Me parece mentira
estar aquí, delante de este maravilloso palacio, paseando por estos
jardines que parecen guardar dentro de sí la esencia del
romanticismo. Camino despacio y me dejo llevar por el hechizo de
estos jardines, tan simétricos, tan coloridos, tan naturales. Dirijo
mi pasos lentamente hasta la edificación de mármol, que adrede he
dejado para el final, y subo los escalones de acceso al mausoleo
todavía más despacio, empapándome de una intensidad casi
sobrenatural, inmensa, impresionante. Una fuerza que proviene de no
sé dónde me empuja a tocar el mármol para comprobar que es real y
no un espejismo ni un sueño. Cojo de la mano a Nahim, y perdiéndome
en la negrura de sus ojos, avanzamos y entramos, hasta perdernos
dentro del juego de luces que el sol produce al cruzar las
cristaleras de colores. Dentro la visita es corta y cuando de nuevo
salimos al exterior nos sentamos al borde del estanque y nos dejamos
abrazar por la puesta de sol que tiñe de dorado el aire y el cielo.
Todo suena muy
romántico ¿verdad? Y seguramente lo sea, pero nadie se imagina la
odisea que yo he tenido que pasar para llegar hasta aquí. Porque
visitar el Taj Mahal siempre fue el sueño de mi vida, desde
pequeñita. La cultura asiática me atrae enormemente en general y
este precioso mausoleo en particular. Mi ex novio Fran, Francisco
Martinez Antúnez, mi novio desde que tenía yo quince años, lo
sabía, pero como yo siempre fui su segunda opción, nunca tuvo
tiempo para hacer conmigo este maravilloso viaje.
Le conocí en
nuestro tercer año en la Universidad, yo estudiaba derecho y él
económicas. Era un chico guapísimo, alto, bien parecido, simpático,
con una sonrisa encantadora.... le gustaba a casi todas, pero él me
eligió a mí y durante aquellos últimos años de estudio fuimos muy
felices. También lo fuimos durante el tiempo en que, recién
terminados los estudios, no sabíamos bien qué hacer con nuestra
vida y dábamos tumbos aquí y allá, llamando a una puerta tras
otra, buscando un trabajo que todavía tardaría una tiempo en
aparecer. Y como las cosas buenas siempre tienen un final, aquel
mundo idílico y maravilloso se terminó el día en que a Fran lo
contrataron en una multinacional y comenzó su vida de ejecutivo
agresivo. Al principio no se notó mucho, pero a poco yo fui pasando
a ocupar un lugar secundario en su mundo. Entre tantas reuniones y
viajes yo no tenía sitio. Dejamos de ir al cine, de pasear los
domingos por la tarde cogidos de la mano, de correr por la ciudad
bajo la lluvia, de ver películas por las noches tirados en el sofá
tapados con una manta, dejamos de hacer las cosas normales que nos
gustaba hacer, porque él no tenía tiempo. Si no estaba de reunión,
estaba de viaje y si no estaba de viaje ni de reunión tenía mucho
trabajo y llegaría tarde a casa. Así un día tras otro, un mes tras
otro, un año tras otro... hasta que empecé a plantearme si valía
la pena continuar con una relación que cada día me aportaba menos
cosas.
La gota que colmó
el vaso fue su viaje inesperado a Munich cuando habíamos planeado
marchar de vacaciones una semana a Madeira con la intención de
intentar recuperar un poco de lo que había sido lo nuestro. De un
día para otro se cancelaron las vacaciones por culpa de su maldito
viaje de trabajo. De nada me valió protestar, hizo caso omiso a mis
súplicas porque su trabajo era lo primero, así que cuando me llamó
por teléfono desde Munich le dije que ya estaba harta y que no
quería seguir con él, se había terminado. No se lo tomó en serio,
nunca lo hacía, así que siguió llamándome y en una de aquellas
llamadas, después de decirme que todo iba a cambiar y que no
volvería a pasar, me prometió que en cuanto pisara la ciudad nos
iríamos al Taj Mahal. Me quedé muda del asombro y ante semejante
proposición no pude dejar de replantearme mi decisión. A lo mejor
era verdad que iba a cambiar.
-No te preocupes
cariño, yo me ocupo de todo – me dijo.
Supuse que
ocuparse de todo era reservar billetes del avión, hotel y todo eso,
y durante el resto de los días que él permaneció en Alemania, en
los que no me volvió a llamar ni una vez, me dediqué a informarme y
a consultar folletos turísticos que hablaran del magnífico
monumento que íbamos a visitar.
Fran llegó a casa
un sábado por la noche. Yo ya tenía las maletas metidas en el coche
y el coche fuera del garaje para marchar de nuevo al aeropuerto. Sin
embargo mi querido novio me citó en una calle y un número
determinado. Pensé que quería darme una sorpresa previa a nuestra
marcha o algo así y sí, vaya si me la dio. En cuando llegué al
lugar de la cita le vi esperándome en la acera, sonriendo como un
estúpido. Aparqué el coche y fui a su encuentro.
-¿Por qué me has
citado aquí? – le pregunté – ¿A qué hora sale el avión?
-¿Qué avión? –
me preguntó él a su vez – Venimos a cenar aquí. Al Taj Mahal, el
mejor restaurante indú de la ciudad.
Me callé la boca
a pesar de mi decepción y de que me hubiera gustado decirle cuatro
cosas, pero no era el momento ni el lugar y yo siempre fui muy
discreta. Entramos en el restaurante y nos dirigimos a la mesa que
había reservado y cuando comenzó a contarme detalles de su viaje de
trabajo que a mí me importaban un pito, exploté. Monté en cólera
y le dije que me importaba una mierda su trabajo, su viaje, sus
reuniones y aquella cena que daba asco, que el restaurante olía a
curry que tiraba para atrás y que la comida sabía toda igual porque
toda llevaba el mismo condimento. Me puse tan histérica que hasta el
dueño del restaurante se acercó para ver que ocurría.
-¿Sabes lo que
ocurre? – le dije – Ocurre que este tipo, que hasta hoy era mi
novio, me dice que me va a llevar al Taj Mahal y me trae a este
restaurante, ocurre que me tiene harta de sus monsergas y que ya no
aguanto más. Disculpa si te he molestado a la clientela.
Salí de allí
pitando superenfadada y cuando llegué a mi casa lloré como una
idiota. Fran me llamó muchos días y no le cogí el teléfono. Se
había terminado.
Acabar con él
fue lo mejor que pude haber hecho en mi vida, aunque en el fondo
estoy agradecida por haberme llevado a cenar a aquel restaurante.
Porque su dueño, Nahim, indú nacido en la India, es el que por fin
ha cumplido mi sueño de traerme al Taj Mahal. No les voy a contar
cómo ni de que manera, lo dejaremos para mejor ocasión.
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