Al
estrechar su mano como tradicional saludo, oyeron sonidos de violines
y voces angelicales cantando el Aleluya de Haendel.
La
impresión fue mágica, los dos se miraron fijamente para intentar
leer en los ojos del otro si había sentido lo mismo.
Mientras
tanto Cupido, harto de tirar flechas a los enamorados, había robado
la varita a un hada madrina, espolvoreó su poder sobre aquella
anciana pareja, rodeándoles un polvo de estrellas, llenándoles de
esperanza y felicidad, a pesar de encontrarse tumbados en una cama de
la UVI.
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