigues siendo parienta de las fallecidas, y algo te puede tocar, y no veo inconveniente en que sean los intereses.
-- Gracias Juvenal, eres un encanto. Cuando consigas localizar a las gemelas, ¡que espero se lleven mejor que estas dos!, envíame la dirección, me gustaría enmendar lo que no pude hacer con Bea y Lola, es algo que me reconcome y no puedo evitarlo.
-- Claro, no te preocupes, no sé si será fácil, pero si lo consigo te daré la dirección. Mucha suerte por Italia y cuídate mucho, querida amiga.







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