El escondite - Cristina Muñiz Martín

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Me está buscando. Siempre me busca. Primero me llama para anunciarme su presencia “Princesa, princesa, ¿dónde estás? ¿Dónde estás que te encontraré?” Lo siento subir las escaleras y recorrer las habitaciones, abriendo y cerrando puertas, arcones y armarios. Seguro que también mira tras las cortinas y debajo de las mesas y en todos los rincones. Su voz miente, porque suena como de cordero, pero yo sé que es la voz de un lobo. Cuando entra en mi cuarto, pongo la mano sobre mi boca para que no me sienta respirar. Él se va acercando cada vez más. Abre la puerta del armario y yo me encojo en mi esquina secreta, tapada con el abrigo negro de papá. Él mete la cabeza dentro, tan dentro que puedo sentir su aliento. Pero nunca me encuentra, porque papá me protege. Hace mucho que papá se fue al cielo. Yo era muy pequeña y no me acuerdo de él, pero sé cómo era porque mamá me enseña fotos y vídeos. Papá me quería, porque siempre tenía la cara contenta cuando estaba conmigo. Y me subía sobre sus hombros y se bañaba conmigo en la playa. No entiendo por qué tuvo que ir al cielo con lo bien que estábamos. Mamá dice que Dios lo llamó y que ella también lo echa de menos. Estoy enfadada con los dos. Con Dios por llevarse con él a papá, que era mi padre y no el suyo; con mamá por decir mentiras, porque si echara de menos a papá, él no viviría con nosotras.. Es muy grande y muy fuerte y tiene unos ojos de un color muy raro que me miran mucho y me dan miedo. A mamá no le da miedo porque se ríe mucho con él, aunque por la noche, cuando se encierran en su cuarto, a veces grita. Cuando mamá grita yo me meto muy dentro de la cama y tapo la cabeza y pongo la manos en los oídos y tarareo una canción muy bajito. Un día sentí un golpe muy fuerte y a él chillando como un loco, repitiendo muchas veces el nombre de mamá. Me asusté tanto que fui corriendo a su cuarto. Mamá estaba tirada en el suelo sin nada de ropa y a él a su lado, también sin ropa, pero no sé qué le estaba haciendo. Me gritó y me dijo que marchara de allí, que me acostara, que no pasaba nada. Al día siguiente mamá tenía un moratón en la cara y él se lo acariciaba, pero ella le quitaba la mano y le decía que qué iba a decir a la gente. Mamá pasó mucho tiempo en el baño maquillándose y cuando salió él le dijo que casi no se notaba y que estaba muy bonita. Esa tarde le trajo un regalo y otro para mí. Es una muñeca preciosa pero nunca juego con ella porque si jugara con ella era como si él me gustara y no quiero que mamá piense que me gusta. En el armario me siento segura, aquí no puede pasarme nada, porque creo que aunque el cura diga que Dios está en todas partes, ni él puede verme escondida en este rincón oscuro debajo del abrigo negro de papá. Solo papá, que es una estrella del cielo puede verme porque las estrellas tienen mucha luz y aunque yo no lo vea a él, él si me ve a mí. Eso me ha dicho mamá y ella no es una mentirosa, aunque mienta diciendo que lo echa de menos. Esa es la única mentira que dice y me parece que lo hace para que yo no esté triste, para que no piense que ya no quiere a papá, aunque es lo que pienso. Pero él me persigue por toda la casa y me llama despacio primero, fuerte después, y a mí me da mucho miedo que me coja y me haga lo que le hace a mamá, porque no quiero llorar y si él me abraza y me acaricia sé que lloraré. Tampoco quiero que me haga un moratón en la cara ni esas marcas que tiene muchas veces mamá en el cuello, que ella cree que no las ve nadie pero las ve todo el mundo por mucho que intente disimularlas. Ha dejado de llamarme, debe de ser la hora de cenar. No saldré del armario hasta que mamá me diga que baje a cenar. Entonces sí, porque después de cenar nunca me busca, solo lo hace por las tardes cuando llega de trabajar y mamá está encerrada en su despacho preparando clases y revisando exámenes.

Celia está preocupada por su hija. Siempre ha sido una niña tímida y taciturna, pero no se esperaba ese rechazo hacia Ricardo, al fin y al cabo era demasiado pequeña cuando murió su padre y no se acuerda de él. Le preocupa esa obsesión de ocultarse todas las tardes en el armario, en cuanto él llega a casa. Visitaron a un psicólogo que les propuso que Ricardo hiciera como si jugara con ella al escondite, que fuera hasta el armario, que mirara e hiciera que no veía nada. Estaba seguro que no tardando mucho la niña un día saldría del armario y le daría la mano al marido de su madre, ya para siempre. Pero ya han pasado dos meses y las cosas siguen igual. Quizás deberían hablar con el psicólogo de aquel episodio, cuando una noche de pasión loca ella se dio contra la rodilla de Ricardo y se desmayó y cayó al suelo. Ricardo se asustó tanto que al ver aparecer a la niña en la puerta le chilló para que marchara, para que no viera aquello, los dos desnudos en el suelo, su madre desmayada. Sin embargo, su mirada acusadora se posa todos los días sobre Ricardo, al que no consigue quitarle esa manía de darle esos chupetones tan placenteros de noche como escandalosos de día. Sí, quizás debería contárselo al psicólogo, pero le da mucha vergüenza hacerlo. Si al menos tuviera un armario en la consulta...entonces sería todo mucho más fácil.





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