Desde
mi ventana podía verlo. El Taj Mahal. El lugar más preciado de mi
reino. Era un tesoro de incalculable valor pero aún más valioso es
lo que guarda en su interior. Mi hermosa emperatriz descansaba bajo
esa inmensa bóveda de arenisca roja revestida de mármol blanco.
Ahora,
que mi tiempo ha pasado y mi cuerpo es viejo y débil, mi único
consuelo es observar, a través de la ventana de mi prisión, el
lugar de descanso de mi amada emperatriz mientras ansío reunirme con
ella en el más allá.
Cuando
miro ese hermoso jardín, que ella mismo diseñó y el inmenso
edificio que constituye la mejor de mis obras como emperador, me
resulta fácil dejar vagar mi anciana mente hasta los mejores
momentos de mi vida.
Uno
de esos bellos momentos es cuando la conocí en mi niñez. Vivía
rodeado de oro y joyas. Las masas clamaban por mi hasta me hicieron
el gran honor de recibir como ofrenda mi propio peso en oro y piedras
preciosas, pero el mayor regalo que recibí en mi vida fue del
destino cuando a través de un matrimonio concertado me casé con mi
amada emperatriz.
Es
natural que un hombre de mi posición viva rodeado de concubinas,
esclavas y una decena de esposas obtenidas por compromiso para
mantener la paz entre los reinos y tener futuros herederos, pero ella
era especial. A diferencia de las demás, me fascinaba con su
carácter y me hacia sentir lo que ninguna otra persona era capaz.
Cada momento que pasaba con ella era muy preciado haciéndonos pensar
que estaríamos juntos por toda la eternidad.
Ella
estuvo a mi lado cuando mi padre me honró otorgándome el titulo "El
rey del mundo". Y como tras su trágica muerte y la desaparición
de mis rivales subí al trono. Juntos con mi inmenso poder y sus
consejos extendimos la paz y la felicidad en mi reino haciéndolo más
prospero que en generaciones anteriores.
La
vida nos sonrió hasta cuando la guerra estalló a causa de las
revueltas en las distintas provincias de mi imperio. Salimos
triunfantes y vencedores, parecía que no había enemigo al que no
pudiéramos derrotar. Nunca hubiéramos esperado que algo tan mundano
como un parto difícil pudiera separarnos.
Pero
así fue, a pesar de mi infinito poder y mis riquezas me vi obligado
a ver impotente como mi amada se debilitaba cada vez hasta
desfallecer y ser arrebatada de mi lado. Pero no sin antes expresarme
su deseo. Ún último deseo al que consagraría mi vida a hacerlo
realidad. Que le construyese un mausoleo más sublime que cualquier
otro que hubiese visto el mundo.
No
podía fallarle. Sin importar lo que costara o el tiempo que hiciera
falta para conseguirlo comencé la creación de la mejor construcción
que hubiese visto el mundo. Mas de veinte mil hombres trabajaron sin
descanso para hacer este sueño una realidad.
Mas
de veinte mil obreros trabajaron a destajo en su construcción.
Hombres que necesitaron de mucha comida para trabajar a pleno
rendimiento y como consecuencia muchos otros lugares de mi reino
sufrieron de hambruna haciendo que el amor de mi pueblo y mi gloria
como emperador desapareciesen poco a poco. Pero cualquier precio era
pequeño comparado con hacer realidad la última petición de mi
amada emperatriz.
Después
de veintidós años mi mejor obra estuvo finaliza y mi amada podría
descansar en paz bajo su gran cúpula mientras su recuerdo vive para
siempre. Durante los años posteriores, la visité en cada aniversario
para recordar todos esos hermosos momentos que compartimos juntos.
Ya
no hacia falta que acudiera, ahora veía su lugar de descanso todos
los días desde la prisión en que me encerró mi hijo cuando se
apoderó del trono. No me importaba ni tampoco me preocupaba mi reino,
sabía que en sus manos viviría nuevos días de paz y prosperidad.
Ahora solo tenía un anhelo y no tenia más que esperar. Sabía que
no faltaba mucho para que me reuniera con ella en el paraíso. El
resto del mundo espera que lo recibieran setenta y dos vírgenes en
el paraíso yo solo quería a mi emperatriz. Solos los dos para toda
la eternidad.
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