El último deseo de la emperatriz - Eduardo Gómez

                                       

Desde mi ventana podía verlo. El Taj Mahal. El lugar más preciado de mi reino. Era un tesoro de incalculable valor pero aún más valioso es lo que guarda en su interior. Mi hermosa emperatriz descansaba bajo esa inmensa bóveda de arenisca roja revestida de mármol blanco.
Ahora, que mi tiempo ha pasado y mi cuerpo es viejo y débil, mi único consuelo es observar, a través de la ventana de mi prisión, el lugar de descanso de mi amada emperatriz mientras ansío reunirme con ella en el más allá.
Cuando miro ese hermoso jardín, que ella mismo diseñó y el inmenso edificio que constituye la mejor de mis obras como emperador, me resulta fácil dejar vagar mi anciana mente hasta los mejores momentos de mi vida.
Uno de esos bellos momentos es cuando la conocí en mi niñez. Vivía rodeado de oro y joyas. Las masas clamaban por mi hasta me hicieron el gran honor de recibir como ofrenda mi propio peso en oro y piedras preciosas, pero el mayor regalo que recibí en mi vida fue del destino cuando a través de un matrimonio concertado me casé con mi amada emperatriz.
Es natural que un hombre de mi posición viva rodeado de concubinas, esclavas y una decena de esposas obtenidas por compromiso para mantener la paz entre los reinos y tener futuros herederos, pero ella era especial. A diferencia de las demás, me fascinaba con su carácter y me hacia sentir lo que ninguna otra persona era capaz. Cada momento que pasaba con ella era muy preciado haciéndonos pensar que estaríamos juntos por toda la eternidad.
Ella estuvo a mi lado cuando mi padre me honró otorgándome el titulo "El rey del mundo". Y como tras su trágica muerte y la desaparición de mis rivales subí al trono. Juntos con mi inmenso poder y sus consejos extendimos la paz y la felicidad en mi reino haciéndolo más prospero que en generaciones anteriores.
La vida nos sonrió hasta cuando la guerra estalló a causa de las revueltas en las distintas provincias de mi imperio. Salimos triunfantes y vencedores, parecía que no había enemigo al que no pudiéramos derrotar. Nunca hubiéramos esperado que algo tan mundano como un parto difícil pudiera separarnos.
Pero así fue, a pesar de mi infinito poder y mis riquezas me vi obligado a ver impotente como mi amada se debilitaba cada vez hasta desfallecer y ser arrebatada de mi lado. Pero no sin antes expresarme su deseo. Ún último deseo al que consagraría mi vida a hacerlo realidad. Que le construyese un mausoleo más sublime que cualquier otro que hubiese visto el mundo.
No podía fallarle. Sin importar lo que costara o el tiempo que hiciera falta para conseguirlo comencé la creación de la mejor construcción que hubiese visto el mundo. Mas de veinte mil hombres trabajaron sin descanso para hacer este sueño una realidad.
Mas de veinte mil obreros trabajaron a destajo en su construcción. Hombres que necesitaron de mucha comida para trabajar a pleno rendimiento y como consecuencia muchos otros lugares de mi reino sufrieron de hambruna haciendo que el amor de mi pueblo y mi gloria como emperador desapareciesen poco a poco. Pero cualquier precio era pequeño comparado con hacer realidad la última petición de mi amada emperatriz.
Después de veintidós años mi mejor obra estuvo finaliza y mi amada podría descansar en paz bajo su gran cúpula mientras su recuerdo vive para siempre. Durante los años posteriores, la visité en cada aniversario para recordar todos esos hermosos momentos que compartimos juntos.
Ya no hacia falta que acudiera, ahora veía su lugar de descanso todos los días desde la prisión en que me encerró mi hijo cuando se apoderó del trono. No me importaba ni tampoco me preocupaba mi reino, sabía que en sus manos viviría nuevos días de paz y prosperidad. Ahora solo tenía un anhelo y no tenia más que esperar. Sabía que no faltaba mucho para que me reuniera con ella en el paraíso. El resto del mundo espera que lo recibieran setenta y dos vírgenes en el paraíso yo solo quería a mi emperatriz. Solos los dos para toda la eternidad.





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