Relato inspirado en la fotografía
El sol regresó a nuestras vidas, su resplandor, desconocido hasta hace poco, impera en nuestros cielos. El clima comienza un giro benevolente hacia colores claros y las personas, día a día, estamos sintiendo un cambio en la forma de comportarnos hacia nuestros semejantes, que ya empieza a reflejarse en un mayor bienestar y felicidad.
Me
siento orgulloso de haber participado en ese cambio, en que la
oscuridad, sólo pertenezca a la noche, que es de donde no tendría
que haber salido, pero claro, no tienes idea de lo que estoy
hablando, los jóvenes no recordáis ese triste pasado en que los
bosques comenzaron a enterrar nuestros campos, nuestros caminos,
nuestras casas, la pesadumbre gobernaba nuestros actos.
Recuerdo
que en cuanto pude hablar y correr, me enviaron como voluntario
forzoso al Retiro de Almas, donde terminan personas que envejecen.
Ancianos y ancianas que han resistido una vida de penurias y
calamidades, para luego ser internados y encerrados cual presos, el
resto de su tiempo de vida, en aquel edificio, frío y aséptico, al
que son conducidos para esperar su mutación a espíritu.
Me
asignaban un abuelo hasta que alcanzaba su fin, y luego cambiaba a
otro. Al ser de mucha menor edad, tuve asignados una diversidad de
abuelos, así les llamaba para dar un toque más personal a nuestra
relación. De todos ellos, mi favorito siempre fue el abuelo Ghoran.
Un viejito afable, sonriente, su físico enjuto recordaba a don
Quijote. Sus conversaciones tenían de fondo una historia fantástica,
siempre la misma, aunque con diferentes matices, que provocaba en mí
un sentimiento altruista de ayudarle en su aventura.
Su
sempiterno sueño era liberar a Nahia, la maga que vivía en el
bosque vecino, hechizada por Ferrón, el tirano que sembraba
tinieblas y caos en los mundos que habitaba. En cada encuentro me
brindaba un nuevo detalle del rescate o un nuevo personaje cobraba
vida en su relato. A pesar de llevar con él más de dos años, su
historia sabía hacerla verosímil como los juglares de la edad
media, nunca era la misma aunque siempre revivía en ella los mismos
personajes y los mismos lugares.
Repentinamente,
en una de mis visitas, decidido, me confirmó estar preparado para
liberar a Nahia, y ser mi objetivo en la vida, porque si lo lograba
ayudaría a cambiar el mundo y ser de nuevo felices. Tras dejarle
aquella tarde, no volví a verle más, me asignaron a otro abuelo,
quien nada más conocerme me susurró:”Vete
en busca de tu destino y no vuelvas hasta que la hayas librado”.
Como si de una consigna se tratase, comprendí que Ghoran le había
hablado de mí y de nuestras reuniones, pero seguía sin tener idea
por dónde empezar.
-
¿Cómo puedo ayudar? –le pregunté al nuevo abuelo.
-
¿Ves ese bosque de ahí que está comiendo los terrenos del retiro?
-
Sí, es el bosque que pertenece a este centro.
-
Pues toma hacia arriba el camino asfaltado, y cuando la vegetación lo hace desaparecer, entonces observa. Sabrás lo que tienes que hacer.
Me
despedí de él y dirigí mis pasos camino arriba del bosquecillo
cercano. La subida poco pronunciada me dio el impulso justo para
iniciar la aventura, más en el momento que árboles, yedras y ramas
cerraban el paso por donde quiera que fuera, mi animosidad comenzó a
declinar, tan espesa era la maraña vegetal que apenas dejaba entrar
luz del exterior, y por ende perder inesperadamente la visión del
edificio cercano.
El
pánico comenzó a cercenar mi valentía, dudaba de lo que realmente
podría resolver allí, pero hechizado por el sombrío entorno, volví
a revivir uno por uno los pasos del relato que con tanto esmero el
abuelo Ghoran me había narrado durante aquellos dos largos años.
Seguí caminando a trompicones hasta dar con un claro en el bosque,
mi desasosiego fue calmándose, pudiendo apreciar al otro lado un
pequeño montículo lleno de musgo, que al acercarme me permitió ver
en uno de los lados una pequeña puerta de madera. Los goznes
chirriaban al abrir y cerrarse constantemente, más no había nadie
por allí, tan sólo el viento la movía, por eso aún no estaba
cubierta de musgo como el resto de lo que se adivinaba una cabaña
vieja y destartalada.
Aquello
debía de ser, sin duda, donde hacía muchos años vivió Nahia, la
bruja benefactora, a la que tantos acudían para mitigar su malestar
o su pena, o para pedirle beneficios o bonanza en sus vidas, pero que
Ferrón envidioso de su éxito y sus virtudes, había hecho
desaparecer al hechizarla. Decidí entrar en el chamizo para saciar
mi curiosidad, y deslumbrado, fui testigo de cómo los utensilios en
su interior cobraban vida y me hablaban, la garcilla, el cuévano, la
maniega o el candil, por narrar sólo unos pocos, al unísono me
indicaban que cogiera la vara de avellano posada tras la puerta, la
sumergiera en una charca cercana, y girando a mano izquierda me
toparía con Nahia, cubierta por la espesura del bosque.
Asombrado
por el espectáculo de objetos vivientes, opté por hacerles caso, no
sin cierta aprehensión. Encontré a la maga enterrada, tan sólo la
cabeza y una mano aún no estaban sepultadas por la tierra. En
cuanto me vio me sonrió sin hablar. No hizo falta, sabía lo que
debía hacer, de tantas veces como lo había oído. La vara seguía
empapada en agua, espolvoreé ésta alrededor de la bruja, y tras un
terrible crepitar de hojas y madera, su prisión desapareció.
Aquella cabeza que en un principio me había asustado al ser
horriblemente desagradable, se convirtió en una dulce anciana, que
desperezándose de la inmovilidad de tantos lustros, sonreía y me
daba las gracias en gaélico, lengua que Ghoran me había enseñado.
A
la par el bosque dejó de ser tétrico, tanto la hiedra como la
enredadera comenzaron un lento pero firme retroceso, permitiendo que
volviera la luz al mismo, oír y sentir a sus moradores, que hasta
entonces permanecían silenciosos al estar igualmente hechizados.
El
cambio gradual no fue sólo en el bosque, sino en la residencia de
retiro o en las vidas de la población, y logró que todos fuéramos
más felices en nuestras vidas y pudiéramos desterrar la oscuridad
de nuestros corazones.
-
Esta vez has añadido un detalle nuevo a tu historia. –Decía Nolan a su abuelo.
-
Es que según lo voy narrando, me acuerdo mejor de todo.-Dijo el viejo con dulzura.
-
Ahora tengo que marchar, el próximo día vendré temprano para estar más tiempo contigo.
-
Claro cariño, de aquí no me moveré, pero debes estar preparado para salvar al mundo del malvado Ferrón.
-
Por supuesto abuelo, seré un fantástico mago como tú.-respondió el niño poco convencido.
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