No
quiero elegir un color. No quiero elegir a nadie más. Ya te elegí a
ti. Tú me elegiste a mí.
¿Por
qué? Por millones de razones a la vez. Porque tú eras tú. Y yo era
yo. Y estamos bien así.
Tú
y yo. Dos. Juntos. Una pareja.
Pero
siempre quieres dar un paso más lejos.
‘Vamos
a probar esto, a ver qué tal se nos da. La sorpresa es buena en la
pareja. Estimula los sentidos y nos hace descubrir nuevas cualidades
en el otro’, me decías siempre.
La
verdad, no sé si lo decías porque estabas convencido, o porque lo
habías leído en algún libraco de autoayuda sobre psicología
emocional en pareja.
El
caso es que contigo he hecho de todo: Hemos corrido una
media-maratón, echando el bofe, pero llegando a meta. Hemos subido a
un helicóptero para quitarme el miedo a las alturas, sin resultado;
he aprendido a hacer pan casero, metiéndome con las manos y casi
hasta las cejas, en la masa; hemos cantado –yo, que tengo voz de
rana sorda– en un karaoke hasta la madrugada; he aprendido a
patinar, me he caído y me he reído de los moratones después.
Y
tantas locuras por las que te ha ido dando en estos años. Que yo
achacaba a la crisis de los cincuenta, que se te acercaba
peligrosamente.
Pero
lo dejé pasar; porque pronto me tocaría a mí la menopausia y
tendrías que ser tú el que aguantara mis neuras
y
mis sofocos.
A
pesar de todo, he aprendido y siempre he sacado algo positivo con
cada experiencia. Porque estaba contigo. Tú estabas conmigo.
Pero
ahora esto ya es demasiado para mí.
Quince
parejas de extraños, dieciséis con nosotros. Que durante unas horas
han de separarse y experimentar vete a saber qué rarezas, qué
posturas complicadas o qué caprichos fetichistas.
Esos
cinturones no me gustan. A pesar de sus colores, no es el arco iris
lo que veo. Sino una correa de castigo, que se me pega al cuello, me
oprime y no me deja respirar.
Me
da miedo este juego de intercambio de parejas. Porque no quiero
intercambiarte con nadie.
No
quiero que se encienda la luz y ver que otros ojos me miran. No
quiero otros besos. Ni quiero oler otro aroma que no sea el tuyo. Ni
estremecerme con otras caricias que no sean las tuyas.
Quiero
irme de aquí. Contigo.
Pero
tú ya has elegido un cinturón. Y será otra la que te mire a los
ojos, la que huela tu piel, reciba tus besos y sienta tus manos
acariciando su cuerpo.
No
quiero que este juego absurdo me quite lo que yo elegí. A ti.
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