Llevaba
toda una semana intentando
hacer la llamada, no tenía ni idea de cómo iniciar la conversación
o como presentarse, y mucho menos qué decirle, pero reunió fuerzas
suficientes y llamó.
-
¡Diga!
-
¡Buenos días! ¿Podría hablar con Elena?
-
Sí, soy yo, dígame.
Dudaba
en cómo seguir, pero dijo lo primero que se le ocurrió.
-
¿Es usted la mujer de Juan?
-
Sí, pero ¿Quién es usted?
-
Perdone, que poco educada he sido, mi nombre es Teresa y soy la mujer de Pedro ¿le suena?
-
La verdad es que no - dijo Elena.
-
Ya, verá, aunque nosotras no nos conozcamos, su marido y el mío son amigos desde hace mucho tiempo, se conocen desde jóvenes, y a pesar que sus trabajos les han separado en algunas ocasiones, siguen en contacto con bastante asiduidad.
-
Pues no tengo ni idea, que yo sepa ningún amigo suyo se llama Pedro, y el nombre de Teresa tampoco me resulta familiar.
-
Ya, lo comprendo – dijo Teresa muy nerviosa- también a mi me ha pasado, no sabía de la existencia de Juan hasta hace una semana, en que Pedro me pidió ayuda para preparar una fiesta sorpresa a Juan por su cumpleaños, hace cuarenta ¿verdad?
-
Sí – respondió Elena reticente – pero no le gusta celebrarlo, lo de cumplir años no lo lleva muy bien.
-
Entiendo, lo mismo le pasa a Pedro, pero dice que los cuarenta son especiales, y que por una vez deberían ser festejados, como sabe del reparo que tiene Juan para hacerlo, ha decidido prepararle una fiesta sorpresa. Según parece esta contactando con los amigos más cercanos y por supuesto contamos con que usted, además de guardar el secreto, también avise a sus familias, para que así la celebración sea completa.
-
No sé, parece todo muy extraño, ¿seguro que es mi Juan el amigo de su marido? – preguntó Elena mosqueada.
-
Entiendo que dude de la información que le estoy dando, pero ha sido Pedro quien me ha dado su número de teléfono y sus datos, ya sabe que los hombres son menos comunicativos que nosotras, y de repente me ha metido en este embolado, pero le he visto tan ilusionado en darle la sorpresa, que no he podido negarme para echarle una mano en la organización.
-
¿Y cuando se supone que es la fiesta?
-
El mismo día del cumpleaños, es en un par de semanas ¿no?
-
Sí, así es – dijo Elena- pero es un día laboral, los niños tienen clase y él tendrá que madrugar al día siguiente para acudir al trabajo.
-
¡Por supuesto! Lo que pretende Pedro no es un fiestón hasta las tantas, sino una pequeña sorpresa cuando llegue a casa, que sople unas velas y ya está. Seguro que a los niños les hará mucha ilusión. ¿Cuántos tiene?
-
Son tres, pero – dudaba Elena – no sé si estará bien, a él esas cosas nunca le han gustado y, entiéndame, no dudo de la veracidad de lo que me está contando, pero no sé.
-
Bueno, mire Elena, le daré unos días para que lo piense y decida, pero lo que si le encarezco es que no diga nada a Juan. Consúltelo con su familia o con alguna amiga, y ya me dirá. ¿Qué le parece si la llamo el viernes?
-
Sí, mejor, déjeme pensar, es que tan de sopetón, no lo veo claro.
-
Bien, pues hasta el viernes, buenos días Elena.
Teresa
inspiró y expiró profundamente, esta acción le ayudó a liberar
parte de los nervios que había acumulado en la conversación, estaba
satisfecha de cómo había discurrido la misma, sólo quedaba
esperar, probablemente la impaciencia no la dejaría dormir, pero
tenía que terminar lo que había empezado.
Finalmente
llegó el viernes, se levantó temprano y sus primeros pensamientos
fueron a la llamada que debía realizar. Dudaba del momento en que
hacerla, pero mejor de mañana, seguro que los niños estarían en
clase y Juan trabajando. ¿Cómo me responderá?
-
¡Diga!
-
¡Buenos días, Elena, soy Teresa! ¿Cómo esta?
-
Hola Teresa, bien, aunque nerviosa.
-
¡Vaya, lo siento, no quería ponerla en un compromiso!
-
Ya, bueno, no importa, lo he pensado mejor y creo que sería buena idea lo de la fiesta, ¿sería mejor en casa o en una cafetería?
-
Usted dirá, en casa será más inesperado si cabe, pero si le parece mucho jaleo intento reservar un local.
-
No, no, está bien – dijo Elena – mejor en casa, la verdad es que no tengo muchas oportunidades de recibir a nadie, Juan se pasa el día trabajando y también lo hace algunos fines de semana, así que estará bien que por una vez la casa se llene de gente.
-
De acuerdo, me haré cargo del catering y de la tarta, creo que los chicos han juntado algo de dinero para ello, ¿ha pensado a cuantas personas va a invitar?
-
Seremos nosotros solos con los niños, Juan no tiene familia y la mía esta en el extranjero, los vecinos no son muy amistosos, así que por nuestra parte seremos cinco.
-
Vamos a ver – dijo Teresa – cinco, Pedro y yo, siete, los cinco de la peña y sus mujeres, ya son diecisiete, ¿le parecemos muchos para reunirnos en su casa?
-
No, que va, me parece bien, será divertido después de todo, ¿Qué tengo que preparar yo?
-
No se preocupe, la empresa del catering lo hace todo, bebidas, comida, así como vasos, manteles y demás. Lo que si le encarezco es que no avise a Juan por nada del mundo, e intente que sus hijos ese día no tengan previsto ninguna otra cosa.
-
Claro, por supuesto, que impaciente estoy, gracias Teresa, seguro que a partir de ahora nos vamos a llevar bien.
-
¡Faltaba más! Me parece una persona muy agradable, ya verá como nos llevaremos bien. Entonces hasta el día del cumpleaños por la tarde, allí nos veremos.
Ya estaba todo organizado, Teresa por su
parte había avisado para que todos estuvieran en aquella dirección,
por la tarde, iban a celebrar el cuarenta cumpleaños y la fiesta iba
a resultar ¡extraordinaria!
Poco antes de regresar Juan, entraba Teresa
por la puerta, en la casa estaban esperándola Elena y sus tres
hijos, además de los padres de Teresa y sus tres hermanos con sus
respectivas. La anfitriona no entendía muy bien quienes eran
aquellas personas, y la familia de Teresa no sabía por qué
esperaban allí a Pedro. Deseaban aclarar lo que estaba pasando,
para cuando llegó ella, no hizo falta hablar mucho, pues
inmediatamente detrás suyo, Juan y Pedro abrieron la puerta de la
casa. Se quedaron mudos de la impresión, bueno, más bien mudo,
porque Juan y Pedro eran la misma persona.
Teresa había descubierto que Pedro tenía
una vida paralela con Elena, era bígamo. La rabia la tuvo mucho
tiempo atenazada, hasta que poco a poco planeó lo de la fiesta, una
buena sorpresa para todos, menos para ella, que con aire de sarcasmo,
presentó a Juan a sus padres, y presentó a Pedro a Elena y sus
hijos.
Los gritos, reproches, insultos e intentos
de agresión, quedaron entre aquellas paredes. Teresa estaba
dispuesta a perdonarle, a recibirle en casa intentando que olvidase
la otra vida que llevaba, pero comprendía que aquellos niños
necesitaban un padre, y ella no había podido darle descendencia.
Al día siguiente llamó al camión de la
mudanza y tras empaquetar todas las cosas de Pedro, le echó de casa.
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