Era un verdadero
desastre para la cocina. A pesar de que tenía un cuaderno en
el que anotaba todas las recetas que le resultaban interesantes y de
que a la hora de cocinar las seguía punto por punto, nunca conseguía
que sus comidas resultaran mínimamente comestibles. Aquel día,
harta de un nuevo fracaso con unas patatas rellenas, cuando éstas
todavía estaban en la sartén, rompió la hoja en la que se
encontraba la receta y la echó dentro. El papel se diluyó con el
resto de los alimentos y se cocinaron de manera exquisita. Hace dos
años abrió un restaurante. Ya es el mejor de la ciudad.
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