Blus para una princesa - Marga Pérez



-Por fin es viernes!!Se dice Luis saliendo del curro .

Más contento que de costumbre se encamina hacia su casa, donde el sofá le espera para dar esa cabezadita larga y relajada tras la comida familiar .

Hoy es el único día que coincide con su madre y su hermana para comer, ya que por ser viernes termina a las dos y no a las diez de la noche como el resto de la semana.



La comida familiar empieza cuando el llega, y, a los treinta minutos, termina, cuando su hermana se levanta para recoger la mesa. Todo ello sin haber dicho ni una sola palabra, aprovechando Luis el momento de la limpieza para poner la tele y lanzarse a la posición horizontal.



A las seis sale, como todos los viernes, se dirige al bar de Paco, esperando encontrar allí a alguien con quien continuar de bar en bar hasta que el cuerpo aguante.

Viernes tras viernes el cuerpo de Luis aguanta de chiripa la verticalidad hasta que le dejan sólo frente a su casa, que, con paso vacilante y mirada extraviada no siempre consigue alcanzar.

A él, lo mismo que a Dinio, la noche le confunde.

Hoy en el bar de Paco no hay nadie, sólo Paco. Está sentado tras la barra y, como adormilado, escucha la música, que más alta que de costumbre resuena en todo el local.

Tras el “no saludo” habitual se acomoda en su mesa, desde la que controla, estrategicamente el movimiento de la puerta y lo que echan en la tele.

Pero hoy no hay movimiento ni de puerta ni de tele, está apagada.

Medio tumbado en la silla y observando indolente el móvil, se deja envolver por la voz negra, que acompañada de una guitarra rítmica y una armónica melodiosa llenan su tiempo de nostalgia y vacío, sin tan siquiera darse cuenta.



-Eh Paco, trae una cerveza!

Cuando Paco, mecanicamente se acerca, le pregunta:

-¿Quien es este que canta? ¿sabes?

- Si, es Taj Mahal, era mi preferido de joven.

-Ah!. A Luis le sonó lo de Taj Mahal a otra cosa pero no tenía muy claro a qué, así que no dijo nada y cada uno volvió a lo suyo.



La cerveza se la bebió de dos tragos, pidió otra y, poco a poco, a ritmo de blues, el alcohol fue entonando las sufridas neuronas que aún le quedaban.

La puerta sigue sin moverse, el bar se oscurece y, como si de un juego de luces mágico se tratase todo se encendió a la vez: la barra, las mesas, la fachada . Así como: la televisión, la tragaperras, la máquina del tabaco y hasta la cafetera. Todas haciendo ruido.

No se si la música bajó el volumen o si se oía menos por efecto de los demás ruidos, se que pasó a un segundo plano y como si de un imán se tratase, Luis quedó embobado mirando la televisión, que en ese momento retransmitía la entrega de los premios princesa de Asturias desde el Campoamor.



-Otra vez los premios, como pasa el tiempo! Pensó, como buen asturiano, empinando la botella y fijándose en la mujer ya mayor pero atractiva, que situada frente al micro se dirigía a un público silencioso.

Luis siguió mirandola absorto, pero, ¿vería que dejó de leer y se convirtió en otra, más apasionada, transformada, diferente, que declamaba...”Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mi pensando en cosas que estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen, sigo dando vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca...” Al oir lo de frío recordó su cerveza, comprobando con disgusto que ya estaba caliente



-Paco, otra cerveza, bien fría!!



En la tele Nuria Espert continúa ”... Todo está acabado...y, sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto, y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta...” la sirena de una ambulancia se acerca interrumpiendo con alivio el monólogo, que por no entender, se le está haciendo insoportable.



La puerta empieza a tener movimiento, entran varios vecinos nerviosos y espectantes ante la ambulancia parada en la acera y todos ven descender a varias personas uniformadas, que a toda velocidad preparan el equipo para atender a alguien del edificio.



Un hombre joven, con la ropa manchada de sangre, sale de estampida del portal y llora desconsoladamente con la mirada de un animal herido.



Enseguida, la sombra del maltrato surge por lo cotidiano, pero en el corrillo vecinal alguien comenta su historia, la historia de Yasin.

Vive aquí desde hace varios años, con su mujer Uma, y que, paradojas del destino, llegan huyendo de la miseria de India bromeando con ellos, por ser “rico” el significado de su nombre.

Luis se entera también que Yasin adora a Uma, todos creen que está locamente enamorado de ella y para más inri a punto de tener un hijo.



Yasin, con la ropa manchada de sangre, llora desconsoladamente.Uma, su compañera, su mujer, su princesa, su amada, su todo, acaba de morir en sus brazos desangrada en un mal parto y siente como expresa el poeta:


Lloraba un alma enamorada

lágrimas, dolor, pena, llanto

un corazón entona su triste canto

una mano, cansada, tras su ventana cerrada.



Allí desde su palacio, desde su ventana

admira aquella lágrima blanca

poesía hecha arte, arte que la pasión arranca

para ti, mi amada, mi esposa, mi alma hermana.



Luis ve entre los grupos que se arremolinan frente al bar a uno de sus colegas . Juntos entran y piden unas cervezas.

-Qué tal tronco? Pregunta a Luis

-Bah! sin novedad, como siempre

-Paga, anda!y vámonos a otro sitio aquí hay mal rollo.



Juntos desaparecen, Taj Mahal canta un blues , Yasin llora a su princesa y Paco, como cada día, regresa a atender la barra.
























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