Vidas encontradas (capítulo final por Esperanza Tirado) - Relato encadenado




                               CAPÍTULO FINAL
                                         Esperanza Tirado

 

 Varios meses después las cosas en la vida de Bea parecían haber vuelto a su cauce. Seguía trabajando como enfermera en el hospital. Y los sobresaltos y engaños ocasionados por su hermana, por fin, terminaron.

Raúl se iba recuperando poco a poco de sus lesiones. Lo más duro era olvidarse de Lola y de todo el mal que habían hecho juntos. ¿Cómo pudo dejarse cegar por ella hasta ese punto? El dinero, siempre el maldito dinero... Y pensar que de adolescente estuvo medio enamorado de ella... Siempre se lamentaría de aquella extraña relación.
Rebeca le había perdonado. Se habían perdonado el uno a la otra y su vida volvía a ser la de una familia normal. Con sus niños, con sus prisas, con sus rutinas, sus trabajos, sus enfados y sus reconciliaciones. Y se estaban planteando quedarse embarazados. Esta vez juntos.

Bea también formaba parte de ese círculo de perdón y reconciliaciones. Y también volvió a formar parte de las rutinas de su amiga Rebeca y de Raúl. Aunque con este último seguía habiendo una relación algo tirante. Como siempre. Pero eso era bueno.

Bea formaba parte de varios círculos, de hecho.
Alguien le había regalado una perrita monísima, como recuerdo de su querida Marilín, a la que todavía echaba mucho de menos. En realidad, Bogart era perrito, un Basset Hound de grandes orejas caídas y mirada lánguida.
Ese alguien había sido Lupino Archival Mendotti, como gesto de buena voluntad después de todo el embrollo en el que ambos, de uno u otro modo, se vieron implicados. Bea aceptó el gesto de Lupino. A fin de cuentas, el buen hombre solo hacía su trabajo. Y tampoco era tan feo ni tan desagradable, una vez que lo tratabas con frecuencia. Pero no había que abusar de las confianzas. Ese era un círculo al que no le había apetecido ser invitada. Con el tiempo se alejó todo lo que pudo de él. Y aún más de las comisarías.

Tras el accidente de Lola y Raúl y la muerte de Gutiérrez, Richi se dio cuenta de la fragilidad de la existencia humana y quiso volver al lado de Bea, a su vida rutinaria y sin complicaciones.
Ese era uno de los círculos más complicados de cerrar. Ya llevaba tensado un tiempo, así que tuvieron sus idas y venidas durante la convalecencia de Lola.
Hasta que un día, Bea se le plantó delante y hablaron largo y tendido sobre un futuro en común que ella veía inexistente. Según él, estaban cómodos, compartían gastos y apenas discutían. Pero para ella todo era mecánico y sentía que ninguno era feliz así. Y Richi, en realidad, se sentía atrapado en el círculo de una gran mentira.
Con los pies y la cabeza puestos en la realidad, decidieron que era mejor ser amigos y que cada uno siguiera por su lado. Richi intentaría aclararse consigo mismo y salir, o no, del armario.

‘Para crear problemas siempre hay tiempo y ya habrá gente que te los cree’, le dijo Bea, recordando su última temporada vital.

Así que sus vidas acabaron por discurrir en círculos paralelos quizá tangentes en algún momento, pero rodando en direcciones independientes.
A pesar de tantas charlas, de tantas explicaciones intentando aclararse, que hasta les dejaron varias noches sin dormir, Richi no terminó de entender a Lola. Aquella hermana gemela que le había salido a su novia, bueno ahora ex-novia pero amiga, así de repente. Ese era un círculo peculiar, difícil y tortuoso, casi imposible de cerrar y de abarcar. Más complicado que su salida pendiente del armario.

Lola, al igual que Raúl, también se recuperó de sus graves heridas. A punto estuvo de perder, varias veces, la batalla. Pero quizá por su cabezonería, por su fortaleza mental o por esa mala leche que destilaba aún estando convaleciente, logró salir de la UCI y del hospital. Tan sólo un par de secuelas, la cicatriz que le cruzaba la cara y una leve cojera, quedaron como recuerdo de aquellos días negros.
Las enfermeras también se quedaron con el recuerdo de una de las pacientes más impacientes y más desagradables que había pasado por su planta. Cuando se fue todas respiraron tranquilas y el hospital recuperó su tono habitual. Durante su estancia no preguntó ni una vez por el fallecido Gutiérrez, un simple peón usado en su juego de estrategia contra Bea.

Hasta Carlos, el doctor amigo de Bea, se sintió atacado en algún momento por los dardos envenenados de Lola. Y eso que él no trabajaba en la UCI.
Un círculo muy íntimo y querido se rompía cerca de Bea. El stress de aquellos meses, con Bea en su casa, las idas y venidas a comisaría, los horarios cambiados, todo hizo mella en su matrimonio. Sandra le pidió el divorcio y volvió a casa de sus padres.
Bea, aunque lo sentía por su amigo y por Sandra que se había portado genial con ella, no podía hacer nada. Prefirió alejarse de la pareja para dejar que las cosas se calmaran entre ellos dos. Pero Carlos se lo tomó como un desprecio de Bea, se sintió insultado y solo sin Sandra, y pidió traslado a Barcelona.

Al recibir el alta, Lola no sabía si quedarse en España o volver a Estados Unidos y empezar de cero una vez más. Estaba demasiado débil como para manejarse sola. Así que la tía Eulogia decidió alojarla en su casa una temporada, en recuerdo de la memoria de su esposo, tío carnal de las gemelas, que tal vez se estuviera revolviendo en su tumba ante tanto sobresalto.
El mal carácter de su sobrina y las maldades contra Bea pesaban mucho. Pero había que tener un corazón de hojalata para no ayudar a quien lo necesitaba. Aunque a ese alguien le saliera el veneno por todos los poros. El círculo familiar necesitaba muchos arreglos, ya fuera en forma de cuidados o de palabras.

Paolo y Daniel se recuperaron de sus heridas, volvieron con sus familias y desaparecieron de la vida de Ely con gran pesar de ella. Al lado de sus Erasmus se había visto dentro de un círculo de juventud y llena de vitalidad de nuevo. Pero cada etapa tiene su momento y esa le sirvió para abrir los ojos al mundo y despertar a una vida nueva.

Así que la casa estaba vacía para alojar a Lola. Ya podían recuperar el círculo familiar para mantener reuniones en las que aclarar temas delicados.
El fideicomiso era uno de ellos. Quizás el más importante. La palabra se repitió tanto a lo largo de aquellos meses, que Eulogia a punto estuvo de ponerle ese nombre a su chalet. Si los Flores tuvieron El Lerele...
Richi fue testigo de varios de esos encuentros. Bea se sentía más segura con su presencia y pensaba que así Lola no la atacaría tan de frente. Pero se equivocaron. Lola tenía balas para todos. Hasta para él que ni pintaba ni cortaba nada en los asuntos del pasado familiar. Lola vomitó todo el odio acumulado durante todos esos años contra su familia.
Richi asistía atónito a todos aquellos intercambios verbales en los que la tónica era siempre la misma:
Lola al principio se negaba a hablar, alegando que no estaba recuperada. Pero la tía Eulogia la convencía con bastante mano izquierda y buenas dosis de paciencia, Bea le preguntaba mil y un por qués y al final, por hartazgo o porque ya no le cabía más bilis en el cuerpo Lola reventaba y acababa insultando a su hermana, la acusaba de haberle robado el cariño de sus padres, su sitio en la familia, sus novios de adolescencia y sus oportunidades académicas.
En una de las últimas conversaciones, algo más calmadas las aguas, decía que se sentía en un segundo lugar o fuera de todos los lugares que según ella le pertenecían. Por eso se había largado fuera de España. Para comenzar de cero, ser ella misma y que se la valorara de manera independiente.
Cuando se enteró de lo del fideicomiso –de nuevo esa palabra, Richi a punto estuvo de tatuársela para no olvidarla nunca– planeó volver y vengarse de Bea de una vez por todas.
Su William había fallecido y no le quedaba nada por lo que quedarse en Estados Unidos. Ahí Richi y Bea se miraban asombrados. ¿Alguien había amado de verdad a esa persona tan odiosa que tenían enfrente?
Bea se defendía, ofreciendo a su hermana todo el dinero. Ella era feliz como enfermera en el hospital. Tenía su sueldo, su vida y su casa, todo volviendo a la calma de nuevo.
Y, aunque un dinero extra nunca estaba de más, si Lola necesitaba empezar de cero, era todo suyo. Bea sólo quería recuperar su vida. Y ahí saltaba Lola a la yugular de nuevo. Porque no se creía que nadie renunciara tan alegremente a tanto dinero.
Para ella había tantos gatos encerrados en armarios o alacenas que al final Richi tendría que salir para evitar ser arañado. Esa mujer le volvía loco, buscando tres, cinco o siete pies a todos los mininos.

‘Lo que esta chica necesita es una cura de reposo en un balneario, unos cuantos meses. Bien lejos de todos’.

Pero Richi no abría el pico no fuera a ser que más dardos envenenados llegaran a él. A veces sus miradas se le clavaban de un modo que Richi sentía que Lola era capaz de leer sus pensamientos y sus indecisiones.

La tía Eulogia contrató a un abogado independiente. Juvenal había sido informado del asunto, pero estaba demasiado implicado en él como para intervenir de nuevo.
Con Richi y el pasante del abogado de testigos se volvieron a hacer partes con el dinero. Se redactaron, firmaron y acuñaron nuevos documentos legales. En ellos se declaraba a las hermanas herederas universales del fideicomiso del tío Gervasio. Como antes. Lo que ahora cambiaba era la división de la herencia.

Para Bea cualquier reparto hubiera estado bien. Ella no necesitaba nada, pero como heredera legal se encontró con una fortuna caída del cielo. Para ahorrarse disgustos futuros quiso redactar un documento aparte en el que rechazaba aceptar cualquier dinero y que toda cantidad que recayese en su nombre fuera a parar a comedores sociales y alguna ONG humanitaria.
El abogado le explicó que, por muy buena voluntad que tuviera su gesto, eso no era algo que se contemplara en la ley. Primero debía aceptar la herencia. Y, una vez esta fuera suya, podría repartirla según su voluntad.
Así lo hizo. Aunque se reservó un pequeño colchón económico con vistas a una jubilación acomodada. Y por si las garras de la crisis atacaban de nuevo.

Lola, según su espíritu de contradicción, no se vio conforme con su 65%. Volvió a la carga con su retahíla de incomprendida, segundona, no valorada, despreciada y demás lindezas que ya a Bea y a la tía Eulogia les sonaban a hueco. Al final, tras varios tiras y aflojas, firmó el documento. La debilidad de su cuerpo por la convalecencia de sus heridas pudo más que su inquina y sus deseos de venganza contra su hermana Bea y contra el mundo.
Cuando dejó el bolígrafo sobre la mesa, Eulogia aplaudió por dentro.

‘Por fin mi sobrina ha entrado en razón.’ Con una amplia sonrisa, disimulaba sus ganas de recibir un pellizquito de la herencia. Richi quizá también pensaba que algo le caería.

Pero ninguno dijo nada. Tan solo esperaban que aquel embrollado episodio terminara y dejara sus vidas en calma. O al menos sin tantos vaivenes.
Eulogia quizá viajara y ampliara su círculo vital. Richi solo sabía que necesitaba dejar de seguir corriendo en círculos, engañándose a sí mismo y encontrar un nuevo punto de partida.
Bea casi se asfixió en el círculo que la acercaba a Lola. Pero gracias a pequeños círculos que la sostuvieron a su alrededor, supo manejar el cambio hacia un nuevo círculo vital. Aunque, sin pretenderlo, ella quebrara algunos de ellos.


Desde la terraza de su apartamento de Mykonos, mientras intenta completar un sudoku, escucha las olas del mar romper contra la playa, el graznido de las gaviotas, y los ladridos de Bogart. Y siente la caricia del sol tostando su piel. Quizá echa en falta la compañía masculina que su Richi no pudo darle para que su nuevo círculo fuera redondo y perfecto.
Tal vez su vecino de apartamento, ese morenazo de grandes ojos verdes que le sonríe por las mañanas, sea el adecuado, abriendo un nuevo círculo en su vida.
Tal vez no vuelva a casa sola. Todo pasa y todo llega. ¿Quién sabe?

Al otro lado del mundo, delante de una blanca lápida de mármol rodeada de cuidado césped verde recién cortado, Lola también cierra su círculo.
–Ya estoy de vuelta, William.
Y deposita un ramo de lirios blancos en el mármol, sobre las grandes letras mayúsculas talladas en granito.
–No podía dejarte solo. Volvemos a empezar.

Una ráfaga de viento hace volar las hojas secas a su alrededor, envolviéndola en un abrazo crujiente y vegetal.









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