CAPÍTULO FINAL
Gloria Losada
Eulogia se dio la vuelta dando un respingo. El médico de la UCI la observaba con gesto huraño.
-Lo siento, doctor, sé que no debería estar aquí pero.... no vi a
nadie y me atreví a entrar. Es mi sobrina y estoy muy preocupada.
Dígame ¿cómo está?
El médico la miró con desconfianza. No le gustaba nada que hubiera
entrado en aquella habitación sin permiso y mucho menos si tenían
en cuenta el estado de la paciente, pero finalmente le dio la
información que pedía.
-Tiene muchos altibajos. El accidente fue brutal, pero la
recuperación se está complicando por sus dolencias previas.
-¿Dolencias previas? - preguntó Eulogia sorprendida.
-Sí, claro, esa chica tiene....
En ese momento sonó el busca del doctor, lo que hizo que se
marchara precipitadamente, dejando a la mujer con la intriga de saber
qué era lo que ocurría a su sobrina. Aparentemente Lola era una
persona sana. Hablaría con Bea por si ella sabía algo del asunto.
Eulogia salió del hospital y se dirigió a la parada del bus sin
dejar de dar vueltas a las palabras del médico. Pensó en ir
directamente a casa de su sobrina Beatriz pero se sentía demasiado
cansada, así que se fue a su propia casa y cuando llegó se metió
en la cama. Le dolía terriblemente la cabeza y necesitaba descansar.
En cuanto se levantara recuperada de su jaqueca llamaría a Bea. Lo
que no sospechaba la buena mujer es lo que había dejado detrás en
el hospital. Todavía se encontraba en la parada del bus cuando los
aparatos a los que estaba conectada Lola comenzaron a registrar
fallos en su cuerpo. La respiración se ralentizó, la tensión
arterial bajó y el corazón dejó de latir. De nada sirvieron los
esfuerzos del personal del hospital para reanimar a la mujer. A las
cinco y media de la tarde no pudieron hacer otra cosa que certificar
su muerte.
Bea recibió el aviso cuando estaba a punto de salir precisamente
hacia el hospital. La noticia la dejó inquietantemente impasible. Lo
mismo había sentido cuando le comunicaron el accidente y aunque al
principio le pareció una reacción preocupante, finalmente la aceptó
como parte de todo lo que estaba ocurriendo y había ocurrido a lo
largo de su vida. Lola no había sido una buena hermana y nunca le
había tenido cariño. Sería ridículo comenzar a tenérselo a la
hora de su muerte.
Los dos días siguientes fueron ajetreados y tensos. Ocuparse de
todos los tramites legales y de la celebración del funeral tuvieron
ocupadas tanto a Bea como a su tía Eulogia, la cual ni siquiera
recordó sus intenciones de preguntar a su sobrina si sabía algo de
la dolencia de Lola. Sólo cuando todo pasó y ambas pudieron por fin
reunirse para tomar un café con tranquilidad en la casa de Bea, la
tía sacó a relucir el tema.
-Oye Bea, cuando te comunicaron la muerte del tu hermana... ¿cuál
te dijeron que había sido la causa de la muerte?
Bea miró a su tía como si ésta hubiera dicho la mayor tontería
del mundo. Lola había tenido un grave accidente y su muerte se había
debido a las complicaciones producidas por las lesiones que aquél le
había provocado. No había más.
-Pues.... un fallo cardíaco. Ya sabes que había tenido unas cuantas
crisis. Al final no pudo superarlas – respondió finalmente.
-Si pero... ¿No te dijeron qué provocó ese fallo en el corazón?
-Pues.... no. Supongo que no era necesario, dado el estado en el que
se encontraba. ¿A qué viene tanta pregunta?
Eulogia se disponía a poner al corriente a su sobrina de la
conversación que había tenido en la UCI unas horas antes de la
muerte de Lola, cuando sonó el timbre. Beatriz acudió a abrir y
para su sorpresa el que estaba al otro lado era el policía
incompetente Lupino. Hacía tiempo que no sabía nada de él, de
hecho creía que ya había abandonado las investigaciones.
-Buenas tardes -dijo de manera escueta - ¿Podemos hablar?
-Pues.... sí, pase.
Hizo pasar al policía hasta el salón donde Eulogia terminaba de
tomar su café. Los labios finos de Lupino se contrajeron en un gesto
de contrariedad al descubrir la compañía. Deseaba hablar con Bea a
solas, quería que fuera la primera en saber el resultado de sus
pesquisas.
-Si no le importa, me gustaría hablar con usted a solas – dijo sin
el menor pudor – Lo que tengo que decirle es un poco.... delicado.
Eulogia se levantó y se despidió, sabedora de que finalmente su
sobrina le pondría al corriente de lo que aquel estúpido policía
tuviera que decirle. Cuando finalmente se quedaron solos Bea ofreció
un café al policía, y una vez servido, se dispuso a escucharlo.
-¿Le suenan a usted los laboratorios Rucabar y el nombre de
Marta Caravia? - preguntó el policía dándose aire de interesante.
-Pues.... no. No me suenan de nada.
-Lo imaginaba. Tienen mucho que ver con su hermana y con la
enfermedad de su hermana. Ya sé que ha muerto de un lamentable
accidente, pero sepa usted que se hubiera muerto de todas formas.
Estaba gravemente enferma a causa de un experimento financiado por
los mencionados laboratorios.
-No entiendo nada – manifestó Bea perpleja.
-Pues prepárese para escuchar una historia de los más
rocambolesca, pero no se la voy a explicar yo. El inspector Márquez
quiere hacerlo personalmente. Me ha enviado a buscarla. Si esta usted
dispuesta podemos ir ahora mismo a la comisaría. Si no, me ha
encargado concertar una cita con usted.
-Vamos ahora mismo. No aguanto de la curiosidad.
Bea hizo el trayecto en silencio mientras el policía conducía y
despotricaba a la vez. Pensaba en la tal Marta Caravia, rebuscando en
el fondo de su memoria, entre sus amigas del instituto, de la
Universidad, incluso del colegio, pero solo conseguía recordar a
Marta Alperi, una niña coja que se había marchado a vivir a
Inglaterra con sus padres en el segundo año de Instituto.
Llegaron a la comisaría y se dirigieron al despacho del comisario,
que los esperaba con gesto adusto. Indicó a Bea que se sentara y
Lupino hizo lo propio al lado de Márquez. Éste no se anduvo con
muchos rodeos.
-Tengo que ponerle al corriente de nuestras investigaciones. Por
fin han dado sus frutos. Ya sabemos por qué su hermana quería
acabar con usted – dijo con una sonrisa estúpida y un tono de voz
condescendiente y altanero.
-Yo también – manifestó Bea – Al parecer hay un fideicomiso
que nos dejó un tío....
-No, no, no siga por ahí. Sé de la existencia de ese fideicomiso
y créame que nada tiene que ver con las intenciones de su hermana.
Éstas eran mucho más.... sórdidas. Verá, hace unos años su
hermana se ofreció para un experimento en un laboratorio. Al parecer
no estaba pasando una buena racha económica y necesitaba dinero. Los
laboratorios Rucabar acababan de abrir una filial en Estados Unidos,
dirigida por una tal Marta Caravia. En aquellos momentos estaban
probando un medicamento nuevo contra la hipertensión, o al menos es
lo que ellos decían, y su hermana, que era hipertensa desde hacía
unos años, se ofreció a probarlo. Pagaban altas cantidades de
dinero. La verdad es que sorprende que con lo lista que parecía su
hermana no sospechara nada.
-No sospechara nada sobre qué – preguntó Beatriz totalmente
sorprendida ante el giro que estaban dando los acontecimientos.
-Sobre la desorbitada cantidad de dinero que pagaban para ser un
simple medicamento para la hipertensión. No lo era. Era una
sustancia hasta entonces probada solo con ratones y con monos que
impedía del desgaste de las células, es decir, era, o pretendía
ser, el elixir de la eterna juventud. Pero resultó que aunque en los
animales había dado resultado, en algunos humanos hacía el efecto
contrario. Envejecía algunos tejidos y alteraba el sistema
inmunitario. A su hermana le destrozó el corazón y necesitaba un
trasplante. Pero es que además, al tener alterado su sistema
inmunitario, el corazón que necesitaba solo podría provenir de
alguien que compartiera con ella un alto porcentaje de ADN. ¿Me
sigue?
-Creo que sí. Lo que me está queriendo decir era que mi hermana
quería mi corazón. Lo que no entiendo es... la parafernalia que
montó.
-Bueno.... supongo que era una manera sutil de intentar dejar las
menores pruebas posibles. Gutierrez contactó con Marta Caravia, que
ante el fracaso del experimento regresó a España con el rabo entre
las piernas, la cual se comprometió a hacer que el laboratorio
corriera con los gastos de la operación de su hermana. Lo que
pretendían eran volverla a usted loca, desequilibrarla mentalmente e
internarla en una institución llamada El Remanso, una clínica de
reposo privada, propiedad de un hermano de Marta Caravia, en la que
usted ya tenía reservada plaza. Allí acabar con su vida sería
mucho más fácil y discreto.
Bea se quedó pensativa unos minutos, intentando asimilar la
información recibida. Todo aquello constituía una sorpresa para
ella, aunque en realidad que las intenciones de su hermana eran
acabar con ella ya lo sabía, daba igual que fuera por el maldito
fideicomiso que por su corazón. En aquellos momentos sintió
felicidad por la muerte de Lola y ni una pizca de culpabilidad por
ello.
-¿Y Raul? ¿Qué pinta Raul en todo esto? Sé que nunca me tuvo
demasiadas simpatías pero....
-Raul y Marta Caravia eran amantes desde hacia tres años, de
hecho, al parecer, estaban planeando huir juntos a algún lugar de
Sudamérica en cuando su hermana se hubiera recuperado. Por eso
estaba metido en el fregado y conocía todos y cada uno de los
pormenores del plan. Marta ha sido detenida esta mañana y Raúl esta
custodiado por dos policías en el hospital. Será detenido en cuando
le den el alta.
-Si me permite preguntarlo ¿cómo ha llegado a esta conclusión?
¿Y por qué no me han dicho nada antes? He estado en peligro todo
este tiempo.
-Por supuesto que no. La teníamos bajo vigilancia. Pero la
investigación era muy delicada y no podíamos dar un paso en falso.
Comenzamos a tirar del hilo precisamente por una imprudencia de Raul.
Visitó los laboratorios de manera intempestiva y lo vimos en actitud
cariñosa con Marta Caravia. Casi por casualidad vimos el nombre de
Lola en los archivos del laboratorio. Un hacker informático que
trabaja para nosotros consiguió introducirse en ellos. Y lo demás
fue surgiendo poco a poco. Ya todo ha terminado. Puede usted estar
tranquila. Y..... bueno... no sé si decirle que siento lo de la
muerte de su hermana.
-Pues yo no lo siento nada – dijo Bea disponiéndose a marchar –
Muchas gracias por todo comisario. Y a usted también Lupino. Espero
no volver a verles nunca más, o al menos no por cosas tan
desagradables.
Bea salió la calle y entornó los ojos ante la claridad de un sol
que lucía resplandeciente. A pesar de lo que acababa de escuchar se
sentía bien, feliz, liberada, salvo por Rebeca. No le iba a sentar
nada bien a su amiga saber quién era en realidad su marido. Pero la
vida es así de dura y de todo se sale. Con el tiempo superaría la
ruptura, al fin y al cabo ella tampoco había sido una santa.
Tomo un taxi y se dirigió a casa de su tía Eulogia. Había quedado
allí con Richi para comer. Se iban a quedar de piedra cuando les
contara la realidad de lo ocurrido. Se le vino a la cabeza el
fideicomiso. Pronto cumpliría los cuarenta. Lo iba a celebrar de
manera grandiosa. Tal vez un viaje a Atenas con Richi. Miró por la
ventanilla y por primera vez en mucho tiempo sonrió tranquila.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario