–No te perdono lo último que me has hecho. –dijo a su imagen frente al espejo mientras se desanudaba la corbata y tiraba el sombrero a la cama.
A
punto estuvo de escupir para dar más énfasis a su odio. Pero
recordó que la Mamma había fregado el suelo de toda la casa esa
mañana. Y se contuvo.
–
¡Ay! Pobre Mamma, cuando se entere...
Sangre de su sangre... Ser traicionados así... Eso duele más que
recibir cien balazos.
Si
Don Stefano levantara la cabeza... Para lo que ha servido todo su
esfuerzo de tantos años, prosperando, organizando sus negocios desde
la nada, ganando dinero, sufriendo para que todos tuviéramos una
buena vida en estos tiempos duros.
¡Qué
daño nos hizo la Ley Seca! ¡Qué duras fueron las autoridades y qué
duros fueron aquellos tiempos...
Pero
aprendimos. Nos unimos como una verdadera ‘famiglia’
y tiramos adelante contra viento y marea.
Y
tú, Luigi, siempre a mi lado, mi mano derecha. Ya lo decía Don
Stefano: Este muchacho llegará lejos, aprende rápido, no le quites
ojo.
Y
yo no te lo quité, pero alguien más te echó la vista encima. Y con
sus canciones susurrantes, sus escotes y sus maquilladas sonrisas
maliciosas, coloreadas en rosso, te alejó del camino de la famiglia.
Te enamoraste como un tonto y te olvidaste de los negocios. Si
hubiera sido una muchacha de famiglia
italiana tal vez lo hubiéramos entendido. Nuestras famigilias
se habrían unido y los negocios habrían prosperado.
Pero
no. No fue una chica italiana. Sino una cantante rusa, fría y
calculadora, la que te arrastró lejos de nosotros.
¿Qué
teníamos en común con Rusia? Eran nuestros enemigos en el mercado.
Nosotros teníamos las lavanderías, las apuestas de caballos y los
restaurantes. Y ellos empezaban a despuntar con el tráfico de armas.
Al principio nos vino muy bien que llegaran y se instalaran en un
barrio cercano. Hacíamos negocios juntos. Pero pronto vimos que
nuestro negocio no avanzaba, ellos nos iban comiendo terreno. Nos
quitaron las apuestas de caballos y se adueñaron de las del béisbol.
Merda
de vita.
Gran problema tuvimos con estos rompicoglioni.
Y
un día la rusa se fue de tu vida para hacer fama y fortuna en
Hollywood y tú volviste a trabajar para la famiglia.
Ampliamos
horizontes. Los coches empezaron a ser algo más que una novedad.
Compramos talleres y allí los preparábamos y se los reservábamos a
nuestros clientes.
Adquiríamos los de última creación. Tú eras un excelente
conductor, siempre ágil y rápido, jamás te pillaron en ninguna de
tus acquisizione.
Eras un maestro del volante. Hasta que metiste la pata y acabaste en
chirona.
¡Ay,
ragazzo!
Qué mal lo pasamos aquellos dos meses por tu estúpido error. ¿A
quién se le ocurre robar el coche del Signore Alcalde?
No
sé muy bien qué te ocurrió durante aquellos dos meses entre rejas.
Pero te debieron de lavar bien el cerebro.
–Questo
non e mio figlio.
–decía la Mamma entre lágrimas.
Ahí
ya mi confianza en ti se quebró. Y te aparté del negocio hasta que
recapacitaras y volvieras a comportarte como se hace en la famiglia.
Pero
no ocurrió así. Te ibas por las mañanas y volvías al anochecer.
La Mamma se preocupaba porque estabas cada día más delgado. Te
preparaba tus postres favoritos para que estuvieras feliz.
Y
un día me harté de tus extrañas ausencias y te hice seguir por uno
de los chicos que ahora ocupaban tu puesto. Y descubrí tu secreto.
¡Stronzo
di merda! ¡Desagradecido! ¡Stúpido!
Con
razón estabas raro después de volver de la cárcel. ¡Qué
fácilmente te dejaste vencer! ¡Estudiar para ser policía! ¡El
enemigo en casa!
¡Siamo
fottuti!
–Eres
la desgracia de la famiglia.
Si Don Stefano levantara la cabeza...
Y
esta vez sí enfatizó su odio escupiendo al suelo.
–Que
no se entere la Mamma...
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