Dieta - Marga Pérez

                                      

Me encontraba en la barra de LOGOS, descansando entre clases , cuando descubrí unos ojos que me miraban con cándida dulzura tras una taza humeante.
Quedé prendado de ellos y los seguí, embelesado, en su recorrido al aseo hasta que desaparecieron de mi vista, pero los míos no pudieron moverse de allí hasta que al rato volvieron a aparecer los suyos, que, agradecidos por el detalle, me compensaron con una leve sonrisa.
Pagué de forma mecánica y salí tras ella a la calle dispuesto a saber quien era la que de esa forma me miraba, dirigiendo sus pasos y los mios a la facultad de derecho, de donde yo había salido minutos antes . La seguí hasta el aula, era de primero, yo entonces estaba en tercero, por éso no la conocía. Al terminar las clases la esperé en el claustro y la ví salir con otra chica, que, lejos de intimidarme, me animó a que las siguiera con cara de reto y picardía. Ella no me interesaba, yo sólo tenía ojos para Cándida... también podría haberla llamado Dulce, mi melancólica enamorada.
Siempre me había enamorado a primera vista, pero de forma tan ciega como con ella, nunca. No podía dormir, ni estudiar, ni vivir... sólo pensaba en ella, en sus ojos, en su mirada...si me preguntasen entonces por el color de su pelo, la forma de su cuerpo o el timbre de su voz los inventaría con toda seguridad pero convencido que realmente eran los suyos, porque sus ojos sólo hacían juego con ella misma. No podía ser de otra forma.
Cada día que la veía me esforzaba por desprenderme de su mirada para ver algo más de su cuerpo. Un día vi su nariz, pequeña y divertida entre dos pómulos prominentes, huesudos y angulosos que disimulaban la extrema delgadez de su cara.
Otro día pude ver su boca, de labios finos y media sonrisa siempre acompañando su mirada. Como si tuviese una conversación consigo misma, una melodía interna, algo sólo de ella inseparable de sus ojos. En un momento que se giró vi su cuello: largo, blanco, delgado y delicado. Y también cómo se diluía entre el escote de su camisa para perderse entre las clavículas bien marcadas bajo su tersa piel. La ropa impidió que siguiese viendo pero intuí un cuerpo pequeño y enclenque. Delicado como el de una bailarina de fina porcelana.
Por fín hablamos, no sé que dijimos pero estuvimos hablando. Me invitó a su casa a comer el siguiente sábado y pasé la semana viviendo de ese momento e imaginando el que iba a venir...sólo vivía soñando con el próximo sábado y con ella.
El sábado llegó, compré unas flores para no llegar con las manos vacías. Ella misma me abrió después de una eternidad.Llegué a pensar incluso que no estaba en casa, que se había arrepentido.No. No había nadie más. Iba a cámara lenta. Me hizo pasar a una habitación interior, mal iluminada y con una decoración anodina. La mesa estaba puesta pero no olía a comida. Sus ojos volvieron a ejercer de imán para los míos y la seguí sin pensar. Nos sentamos después de decir obviedades y quedamos mirándonos. El primer plato fue un recuelo de verduras cocidas, sin grasa, sin sal, sin verduras, sin sabor, sin sustancia. Estaba caliente y necesitamos bastantetiempo para poder tomarlo. Gracia, que así se llamaba mi Cándida Dulce, recogió las tazas con parsimonia y trajo el segundo plato: tofu con una ensalada de córcuma, canónigos, frutos del bosque y nueces. Devoré el plato a pesar de que el tofu nunca lo había probado y no era yo muy amante de las ensaladas .Con el tiempo vi que había sido todo un banquete. Eché de menos el pan, pero no dije nada embelesado como estaba. Pensé también que el postre sería algo que compensase lo ligero de la comida pero me deleitó con una infusión de yerbas extrañas y sin ningún tipo de edulcorante. Después de recoger los platos nos sentamos en el único sofá que había . Intenté un acercamiento corporal después de besarla con dulzura y Gracia se acurrucó contra mi, cerró sus bellos ojos y se quedó dormida como un pajarín.Yo no pude hacer nada, me quedé a su lado velando su sueño esperando que volviese a mirarme, cosa que hizo ya pasadas las seis de la tarde, con tanta prisa que solo pude recoger mis cosas y marcharme, quedando con ella nuevamente para otro día.
Juntos viviendo, lo que se dice juntos fue un mes. Mes de auténtica levitación, no sabía en que día vivía, ni en que hora estaba, sólo respiraba pendiente de sus ojos. Creo que ese fue el cebo, sus ojos. Gracia me introdujo en su dieta sin tan siquiera preguntar si me gustaba y yo la dejé hacer . Cada día el menú era más escueto, yerbas y más yerbas, pero...sólo podíamos amarnos, dormir y seguir mirándonos, cada vez más melancólicos, más idiotas, más metidos en nosotros mismos oyendo nuestras tripas. Sus ojos eran mi droga, lo único que hacía que despertase, que siguiese a su lado, que durmiese.
Un día desperté, no sabía si era de noche o de día, estaba confuso . Gracia dormía desplomada a mi lado. Parecía un cadáver. No respondía a mis llamadas. Me asusté
No sé cómo llamé al 112 pero enseguida vinieron y se hicieron cargo de la situación. Hubiese sido una tragedia de no haberlo hecho en ese momento.
Gracia se recuperó después de meses de terapia y comida. Yo sólo tuve que acercarme a un restaurante y pedir el menú del día para recuperar la cordura, pero, la relación con Gracia ya no se pudo recuperar. Sus ojos no eran los mismos, su mirada no tenía nada que ver con su mirada.
Nos dejamos. Seguí con mis estudios, conocí a muchas chicas y, después de años descubrí que las que más me ponen son las que están a dieta, tienen algo en su mirada que me enamoran perdidamente, pero, sé también que no puedo permitirles que cocinen para mi, los dos a dieta estamos condenados a la locura.








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