Aquello se les estaba escapando de las manos. El año escolar empezaba y no iban a llevarla a clase aún con chupete.
Habían
intentado desengancharla durante las vacaciones de verano. Porque
estaba comprobado que su hija era una yonki
de los chupetes. Y ambos, más ella, como madre consentidora, habían
contribuido a esa adicción. Si lloraba, chupete. Si no comía,
chupete. Si se despertaba de noche y no dormía, chupete. Los tenía
de todos los colores, tamaños y formas. De hecho tenía más que
juguetes. Barriendo debajo del sofá se solían encontrar, envueltos
entre mil pelusas, algunos que creían haber perdido. Pero, por
alguna misteriosa razón, siempre regresaban a la boca de su pequeña.
Que
ya no era tan pequeña. Seis años ya era una edad más que
considerable para ir con un chisme de goma entre los dientes. Dientes
que se le estaban deformando. Y aunque fueran los de leche, no quería
ver a su niñita con la boca enrejada durante toda su adolescencia.
Con
cierto sentimiento de culpa, de mala madre consentidora, lo intentó
por las malas, escondiéndolos todos. Menos uno, que su pequeña
consiguió ocultar como si fuera un alijo, en su mochila escolar. La
amenazó con lo de tener unos dientes horrorosos de mayor. Pero la
adolescencia era un concepto demasiado abstracto y lejano para una
niña de preescolar.
¿Y
una chuche a cambio? Las ideas de un padre consentidor son mala idea.
Los dientes lo sufrirían después. Y su bolsillo también, con la
futura cuenta del dentista.
¿Qué
hacer? El grupo de mamás del whatsapp siempre les había parecido un
nido de víboras. Pero, como último recurso, ella se metió allí a
ver si sacaba algo en claro.
–Cuéntale
la historia del Bosque de los Chupetes.- sugirió una.
– ¿Tenéis
jardín? Podrías plantar un árbol de mentira, con retales o
cartones, para ir colgando cada día un chupete.- sugirió otra.- Por
la noche cuando esté dormida te levantas, lo coges y lo tiras a la
basura.
–Y
cuando pregunte por ellos le cuentas que un Hada o un Gnomo, lo que
le guste más, se lleva los Chupetes para llevarlos a las casas donde
los bebés los necesiten.- añadió una tercera.
–O
si no, le puedes decir que los Reyes Magos no le traerán nada si no
les deja un par de chupetes a cada uno, camellos incluidos.-otra
madre, más radical, se unió.
–Yo
al mío se los quitaba, pero sus abuelas se los compraban de nuevo.
Fue una pequeña tragedia... -contra una suegra y una consuegra
unidas poco podía hacerse.
–Podríamos
hacer una fiesta de chupetes. Como una mini-graduación, con sus
birretes sus togas y esas cosas ¿Qué os parece? -las ideas de
película de sobremesa la sobrepasaron.
Aquello
era infinito. Había destapado la Caja de Pandora en versión
preescolar. Múltiples sugerencias y anécdotas sobre crianza fueron
brotando en la pantalla de su móvil, acompañadas de cientos de
emoticonos de todos los colores.
La
Noche de Reyes aún estaba demasiado lejos. Así que no podía
hacerlos cómplices de su mentira piadosa. Tampoco a Papá Noel. No
tenemos chimenea, razonó.
Hubiera
deseado el jardín que una de las madres había sugerido para plantar
aquel árbol falso para convencer a su hija. Pero, además de la
falta de un jardín y de una chimenea, contaba con su nula habilidad
para cualquier actividad manual.
Y
así, entre bichos, soles, truenos, inyecciones, aliens, coronas,
hojas, globos, caritas tristes y agobiadas fue hilando una idea para
crear un bosque mágico al que iban a parar los chupetes de los niños
que dejaban de ser bebés para entregarlos a los nuevos bebés que
venían al mundo traídos por la cigüeña en un ciclo sin fin.
Mientras
seguía cavilando sobre su historia se dio cuenta de que su pequeña
había dejado de ser tan pequeña. Recordó las noches sin dormir,
asomada a su cuna, vigilando su sueño inquieto, sus cólicos, sus
llantos nerviosos... Y le entró una extraña tristeza, un síndrome
de la cuna vacía o algo inexplicable. Y se echó a llorar abrazada a
un cojín.
Cuando
su marido trajo a la niña de vuelta del cole se la encontraron así.
Y su hija corrió a abrazarla y a ofrecerle su chupete.
–Toma
mami. Para que no llores.
Su
Pequeña Hada no tenía varita sino chupetes mágicos.
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