La vida te da sorpresas - Marian Muñoz

                                       


Cuando yo era joven” celebraba su cumpleaños. Así llamamos a la tía Angustias, una vieja refunfuñona, regañona y la mar de puritana, que no para de increparnos con su famosa frase: cuando yo era joven, no hacía esto, no hacía aquello, eso está mal visto en una señorita. En fin, una insoportable solterona, vestida siempre de negro, que se quedó a vestir santos y su única afición es amargar la vida a las chicas jóvenes que parecen felices.
Es hermana de mi abuela, la pequeña de siete hermanos, que debido a la diferencia de edad con ellos, fue mimada, consentida y relegada al cuidado de la granja y de los bisabuelos. Su padre era hombre de mal genio y algo soberbio, por lo que sus hijos en cuanto podían se alejaban de la casa familiar y abandonaban el pueblo, para perderlo de vista. Más la pequeña, Angustias, cuando estaba en edad de merecer, tenía ya sobre sus espaldas la responsabilidad de mantener el medio de vida de sus padres y cuidar de ellos, por lo que apenas pudo disponer de tiempo para ir a verbenas o tontear con mozos. Lo más lejos que le permitían era ir a la iglesia para santificar las fiestas, por lo que su carácter terminó forjándose a fuerza de amarguras y frustraciones.
Con la que mejor se ha llevado siempre es con mi abuela, quizás porque es la más cercana en edad, y desde que los bisabuelos murieron pasa en verano un par de semanas con ella. Por desgracia, coincidíamos con ella mis hermanas y yo, pues al no tener clase, mamá no quería que estuviésemos solas y nos dejaba en compañía de las dos, sufriendo a la tía Angustias con su “cuando yo era joven”.
Al ir creciendo encontramos resortes suficientes para evadirnos de vez en cuando de sus quejas e improperios, que no sé aún, como la abuela soporta. Pero con quien más se ha metido siempre y lo ha seguido haciendo, es conmigo. Mi carácter más fuerte que el de mis hermanas, quizás por la herencia del bisabuelo, no me permite callarme sin contestarla, y claro, ante esa supuesta falta de respeto ya tenemos la guerra montada. También la culpa puede deberse a que soy la menos femenina de las tres, me gusta la ropa holgada y de sport, algo que la tía no comprende, según ella debería vestir falda en vez de pantalón, nada de escotes o tirantes y por supuesto ir siempre arreglada como cuando sales de la peluquería.
Cada vez la soportaba menos, conseguía rápidamente sacarme de mis casillas, pero ya no volverá a hacerlo, acabo de pararle los pies de una forma sutil, sin que nadie lo sepa, será nuestro secreto, espero no echar de menos las riñas porque me fuerzan a ser ingeniosa.
La familia lucía las galas de domingo, como siempre exigía. Me enfundé un abrigo para la ocasión, sin pantalones ni zapatillas de sport, sino tacones bien altos, medias de rejilla y peinada con moño me presenté en la fiesta. Tras los saludos y felicitaciones pertinentes, vi su cara de asombro, al estar vestida de “mujer”. Para mis adentros disfrutaba con la situación, pues cuando todos llegaron y por fin nos íbamos a sentar a la mesa, me invitaron a quitar el abrigo para estar más cómoda.
Eso hice suavemente, descubriendo una negligé de volantes, que transparentaba mi ropa interior negra y una liga granate, todos se quedaron atónitos y sobre todo ella. Aguanté estoicamente su mirada, de ofensa, desprecio y horror, que fue suavizada cuando al instante le enseño la llama de un mechero que acababa de encender.
Su gesto cambió, y fueron los demás quienes me increparon para cambiarme de ropa. Por supuesto les hice caso, pero la querida tía Angustias ya estaba vencida, nunca más se iba a meter conmigo, para envidia de hermanas y primas, que no entendían el teatro que acababa de hacer.
Como ya he dicho, es un asunto entre ella y yo, como de hecho han sido siempre nuestras discusiones, pero en esta ocasión la carta ganadora me la facilitó mi trabajo, mi profesión. Soy bombera, en una ciudad cercana al pueblo familiar. Hace unas semanas nos llamaron para sofocar el incendio de un edificio a las afueras del mismo, eran tres plantas, en mitad de la carretera, lo que se suele llamar un motel. Rescatamos a una veintena de personas, las mujeres iban ligeras de ropa y a algún hombre le faltaba por poner la camisa, algo normal, cuando debes escapar del fuego no te fijas mucho en la vestimenta que llevas puesta, por los nervios. Pero casualmente aquel motel en concreto, era un club de alterne, y ¡oh casualidades de la vida!, la madame que regentaba el burdel era la rancia y trasnochada querida tía Angustias, que escapó algo chamuscada pero ilesa, al ser rescatada por mis compañeros.
No se dio cuenta de mi presencia debido a que en ningún instante me quité el casco y de cómo a pesar de mi asombro la observaba. Me alegré de haber acudido, y por supuesto salvar a los ocupantes, porque el infortunado incendio iba a servirme para librarme, por fin, de “Cuando yo era joven”.









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