¿De quién me fío? - Marian Muñoz

                                       


Cafetería de la facultad de Medicina, con mucha algarabía, llena de estudiantes tomando algo entre clase y clase. Sentadas en una mesa cercana a la puerta, se encuentran Ana y Elisa. Una mujer adulta, con aspecto de ejecutiva, y una estudiante de Biotecnología con aspecto de progre pija. A pesar de la diferencia de edad, si nos fijamos bien, tienen cierto parecido entre sí, posiblemente parientes, aunque por la distancia que mantienen, hace tiempo que no se ven.
  • Elisa- ¿Qué? ¡oye tía! No sé si te has tomado algo o eres siempre así, pero ¿quién te ha dicho que estoy interesada en saber quién es mi madre biológica?
Elisa está sorprendida al comprobar que aquella desconocida conoce que es adoptada y pretende ser ella su madre.
  • Ana - Bueno verás, muchas veces los hijos adoptados tienen esa inquietud, y hace tan sólo unos meses me enteré dónde estabas. ¡Entiéndelo! Para mí fue muy duro darte en adopción, nunca me olvidé de ti, e incluso en secreto te puse un nombre, Marieta, ¿no te parece precioso?
Ana no sabía cómo llevar a término aquella conversación, miles de veces la había pensado en su cabeza, pero ahora que se encontraba frente a su hija, temía que ella reaccionara contrariada y no pudieran entenderse.
  • Elisa - Oye, mira, creo que ha sido un error este encuentro, dentro de media hora tengo clase, y no quiero saber nada más de ti. ¡Es que no me lo puedo creer!
Elisa se había hecho una prueba de ADN al comenzar en la facultad, pedían voluntarios para un estudio secuencial del genoma, y había sido una de los doscientos voluntarios que formaron parte de la investigación. Los resultados llegaron tres meses más tarde, explicaban detalladamente que sus antecesores provenían de África, y ella, al ser blanca, era una anomalía de la naturaleza, pues todos sus genes eran africanos, es decir, de raza negra. Aunque se llevó una desagradable sorpresa, no dudó que el estudio fuera cierto, y si algún día pensaba tener hijos, debería casarse con un negro para no levantar sospechas de infidelidad.
  • Ana - Yo, lo siento, no quería inmiscuirme en tu vida, habrá sido difícil saber que eras adoptada, y te habrás preguntado miles de veces por tus padres.
  • Elisa - ¿Qué? Lo que he pensado miles de veces es que menos mal que mis padres me acogieron en su casa, que me amaron y atendieron como a uno más. ¡Qué habría sido de mí si no lo hubieran hecho! Posiblemente estaría muerta o sería un cadáver viviente a causa de las drogas o la prostitución. No, no me vengas ahora con lágrimas de cocodrilo, pudiste no abandonarme y lo hiciste, tus escusas no son más que disfraces a tus remordimientos, porque lo hiciste mal y lo sabes.
Elisa está convencida de que esa mujer no es su madre, pero no piensa tener piedad con ella por la barbaridad de haber echado a una hija de su lado.
  • Ana - Apenas tenía diecisiete años, mis padres me obligaron tras morir Fran en la cárcel, no tenía adonde ir ni a quién acudir, ellos fueron los que decidieron que te merecías un futuro mejor con otra familia y yo volver a empezar una nueva vida, estudiando y trabajando lejos de casa.
  • Elisa - ¿Cómo? ¡Me estás diciendo que mi padre murió en la cárcel! Mira, oye, me estás dando el día. Pareces muy segura de que soy tu hija, pero yo no lo estoy tanto. Creo que mi madre, la que me abandonó y la que me acogió, jamás me darían noticias tan desagradables simplemente para justificar un error.
  • Ana - Entiendo que te puede resultar horrible lo que te estoy contando, pero es la verdad, Fran era un buen hombre, se juntó con malas compañías y acabó encerrado por un delito que no cometió. Nunca se doblegó a la depravación carcelaria, y eso le costó la vida. Tu padre era buena gente y yo muy ingenua al ser menor de edad. No pretendo que seamos amigas ni nada de eso, pero quizás, con el tiempo, podamos seguir en contacto y quién sabe, algún día tenga un hueco en tu vida.
  • Elisa - Oye mira, siento que hayas tenido mala suerte con tu pareja y luego al perder a tu hija, pero cada vez tengo más claro que a la que buscas no soy yo. De todas formas no puedes presentarte así, como si nada hubiera pasado, decir cuatro cosas para explicar veinte años de abandono, dejar a tu hija como si fuera un perrito, la cambias de casa y ya está, tú a vivir tu vida y ella que se apañe con lo que le ha tocado, sea bueno o malo. Porque claro, en ningún momento has sabido si es feliz o una desgraciada a la que han maltratado. ¡Patética!
Mientras las dos hablan, entra en la cafetería uno de los catedráticos que participó en la investigación anteriormente reseñada. Llega con mal semblante y cabizbajo, esperaba que gracias a aquel programa tendría posibilidades de ganar el premio Nobel, y acaba de enterarse que todos los resultados de los tests fueron contaminados, nada del trabajo hecho es veraz, por lo que tendrán que empezar de nuevo, no sabiendo si los fondos recaudados tendrán que devolverlos, además de ponerse en contacto con todos y cada uno de los participantes del estudio, para explicarles que lo comunicado es falso y pedirles disculpas.
  • Ana - Tienes razón, merezco todos los reproches que me hagas y más, es terrible lo que te he hecho y tienes todo el derecho a reprochármelo, nunca debí ceder ante mis padres y aunque viviéramos bajo un puente debiste permanecer conmigo. A pesar de pasar hambre, frío y penurias, mi calor de madre habría sido suficiente para calmar tus necesidades. Me he equivocado dándote en adopción y lo he vuelto a hacer al hablar contigo. Perdóname, no me volverás a ver, pero quiero que sepas que tanto tú hermana gemela como yo, tenemos éste colgante al cuello, en señal de que nada malo nos podrá pasar, que a pesar de los problemas que existan en nuestras vidas, todo irá bien, incluso en la distancia permaneceremos unidas. Esta es mi tarjeta, por si alguna vez necesitas de mí, te estaré esperando. Adiós, que seas feliz.
Elisa vio con asombro como el colgante que le mostraba aquella mujer, era igual al que llevaba toda su vida pendiente del cuello. Un puño de azabache con una pequeña perla gris, engarzado a un enganche de oro.
Y además había dicho algo de que tenía una hermana gemela. Ahora estaba completamente paralizada, no sabía qué pensar al respecto. Por un lado recordaba lo del estudio genético, pero el colgante y una hermana.
Salió corriendo de la cafetería tras aquella mujer, la llamó por su nombre, y le pidió otra oportunidad para volver a hablar del tema. Más tranquilamente, con calma, pudiendo asimilar todas las novedades que Ana, su posible madre biológica, le acababa de dar. Lo de tener una hermana gemela le hacía mucha ilusión, pero antes de nada, debía hacerse un nuevo análisis de ADN, porque algo en todo aquello no le cuadraba.







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