-
¡No te perdono lo último que me has hecho!
Oí
gritar a mi vecina del tercero a su marido. Acababa de aparcar el
coche, apagué el motor y las luces. De repente la oí, entraban al
garaje en dirección a su coche, justo enfrente del mío, ella
gesticulando con los brazos no paraba de gritarle.
-
¡No te perdono lo último que me has hecho! ¡Eres un canalla, un impresentable, te odio!, no fue suficiente con tirarte a todas mis amigas, ya no me queda ninguna, ¡eres despreciable!, tonta de mi, pensando que mi Juanillo era muy hombre, y yo tan poquita cosa que no podía satisfacerle. ¡Ja! Como no tenías bastante vas y te acuestas con mi hermana pequeña. ¡Cabrón, hijo de …!
Ella
roja de ira parecía que iba a estallar, él arrodillado en el suelo,
llorando, con las manos juntas implorando perdón. No sabía dónde
meterme. Completamente en silencio para no delatar mi presencia
involuntaria. Sentía vergüenza ajena siendo testigo del bochornoso
espectáculo. Ningún vecino asomaba por allí, a pesar de no
querer, tuve que escuchar toda la conversación. Mi ventanilla
estaba bajada, y si la subía iban a enterarse de mi presencia.
-
¡Eres un capullo, aléjate de mí, vete y déjame en paz!, estoy muy harta de ti y de los cuernos que me pones. Menos mal que tu madre no se entera, se estará revolviendo en su tumba por haber engendrado a un tipejo así.
-
¡A mi madre no la menciones! – dijo él levantándose y con semblante serio.
-
Sí, pobrecita, se murió antes que criar a un bichejo como tú, ¡imbécil, tarugo!
-
¡Deja a mi madre tranquila!, que sufrió mucho hasta morir, ¡deja que descanse en paz!
-
Claro – dijo ella – descansa en paz pero a mí me haces continuamente la puñeta y por tu culpa todos miran mi cabeza cada vez que salgo a la calle. ¡Feto malparido!
¡Zas!
, puñetazo en el ojo, ella se tambaleó, pareció por un momento que
iba a caerse, pero enseguida recobró el equilibrio. No tuvo tiempo
a reaccionar, inmediatamente rodeó el cuello con sus manos
intentando asfixiarla.
No
podía consentirlo, tenía que intervenir para evitar lo inevitable,
la estaba ahogando y no sabía cómo pararlo. La situación me
superaba. El instinto me dijo que cogiera el paraguas plegable que
tenía en el asiento del copiloto y me acercara a detenerlo, sino yo
también sería cómplice de aquel asesinato.
-
¡Para, déjala en paz, suéltala, no ves que la estas dejando sin aliento!
No
me hacía caso, estaba como poseso apretando sus manos entorno a su
garganta, los labios de ella se estaban poniendo azules, la cara
amoratada y los ojos parecía que de un momento a otro se le iban a
salir de sus cuencas. O no me oía o la furia que habían desatado
los reproches de ella le tenía dominado. Como no me hacía caso y
estaba viendo que la iba a matar, le aticé con mi paraguas en la
sien izquierda, cayendo al suelo como un fardo y soltando a su presa.
Ella se dobló por la cintura intentando recuperar el aliento que
había perdido. Yo intentaba calmar el dolor de mi mano, pues al
pegarle, el mango del paraguas saltó, produciéndome un fuerte golpe
en la mano.
No
me esperaba que en cuanto ella se repuso, empezó a gritarme:
¡Asesina, mala pécora, has matado a mi Juanillo! Se agachó
intentando reanimarlo, al mismo tiempo que me insultaba con múltiples
improperios. ¡Socorro, auxilio, nos quieren matar!
Viendo
que el asunto iba por mal derrotero, a pesar de temblar por los
nervios, conseguí localizar el móvil y llamé al 112, pidiendo una
ambulancia y un coche patrulla, no aguantaba más.
Consiguieron
reanimarle, permaneciendo veinticuatro horas en observación, por si
hubiera complicaciones. A ella le curaron el golpe del ojo, pero del
cuello no dijo nada, es más, soltó que el puñetazo se lo había
dado yo al defender a su marido. Y tras vendarme la mano los
sanitarios, una patrulla me llevó a comisaría, donde cinco veces
seguidas tuve que contar lo ocurrido. Me recomiendan que llame a un
abogado, porque los dos han presentado denuncia por agresión con
lesiones, y yo había reconocido atacarle a él.
Aún
tenía mi móvil en el bolso del pantalón, llamé apresuradamente a
mi amiga Sara, mi asesora legal, quien no perdió un minuto y
enseguida se acercó. Debía pasar la noche en el calabozo y al día
siguiente prestar declaración en el juzgado. Como ella tenía
buenos contactos y todos se apiadaban de mí, consiguió permiso para
dormir en casa, con la promesa de volver al día siguiente ante el
juez.
No
pude pegar ojo en toda la noche, me acostaba, me levantaba, iba a la
nevera, miraba por la ventana hacia la calle, ponía la tele, la
quitaba, nada, no conseguía relajarme, la indignación por la
mentira y la violencia de la que fui testigo me tenía en un sin
vivir. A eso de las tres de la madrugada recordé no haber subido la
ventanilla del coche y las llaves debían seguir puestas. A pesar de
la recomendación de Sara de no salir de casa hasta el día
siguiente, me aventuré hasta el garaje, enfundada en la trenca con
la capucha puesta, para que nadie me reconociera. Sentada en el
interior volvió a mí el recuerdo de la pelea y el miedo que pasé.
Giré la llave para conectar la batería y poder subir la ventanilla,
la saqué del contacto y al girarme para salir, me fijo en una
lucecita roja que brillaba encima del espejo retrovisor.
Había
echado en olvido el aparatito de video que aquella tarde instalé en
el coche, lo compré por tele tienda, de esos que la publicidad
recomienda para grabar los accidentes que tuvieras conduciendo. La
batería se había terminado, así que lo desenchufé y subí a casa
para recargarlo.
Como
seguía sin poder dormir, empecé a visionar lo que había grabado.
Vi al viejecito que cruzó por mitad de la carretera cuando a tres
metros tenía un paso de peatones, también pude ver perfectamente al
ciclista que adelantando a los coches por la derecha se pasó el
semáforo en rojo, y casi atropella a un par de colegiales. El
recorrido seguía hasta el portón del garaje, y la bajada de la
rampa hasta que aparqué. Y pude contemplar con claridad diáfana la
escena que me iba a llevar a la cárcel. Allí estaba, todita
grabada y con muy buen sonido, debido a la ventanilla bajada.
Ahora
era yo la que estaba furiosa, odiaba a aquella pareja por mentirosa y
violenta, así que descargué el video en el ordenador, y por drop
box lo envié a Sara. Eran las seis de la mañana, le mandé un
mensaje de wasap para informarla, y de paso, que tras ver las
imágenes, pusiera una denuncia a la pareja por escándalo público y
perjurio. Tras enseñarle el video al juez, aunque no tuviera valor
como prueba, le solicitara una orden de alejamiento hacia mi persona
de aquellos dos pájaros de cuidado. Y además, a ellos les pidiera
un acto de conciliación, en donde les invitara a retirar la denuncia
o colgaba el video en todas las redes sociales con nombres y
apellidos, contando lo que estaban haciéndome.
No
hace falta decir, que el juez al verlo, se enfadó mucho, firmó una
orden de alejamiento para los dos, hacia mí y entre sí,
encausándolos por haber mentido tan descaradamente. Como no podían
acercarse a mí, tuvieron que vender su piso. Me estaba costando
superar aquello, por lo que en el primer concurso de traslados
solicité plaza. Una vez instalada bien lejos, di parte al juzgado
de mi nuevo domicilio e intenté llevar una vida tranquila, aunque no
podía evitar pasar mal rato, cada vez que en televisión, en la
radio o el periódico aparecía alguna información de violencia de
género.
Han
pasado ya cinco años de aquello, y hoy me han llamado del juzgado,
el funcionario me ha dicho que mis problemas se han solucionado, él
la ha matado y luego se ha suicidado.
Me
quedé en blanco, no quiero pensar, porque si lo hago, mi lógica me
dice que algunas personas tienen lo que se merecen, pero es un error,
todos nos merecemos una vida mejor.
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