Paseando por el
bosque me encontré un cristal. Era de color verde. Sin duda alguna,
parte de alguna botella rota. Le di una patada y salió disparado
hacia adelante. Cayó en una zona de sol, con tan mala suerte que
hizo de lupa, y los rayos
concentrados prendieron fuego en la maleza. Intenté apagarlo
pisándolo, pero no fui capaz, así que eché a correr hacia el
colegio, de donde me había escapado, y subí a la habitación de la
torre, la que
usábamos como cuarto de costura. Desde allí tenía un magnífico
panorama del bosque. Para mi sorpresa no pude ver fuego, ni siquiera
humo, pero eso no alivió mi inquietud, porque lo que sí divisé a
los lejos fue una pareja de civiles llevando un pobre hombre preso.
El hombre caminaba casi a rastras y parecía herido. Sin duda alguna
le habían, echado la culpa del fuego y yo no lo podía permitir.
Salí apurada hacia el despacho de la madre superiora y entré sin ni
siquiera llamar.
-He sido yo, madre, he sido yo. Que no se lo lleven a él –
grité como una posesa.
La mujer me miró desde aquellos ojos gatunos, duros, fríos como
el hielo y me dijo.
-¿Qué nueva fechoría ha hecho, insensata? Con usted ha entrado
en este colegio la indisciplina y el desorden. Pero no abuse, que
Dios lo ve todo.
Se levantó de detrás de su mesa de despacho y bajó a paso ligero
las escaleras que la separaban de la entrada del colegio. Sus hábitos
ondeaban al aire. Salió al exterior y se acercó al portalón a
tiempo para ver a aquel hombre custodiado por los civiles.
-No ha sido él, madre, he sido yo – le decía tirándole de la
manga.
La monja se persignó y murmuró no sé qué letanías. Luego
casi de un empujón me hizo entrar de nuevo en el colegio.
-Déjese de decir tonterías – repuso – Para una vez que no ha
hecho nada....
No estaba yo demasiado convencida, pero conforme fueron pasando los
días, se alivió mi inquietud hasta desaparecer por completo.
Años más tarde, convertida ya en una adulta inquieta por la
falta de libertades en un país sumido en la dictadura, supe que el
hombre que los civiles se llevaban eran un luchador vencido,
escondido en el monte, que finalmente había sido descubierto y al
que se llevaban para hacer justicia, su justicia, la de los
vencedores sobre los vencidos. Tal vez lo hubieran descubierto por
culpa del fuego que yo provoqué. Nunca lo llegaría a saber, pero
aún así intenté purgar mi culpa ayudando a todos aquellos que,
como aquel hombre, lucharon por una libertad que nunca llegarían a
ver.
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