Vidas encontradas (capítulo final por Clara Conde) - Relato encadenado




                                     CAPITULO FINAL
                                        
                                         Clara Conde

Si aquel día en la UCI, hacía ya tantos meses, Eulogia hubiera entrado en el box antes de que llegara el sanitario… Si en ese caso hubiese reunido el valor para desenchufar alguno de los millones de tubos y sensores que rodeaban a su sobrina… Si en aquel momento hubiera puesto un drástico punto final a aquella descabellada historia entre las dos hermanas…
Si entonces hubiera tenido la capacidad de ver el futuro, no se habría sentido culpable, porque no lo habría hecho sólo por Beatriz; habría sido un acto de piedad hacía Lola, ahorrándole lo que le sucedería a continuación.
La observaba a través del cristal, sabiendo que Lola no podía verla a ella, y sus ojos se llenaban de lágrimas, acompañando a su encogido corazón. Ni siquiera podía darle un abrazo, u ofrecerle unas palabras de aliento, porque el equipo médico que estaba al cargo opinaba que era contraproducente, al menos de momento, ya que al principio, cada vez que iba a visitarla, Lola alcanzaba tal estado de agitación que terminaban por tener que sedarla con fuertes medicamentos, además de los que ya le eran administrados a diario, aumentando la bomba química en su organismo.
Eulogía la veía tan tranquila, concentrada en hojear una revista, que le daban ganas de llevársela a casa. Y la habitación era bonita, simple, con colores claros, como una habitación normal. Había que fijarse para darse cuenta de que la ventana tenía rejas, que los muebles estaban atornillados al suelo… llamaba más la atención lo que faltaba, que lo había en la estancia.
Todo había quedado atrás, enterrado y casi olvidado. Todo carecía de importancia. Eulogia le había perdonado el desliz con su precioso Paolo. Y sabía que por parte de Bea no quedaba ya ningún rencor, aunque no quisiese ver a su hermana y hubiera puesto tierra de por medio.
Ni ella, su tía, ni nadie, podía reprocharle nada a Beatriz. Se había portado como una santa, y ahora estaba intentando encontrar una vida, después de que su hermana apareciese para poner su mundo del revés y causarle tanto daño, a ella y a todos los que habían formado parte de él.
Lola había recibido el alta hospitalaria mucho antes de lo que nadie, ni siquiera los médicos, hubieran imaginado. Después de varias intervenciones quirúrgicas su cuerpo no presentaba secuelas de importancia, pero sí un estado general de debilidad que precisaba de una convalecencia tranquila y alguien que la cuidase. Eulogia no había dudado ni un minuto en ofrecerse, ella y su casa, ya que tenía espacio de sobra ahora que los padres de Paolo se lo habían llevado a Italia.
Pero Bea había sido tajante. Ella se ocuparía de su hermana.
A Eulogia le horrorizaba la idea de sus dos sobrinas juntas en una casa, después de todo lo que había pasado.
- No te preocupes, tía –le había dicho Beatriz- Realmente estaré más tranquila si no la pierdo de vista.
Le había explicado las largas conversaciones que habían mantenido las dos hermanas, no con perdón y lágrimas, algo en lo que Bea ya no confiaba, sino alrededor de temas prácticos. Lola le había devuelto a Beatriz los ahorros sustraídos de su cuenta y le había prometido que, en cuanto estuviese recuperada, desaparecería de nuevo y esta vez para siempre. Beatriz también había hablado largo y tendido con los policías que llevaban su caso. Pese a todas sus protestas, había retirado cualquier denuncia por su parte hacia su hermana. Lola aún tendría que responder ante la justicia por las cosas que había hecho, pero eso ya no incumbía a Beatriz. Lo tenía clarísimo.
En pocos días, quizás incluso antes de que Lola estuviera con fuerzas de nuevo, sería su cumpleaños y se resolvería lo de la endemoniada herencia del tío Gervasio. Cada una recibiría su parte y, con suerte, no volverían a verse nunca más.
Y así se hicieron las cosas.
Y Eulogia había ido volviendo poco a poco a su vida, hasta entonces plena y placentera, casi alegrándose por primera vez de no haber tenido hijos.
Hasta la fatídica tarde, hacía ya dos meses, que había recibido la llamada telefónica de una Beatriz histérica, desbordada y al borde de un ataque de ansiedad. Al principio le costó entender lo que le decía y tuvo que ir construyendo la historia con detalles sueltos. Que Lola se había cortado el pelo exacto al de Bea. Que algunos días decía cosas raras. Que se empeñaba en ponerse su ropa. Que contestaba al teléfono como si fuese Bea. Pero esa tarde había llamado Lola a Beatriz y se había enfadado mucho cuando su hermana la había corregido. Que había tirado muebles. En resumen, Beatriz estaba muerta de miedo, e impotente. Había administrado un sedante a Lola, pero tenía miedo a la llegada del momento en que se pasara el efecto.
Ely había acudido corriendo junto a sus sobrinas y, ella y Bea, habían llamado a la policía y a una ambulancia. Y todo se había precipitado. El nuevo ingreso de Lola, numerosos exámenes y pruebas, mientras ella gritaba que no era Lola, que Lola era una loca y ella era Beatriz.
Eulogia vio como todo aquello afectaba a Bea, y estuvo de acuerdo con ella cuando compartió su intención de irse de viaje indefinidamente. Firmó todos los documentos necesarios para que el dinero de Lola se emplease en la mejor clínica psiquiátrica para su hermana, y se alejó de allí. Ojalá estuviese relajándose y olvidando. Se lo merecía.
Eulogia llegó a su casa agotada. Ese era el efecto que le producían las visitas a Lola, por eso casa vez las iba espaciando más, y era consciente de ello y le producía un pequeño picor de culpabilidad.
Sólo pensaba en arrojar los zapatos a un rincón y echarse un rato en el sofá. Pero tenía una nota al lado del teléfono, para que devolviese la llamada a un laboratorio, y la curiosidad ganó a las ganas de siesta.
- Perdone que la moleste, señora, pero usted es la única pariente que aparece en la ficha de nuestra clienta –le dijo la Dra. Marta Caravia y, ante la estupefacción de Ely, le explicó que la clienta de quien le hablaba era Lola, y ellos el laboratorio donde tenían los espermatozoides de su difunto esposo William. Tenían que enviarle a Lola los resultados de unas pruebas, y para ello les había facilitado una dirección de correo electrónico, pero había habido algún error y los mails les llegaban devueltos. Por eso habían contactado con Ely. Ellos seguían recibiendo su acordado pago mensual y se sentían en el deber de hacer todo lo posible para cumplir con su parte.
- No importa –le explicó Eulogia- Mi sobrina está enferma y no creo que eso le preocupe ahora mismo.
- Vaya, cuánto lo siento –dijo la doctora- ¿Y cuándo podremos hablar con ella?
- Verá –Eulogia estaba empezando a acusar de nuevo el brote de agotamiento- Esto es indefinido. Hace algo más de dos meses que está en una clínica mental y no sé qué va a pasar.
- Pero… No puede ser. La señora Foster vino a hacerse las pruebas de fertilidad hace exactamente diecisiete días. Debe haber alguna clase de malentendido…
Eulogia colgó el teléfono y se tiró en el sofá. Tenía la mente completamente en blanco. No podía, ni quería, sacar conclusión alguna.
Estiró el brazo para alcanzar su móvil del bolso y llamó a Bea. No le contestó. Eulogia quiso imaginársela en un balneario, con el sonido desconectado, quizás recibiendo chorros de agua templada. Esperó a que saltara el buzón de voz, y le dejó un mensaje resumiendo su conversación con la chica del laboratorio. Sólo los hechos, sin adelantar hipótesis.
Y eso mismo le dijo a su mente. No volvería a hablar con el dichoso laboratorio, ni visitaría a la policía, ni lo comentaría con nadie, hasta que no pudiese hablar con Beatriz.
Dos días después, sin que esa conversación hubiese tenido lugar aún, le llegó un sobre por mensajería urgente. Dentro había un cheque con más ceros de los que Eulogia había visto juntos jamás, y una nota manuscrita en papel de carta de un hotel de Atenas.
“Querida tía Ely.
Quiero que tengas una vida tranquila y sin preocupaciones. Este dinero es para que cumplas tu sueño, y conviertas tu casa en una maravillosa residencia de estudiantes.
Hasta siempre,
Tu Sobrina”.






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