Otra de piratas - Marga Pérez

                                          



Como todos los días de la última semana Fernando entró en casa agitado y preguntando a voces si había llegado el cartero, pero ya su madre le estaba esperando en la cocina con la carta en la mano y sonrisa cómplice, como si pusiese algo.
Sin decir ni mu se la quitó de las manos y de un par de zancadas llegó al cuarto de baño donde se encerró para poder leerla con tranquilidad. Ansioso y expectante rasgó el sobre y sentado sobre el retrete se dispuso a leerla.

“Querido nieto: Recibí tu cariñosa carta y entiendo tu entusiasmo e intriga, un secreto de familia no se descubre todos los dias y ,ya sabes ,que nadie de la nuestra lo conoce, ni tan siquiera tu padre, pero estoy dispuesto a revelartelo ya que te has comprometido conmigo a que vas a estudiar y forjarte un futuro. Confío en tu palabra , sabes que después puedes hacer lo que quieras con la información que te voy a dar, guardártela, pasársela a otras personas o dejar que muera contigo.

Yo ya estaba dispuesto morir con ella, pero veo en ti más de lo que yo tuve cuando la recibí de mi padre, y se que vas a hacer lo correcto .
Dicho todo esto paso a revelarte nuestro gran secreto.
No se si oíste hablar alguna vez de Benito Bonito, era mi abuelo, para más señas, portugués ,y se dedicaba a la piratería, si hijo, era un pirata .
Un pirata de esos de pata de palo, con parche en el ojo y cara de malo para desgracia de su familia, si, un truhán, capitán de un barco que tenía por bandera un par de tibias y una calavera , como cantaba Sabina.
O¿Creiste que sólo era una canción? Para mi era otra cosa , es más, siempre veía el dedo acusador cuando la oía.
Si hijo, mi abuelo Benito se apoderó en 1819 de un barco cargado de oro que partió del puerto de Acapulco y lo escondió en la Isla del Coco, en el océano pacífico a unos 480 Km. al sudoeste de Costa Rica.
Tengo a buen recaudo el mapa con la situación de la Isla y de los tesoros en ella escondidos por mi abuelo, por si en algún momento quieres buscarlos, también he dispuesto en mi testamento, por si muero antes, que llegue directamente a ti en un sobre lacrado.

Pues el abuelo Benito, como te decía, debía ser un pirata de armas tomar, le conocían por “espada sangrienta” y murió a los dos años de esconder este último tesoro mexicano que te cuento, sin haberlo recuperado pero dejando varias pistas sobre su situación.
Hacia 1880, el nieto de uno de los hombres que había navegado con él, enseñó el mapa a un aventurero alemán que se desplazó a vivir a la Isla, pero tras 19 años excavando y pasando mil calamidades sólo encontró un doblón de oro y otras cinco monedas españolas. Murió pobre en Nueva York en 1930 y dos años después de su muerte se encontró uno de los tesoros de Benito, más o menos en el mismo lugar que señalaba el mapa.
Aparecen señalados, en el mapa que yo tengo, los tres tesoros escondidos por él, por lo que todavía están allí dos esperando que los descubran.
Estarás pensando que por qué no fui yo a buscarlos. Si, era como tu, inquieto, aventurero, con pocas ganas de estudio y tranquilidad, pero no tenía dinero y en casa hacía falta que trabajase, pero nunca renuncié a cumplir mi sueño.
Ahora se que ya no es posible, estoy viejo y enfermo, pero se que lo podré cumplir en ti o en alguno de tus descendientes, siempre habrá uno que además de ser como nosotros tenga también los medios necesarios.

Querido nieto, esta es mi herencia para ti, cógela con el cariño con que te la envío, pero ten fría la cabeza y cumple con lo prometido. Que tengas más suerte que otros, y, si la recuperas, haz algo con ella para que el apellido Bonito no aparezca sólo ligado a un pirata “

Te quiere tu abuelo Daniel


Fernando leyó varias veces la carta y con el corazón encendido la dobló y escondió en su habitación entre sus cosas.
Cuando salió a comer todo había cambiado , sus padres estaban tristes y su madre hasta lloraba.

-¿Qué pasa? dijo Fernando, sospechando la respuesta
- El abuelo Daniel, ha muerto.

Las lágrimas acuden a sus ojos y la tristeza inunda todo su ser pero poco a poco siente que nace en él el deseo irrefrenable de hacerse un hombre de provecho cumpliendo así con la promesa que le había hecho a su querido abuelo.










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