En plena tormenta me escapé de casa,
harta de que me profiriesen críticas hacia mi manera de ser o las
cosas que solía hacer. Provista únicamente de un impermeable
amarillo que bien me servía para no mojarme el cuerpo y la cabeza.
Divisé el viejo puente romano que en tiempos debió de servir
para cruzar un buen arroyo, pero ahora apenas era un reguero de
agua. Estaba oscuro y aún llovía, decidí meterme allí debajo
pero antes miré bien con la linterna que no hubiese cuerpos
extraños, como ratas o similares. Allí me acurruqué hasta que se
me pasase el enfado, ya volvería a casa más tarde, no pensaba
escaparme para siempre. ¿Qué iba a hacer sola por el mundo una niña
de diez años?
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