El capitán Pierre Renó se levantó apresuradamente de su mesa
tirando la silla sobre la que había permanecido sentado en las
últimas horas, tras de sí cayeron esparcidos por el suelo el
cuaderno de bitácora, mapas y los artilugios con los que se
encontraba trazando la próxima ruta rompiendo así la pulcritud de
su camarote. Abrió la puerta sin tomar ningún tipo de precaución,
apenas tuvo cinco segundos para ver sembrados los cadáveres de sus
compatriotas, mientras se teñía de color escarlata, toda la
cubierta del flamante y moderno barco apodado “Argonaute”, justo
antes de que un cuchillo con más años y experiencia que él en
abordajes acabara con su corta vida.
Al llegar la noche todo había terminado, la invasión y posterior
requiso del botín había llegado a su fin y ahora yo, estaba a bordo
de un barco pirata. Esa misma noche me tocó subir con el joven
portugués apodado “ Hombrecillo” a la torre vigía del palo
mayor para pasar las siguientes desagradables doce horas. Desde
arriba y sintiendo como el húmedo viento penetraba en lo más
profundo de mi ser miraba hacia la cubierta, los piratas festejaban
borrachos de ron y éxito, aun con sangre en sus ropas. Eran en su
mayoría prófugos de la justicia, asesinos y ladrones ya antes de
que se embarcaran en el “Temerary”. A la mayoría de ellos les
faltaba algún miembro, perdido en alguna escaramuza, pero lo que no
les falta era fuerza para seguir viviendo fuere como fuere. Se
adaptaron a esta cruel forma de vida regida por pura supervivencia,
donde el propio enemigo puede ser su compañero de piltra y donde
reinaba la ley del más fuerte y astuto; siendo entre todos ellos el
más respetado y temido, el capitán Barba Larga. La obediencia al
capitán es el valor a la vida. Si alguno de ellos no lo da todo
durante el próximo abordaje o no obedece sus órdenes a raja tabla,
el castigo es pasarlo por la quilla ante todos los demás; entre
gritos, humillaciones. Así es como el capitán mantenía a su
tripulación a raya, solo tenía que escupir el tabaco, cosa que
hacía muy a menudo, para que todos se giraran y estuvieran a su
disposición.
Mientras oteaba el horizonte en la más absoluta oscuridad
Hombrecillo tenía los ojos llenos de ira, pensaba constantemente en
su padrastro quien lo había vendido a estos piratas para que se
hiciera un hombre –Me haré un hombre y lo primero que haga será
ir a por ti, te haré pagar cada vómito, cada golpe, cada una de las
noches de sufrimiento a la intemperie, cada grito y humillación
maldito cerdo- Había aprendido durante los 2 años que llevaba
entre los piratas a manejar el cuchillo y estaba deseando volver a
Lisboa para desembarcar y llevar a cabo su venganza. Aguantaba noche
tras noche el fuerte y gélido viento que golpeaba su rostro, con el
cuerpo aterecido, temblando con el continuo chasquido de dientes. La
niebla seguía espesa, las olas de varios metros levantaban la nave y
hacían oscilar varios metros la cofa, su pelo rizado estaba mojado
mientras seguía regocijándose con sed de venganza, es lo que le
daba fuerzas para continuar soportándolo. Fue, sin lugar a dudas, la
noche más horrible de mi vida.
El sol ya había salido, no se veía ningún pirata sobre la
cubierta, la guardia ya estaba terminando cuando Hombrecillo gritó:
-¡Barco a estribooor!
Barba larga, apareció unos minutos después de su segundo de abordo,
el único que no bebía de todos los tripulantes, cosa que hacía que
desconfiaran aún más de él y del que también se decía que nunca
dormía, si bien es cierto que todos ellos dormían con un ojo
abierto y otro cerrado. Cuando Barba Larga se puso a su lado él
señaló hacia el sudoeste, el capitán cogió el catalejo y miró
por el ojo que le quedaba, tardó un rato en poder enfocar pero al
fin pudo distinguir una leve sombra tras la niebla.
- ¡Arrrr! ¡Barco a estribor! ¡Moveros malditos holgazanes!- Ordenó
el capitán y todos los que estaban en cubierta, menos el cocinero y
su ayudante, comenzaron sus obligaciones para la caza.
Durante dos días y aprovechando la niebla, en la que el capitán
Barba Larga se manejaba como pez en el agua, estudiaron a su ingenua
víctima. El segundo de a bordo y el capitán escudriñaron el navío
hasta que este gritó -¡Navío inglés!
-¡Izad bandera inglesa!- gritó el segundo con un tono de voz que
imponía respeto. En breves minutos oteaba una bandera inglesa en el
palo mayor.
Necesitaron otras dos lunas para el profundo estudio del gran navío
inglés, preparar el abordaje y que las condiciones fuesen las
favorables; durante las cuales solo hubo ron para el capitán, lo que
aumentaba las ansias de invadirlo lo antes posible.
Todo estaba listo y tras el invisible acecho la niebla se hizo aún
más espesa poniendo el escenario perfecto para el ataque.
Se acercaron en posición de ventaja, bajaron a los botes los
primeros piratas y sigilosamente remaron para trepar hasta la
cubierta del navío inglés, una vez allí siguiendo la tantas veces
repetida estrategia, acabaron silenciosamente con la vida de muchos
para posteriormente encender el faro de la señal. Ya podía subir el
resto. Estuve en la tremenda lucha con Hombrecillo, los adversarios
eran hombres de honor y hubo muchísimas pérdidas humanas por ambos
lados, pero de nuevo el capitán barba larga y sus hombres salieron
victoriosos. Por la noche mientras los piratas cambiaban de barco el
enorme tesoro obtenido, y antes de que Hombrecillo subiera a su turno
en la torre de vigía decidí abandonarlo.
La victoria dio lugar al festín y tras observarlo, me di cuenta que,
para él, Barba Larga, se servía el mejor plato de comida, su
segundo le protegía como el más leal de los perros, su tripulación
le respetaba, sus enemigos le temían, él fue el elegido. De un
brinco me instalé cómodamente. Probé por primera vez la sangre con
sabor a ron, me gustó. Sin duda sería toda una aventura ser el
piojo de Barba larga.
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