Soy funcionaria y soy feliz - Gloria Losada





Siempre pensé que trabajar detrás de una mesa de oficina era algo poco creativo, y sigo pensando lo mismo, pero también siempre lo palié con mis actividades de ocio. El trabajar como funcionaria me daba estabilidad económica, aunque todas las mañanas me hundiera entre papeles, solicitudes, reclamaciones, quejas y demás, me daba lo mismo, al final de mes cobraba y me gustaba el trato con la gente, a pesar de que a veces tenía que soportar sus malos humores. Al tener las tardes libres podía dedicarme a lo que realmente me gustaba, realizar diversas actividades relacionadas con la cultura y el arte, creatividad en estado puro. Escribía, leía mucho, acudía a charlas, conferencias, todo aquello que tuviera el poder de mantener mi cerebro y mi imaginación en marcha, me servía para llenar mi tiempo de ocio.
Aunque me sentía bastante satisfecha con mi vida personal, tenía una espinita clavada que hacía que no me sintiera bien del todo. Era gorda, bastante gorda y aunque tampoco es que tuviera demasiado complejo, pues sabía que poseía sobradas cualidades que nada tenían que ver con mi imagen, sí es cierto que cuando me miraba al espejo me imaginaba con unos cuantos kilos menos y mi dosis de autoestima aumentaba un tanto. Me decidí pues a ponerme en manos de un profesional que me ayudara a conseguir mi propósito, aunque no estaba demasiado segura de poder conseguirlo, y mucho menos cuando me puso encima de la báscula y el indicador pasó de los cien kilos.
-Tenemos que llegar a los setenta y cinco – me dijo mi dietista.
Y yo me reí por no llorar. Cuando quince días después pasé de nuevo por su consulta a buscar mi dieta volví a hacer lo mismo. Fuera fritos, fuera dulce, fuera la cervecita de media tarde o el vermut de medio día. Mucha verdura, y todo pasado por la pesa, cien gramos de esto, ciento cincuenta de lo otro. Bueno, había que intentarlo. Y me dispuse a ello. Poco a poco fui descubriendo que no estaba tan mal comer así. No pasaba hambre y transcurridas las primeras semanas ni siquiera sentía ganas de chocolate o de un trozo de empanada. Me acostumbré a la dieta y un año después había alcanzado mis setenta y cinco kilos. Con mi nueva imagen, mi talla 42 y mi reflejo en el espejo mucho más juvenil, me sentí dispuesta a afrontar nuevos retos.
Cierto día me propusieron hacer teatro. Yo había actuado en una función en mis años de juventud, en el instituto, y aquello de interpretar, de meterme en una vida que no era la mía, siempre me atrajo, y sin pensármelo demasiado accedí a la propuesta. Descubrí que me gustaba mucho más de lo que en principio había pensado, que no se me daba mal aquello de ser actriz. El estreno de la obra fue un éxito total, se representó en varias ciudades con la misma suerte y después de ésa vino otra y otra más. Aunque las cosas me iba bien en este terreno nunca me vi como actriz profesional ni mucho menos. El teatro para mí era una forma de divertirme más, de cubrir mi tiempo libre, hasta que recibí aquella llamada.
Se reflejaba en la pantalla de mi móvil un número desconocido y no lo cogí, tengo por costumbre no hacerlo salvo que haya quedado con alguien, pero era tan insistente que al final opté por descolgar.
-Buenos días ¿Hablo con Lucía Fuentes?
Era un voz de hombre, una voz arrastrada, como despreocupada, casi extraña.
-Sí – contesté –, soy yo ¿Quién me llama?
-Soy Ricardo Espinosa, el director de cine, es que quería hacerle una propuesta.
Las piernas me comenzaron a temblar y el cerebro se me llenó de una neblina persistente y mareante. ¿Qué leches quería de mí un director de cine? En seguida me lo dijo. Me había visto actuar casualmente en una representación teatral, le había gustado y deseaba hacerme unas pruebas para su próxima película ¿Me interesaba? Bueno.... confieso que dudé unos instantes, durante los cuales por mi mente comenzaron a pasar imágenes, fotogramas de lo que había sido mi vida hasta entonces y de en lo que se podía convertir. No sé si me pareció mal o bien, no me dio tiempo a valorarlo, porque casi de inmediato le dije que sí, que estaba dispuesta a hacer esa prueba y meterme de lleno en el mundo del celuloide.
Dos semanas después estaba en Madrid, más nerviosa que otra cosa, temblando de pies a cabeza ante lo que se avecinaba. Me trataron como a una reina, me alojaron en un hotel elegante a gastos pagados y por fin llegó el gran día. Haz esto, haz lo otro, ponte para aquí, ponte para allí, dí esto, proyecta la voz, baila, canta, muévete para un lado y para otro... Fueron completitas las pruebas, la verdad y me despidieron con un “ya te llamaremos”. Y me llamaron poco tiempo después. Entonces comenzó mi calvario. Mi primera reunión con guionistas, productor, y director fue emocionante, sobre todo cuando me hablaron de mi personaje. Una mujer de su tiempo, culta, inteligente, con una buena profesión, pero.... con obesidad.
-Tienes que engordar cuarenta kilos – me dijeron.
Cuarenta kilos nada menos, diez más de los que había conseguido adelgazar. Ya no me pareció todo tan maravilloso. Creo que al ver la cara que puse todos se apresuraron a justificar aquella condición.
-No te preocupes, tendrás a un médico que controlará tu dieta y tu salud, que podrá atajar los inconvenientes pronto si algo va mal y por supuesto en cuanto termines de rodar volverás a tu peso.
Hacía apenas dos años que me mantenía con mis setenta y cinco kilos. La posibilidad de volver a verme gorda me aterraba, pero si eran exigencias del guión no me quedaba otra.
Y comenzó mi nueva dieta. En mi vida comí tanto dulce. Donuts, pasteles, chocolate, bebidas gaseosas azucaradas... Cada dos semanas me hacían un análisis para verificar que mi salud seguía siendo buena y que los niveles de azúcar, colesterol y esas cosas se mantenían dentro de la normalidad. No sé como podía ser, pero era. Mi salud física no se resintió, pero la psíquica sí, un poco. No era nada agradable ver como mi cuerpo se volvía a inflar de nuevo como un globo, y además a pasos agigantados. Llegué a mi nuevo peso y comenzó el rodaje de la película. Fue un verdadero calvario. No era capaz de olvidarme de mi gordura ni siquiera durante el rodaje, a pesar de que me gustaba la temática de la película y me sentía bien con los compañeros, pero me acostaba en la cama llorando, después de mirarme al espejo y ver los michelines de mi barriga rebosar con generosidad con encima de la cintura de mis bragas.
Al terminar el rodaje, dieta de nuevo en sentido inverso. No sé por qué, pero me costó más que la anterior vez, al cabo de año y medio volví a mi peso y me sentí satisfecha. La película fue un éxito y poco después de su estreno me llamaron para otra. Esta vez la directora era Estrella Cifuentes.
-El personaje es una chica anoréxica. Tendrás que adelgazar unos treinta o treinta y cinco kilos. Naturalmente tendrás un doctor a tu disposición que controlará tu salud en todo momento – me dijo en nuestra primera entrevista.
Me levanté de la silla en la que estaba sentada frente a aquella mujer tan poco elegante y le dije que ni hablar:
-A ver si os creéis que mi cuerpo es un muelle, ahora estira, ahora encoje. Me vuelvo a mi trabajo de funcionaria.
Y me volví. Mi incursión en el mundo del celuloide no fue nada satisfactoria, así que prefiero estar aquí, detrás de una mesa y en medio de mis papeles, con mis ciudadanos cabreados y sus reclamaciones, que serán por muchos motivos, pero nunca porque yo esté gorda o delgada.






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