Aquella
tarde hacía un sol de justicia, todo el mundo buscaba la sombra para
cobijarse de los ardientes rayos del sol. Acompañaba como cada
jueves a mi tía Engracia, ingresada en una residencia de ancianos
cerquita de mi casa.
Nada
inducía a pensar que no iba a ser una tarde más de aquel caluroso
verano, hasta que el conductor de una ambulancia llamó al timbre
para que le abrieran la verja de entrada, como tantas veces habíamos
presenciado. Sólo que en esta ocasión, un gato
adormilado en mitad del patio debido al bochorno, no se percató de
la maniobra y el conductor tampoco lo vio, quien tras abrirse por
completo la verja, arrancó de nuevo la ambulancia para entrar en el
recinto. Gracias al instinto de supervivencia que tienen dichos
animales, notó el movimiento del vehículo y asustado pegó un gran
salto, abandonando súbitamente su placentero descanso. Fue en ese
instante y con gran sorpresa, cuando el conductor se enteró de su
presencia, teniendo que pisar el freno
hasta el fondo para no pillarlo, pero ya el minino había saltado y
calculando mal la maniobra de aterrizaje se coló por una de las
ventanas de la planta baja.
Ninguno
de los allí presentes estábamos atentos a lo que estaba ocurriendo,
tantas veces habíamos presenciado y vigilado aquella llegada, que
tan sólo unos pocos curiosos ávidos de reconocer a quien traía o
se llevaba, se giraban para mirar.
Más
en esta ocasión todas las miradas fueron a parar a la habitación en
la que había aterrizado el gato. Se oyó un gran estruendo y
griterío, según supimos más tarde, al caer el animal justo encima
de la bandeja
donde una auxiliar acababa de depositar un pañal
bien cargadito de deposiciones.
Tras
superar la primera impresión, comenzó a agitar un pañuelo
para echar al gato de la habitación, quien asustado se subía por
las paredes tiñéndolas de marrón. Al final y tras segundos de
tensión, el asustado minino terminó en la vecina cocina, y allí,
colador
en mano, una de las cocineras pudo echar al animal de nuevo para el
patio, donde se le vio poco después, cobijado a la sombra de un
árbol, lamiéndose las patas para limpiarse del aterrizaje marrano.
Estupefactos,
patidifusos y boquiabiertos nos quedamos los presentes, porque de lo
sucedido en el interior no sabíamos nada, tan sólo los gritos y
ruidos que pudimos oír, pero al ver correr tras el animal a las dos
trabajadoras, una con el colador en la mano y otra con el uniforme
lleno de mierda, no paramos de reír en toda la tarde, eso a pesar de
la gran arruga
que se le formó en la nariz a la directora por lo enfadada que
estaba con todo el asunto del gato.
Durante
lo que restó de verano no paramos de reírnos al recordar aquel
suceso tan extraño, pero desde entonces, cada vez que entra o sale
la ambulancia, hay alguien que controla donde está el gato y que no
se ponga a tiro de nadie.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario