No te perdono lo
último que me has hecho. No te perdono porque confié en ti y cuando
bajo la guardia vuelves otra vez a las andadas, y ya estoy cansada.
Tu sabes que siempre
tuvimos una relación amor-odio, tienes que reconocerlo. ¿Te
acuerdas el día que nos conocimos? Yo acababa de mudarme a tu
edificio y nos vimos de refilón en la escalera, tu camino de tu piso
y yo cargada de bolsas entrando en el mio. No te paraste ni a
saludar, más bien echaste a correr. Huiste de mi porque aún no me
conocías, pero me extrañó. Te comportaste tan esquivo, tan
maleducado que yo también decidí pasar de ti. No me gustaste nada.
Siempre subías y
bajabas por la escalera. Te oía desde el descansillo y se que tu
también me oías a mi pero no dabas la cara. Luego nos cruzamos
varias veces como de pasada, tu siempre con prisas. Sólo recuerdo
una vez en la que te paraste en mi puerta. Sólo hablé yo, tu me
observaste con cara de tonto desde esos ojos tuyos tan escondidos
entre los rizos desgreñados que te caracterizan.
La primera vez que
me lo hiciste no daba crédito. Sabía que aún no había habido un
encuentro como tal entre nosotros, que no teníamos confianza... pero
pensé que tendrías conmigo el trato respetuoso que se tiene a una
vecina. Me equivoqué.
Al día siguiente
fue cuando entraste cabizbajo a pedirme perdón. Me viste realmente
enfadada y pensé que no lo volverías a hacer. Confié en ti.
A los pocos días
volvimos a encontrarnos y charlé contigo como si no hubiese pasado
nada. Con el tiempo la confianza fue en aumento y dejé que me
acompañases a la tienda, al parque. Entonces pensé que te agradaba
mi compañía, que ya me considerabas tu amiga... y vas... y me lo
vuelves a hacer. No tenía ninguna gana de verte. Te oía subir y
bajar y me encerraba para poder seguir con mis cosas . Se que
llamaste a la puerta, timidamente, pero no te abrí. Estaba muy
dolida contigo porque creo que no me lo merezco, te traté siempre
con cariño, y...¿ recibo esto?
Cuanto más paso de
ti más te acercas . Oigo tu respiración tras la puerta. No abro. Me
llamas. Sigo sin abrir.
La vecina de puerta
me dice que no le de más importancia, que es una expresión de
cercanía, de cariño ¿Orinarse frente a mi puerta? Pues no estoy
dispuesta a seguir aguantándolo.
Una
y otra vez repetimos la misma operación: pasabas por delante de mi
puerta y tenía que sacar la fregona. Me enfadé contigo, sólo tú
sabes cuántas veces… pero… volvíamos otra vez.
Hoy
al salir veo una cagada sobre el felpudo con señales evidentes de tu
presencia. Esto sí que pasa de castaño oscuro, ya no te puedo
perdonar.
Fernanda,
con la deposición en una bolsa se dirige al piso de arriba. No sabe
cual es su vivienda pero siguiendo su intuición toca el timbre en la
que coincide con la suya. Automáticamente un perro empieza a ladrar
dirigiéndose hacia la puerta. Un hombre en bata le abre permitiendo
que rizos se abalance sobre Fernanda como un loco.
-No
rizos, esto se acabó. Le dice muy seria tratando de evitar sus
caricias
-Mire.
Le dice al vecino enseñándole la bolsa que portaba.- Su perro ha
escogido mi puerta para hacer sus deposiciones y ya estoy cansada, o
lo controla o expreso mi queja en la comunidad, porque creo que está
prohibido la tenencia de animales ¿no?
Su
vecino no sale de su asombro. Hace años que vive solo con su perro,
no tiene relación con ningún vecino y solo pensar que se lo puedan
quitar despierta en él sus mejores modales
-
Buenos días, me llamo Juan. Si… su rizos es mi perro, y…tiene
toda la razón… pase por favor, me gustaría invitarla a una taza
de café, acabo de hacerlo… por favor. Dijo con su mejor sonrisa y
amabilidad ante el gesto dubitativo de Fernanda que no pudo
resistirse. Entró, y rizos, sin saberlo, ejerció de celestina entre
ellos. Alrededor de la mesa , degustando un café aguado con rizos de
carabina...nació una bonita historia.
Fernanda,
tras un buen rato de conversación, vuelve a su piso sonriente.
-
¡Parece mentira! tantos años buscando a alguien con quien
congeniar… se dice dando una carcajada, -y lo conozco gracias a
una cagada.
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