Sucedió en Semana Santa - Cristina Muñiz Martín



Sucedió en Semana Santa, cuando Eric y Nel estaban pasando unos días con los abuelos. A los dos les encantaba el pueblo perdido entre montañas donde los coches y los vecinos cuidaban con mimo de los más pequeños. Los días transcurrían lentos y apacibles, sin más obligación que jugar libremente en las calles o en los prados, mientras desde las ventanas de las casas o de la puerta del bar, decenas de ojos apáticos y aburridos se transfiguraban por unos días volviéndose atentos, curiosos y divertidos.

Un miércoles, como todos los miércoles, Eric, Nel y los abuelos fueron al mercado comarcal. Allí se podía encontrar de todo: pan, miel, golosinas, ropa, utensilios caseros, herramientas de trabajo, juguetes...Ese día la abuela decidió comprar calcetines para sus nietos. Eric eligió unos rojos con calaveras negras y Nel unos negros con estrellas rojas. Los dos primos volvieron a casa contentos con sus calcetines nuevos, un paquete de chucherías y un cuento para cada uno.

La tarde la pasaron jugando en la calle con sus amigos y al anochecer entraron en casa, sometiéndose, no de muy buena gana, a un baño en el que la abuela los restregó bien, sobre todo por el cuello y las orejas. Después cenaron pizza casera, especialidad del abuelo, y tras beber un vaso de leche se metieron en la cama para descubrir las historias que atesoraban los cuentos nuevos.

Al día siguiente Eric y Nel estrenaron sus calcetines. Durante el desayuno, en la gran mesa de madera de la cocina, nadie se dio cuenta de que el calcetín derecho de Eric chocaba con el calcetín izquierdo de Nel. Tampoco los sintieron hablar, pues como todo el mundo sabe, los calcetines hablan en un tono inaudible para los seres humanos. Las piernas de Eric y de Nel se bamboleaban llenas de energía, esperando la señal de salida a la calle y, en ese vaivén, los calcetines se tocaban una y otra vez, sintiendo en cada roce un ligero y agradable escalofrío.

La mañana de juegos terminó cuando los llamaron para comer. De nuevo, las piernas inquietas de los dos primos acercaban y alejaban los calcetines que ya ansiaban esos fugaces encuentros. Durante la tarde, jugando en la calle, se produjeron nuevos y continuos roces y al atardecer el calcetín derecho rojo con calaveras negras de Eric y el calcetín izquierdo negro con estrellas rojas de Nel ya estaban perdidamente enamorados uno del otro, sin que nadie, ni siquiera sus compañeros, muy alejados entre sí, se diera cuenta.

Con la llegada de la noche, ante la amenaza del baño, los enamorados calcetines elaboraron un plan. Los niños se desvistieron para entrar en la bañera, dejando su ropa desparramada por el suelo. Una vez dentro de la lavadora, el calcetín rojo de calaveras negras y el calcetín negro de estrellas rojas, se movieron nerviosos entre el montón de ropa, tratando de encontrarse. Al fin lo lograron y para no separarse se enroscaron uno en el otro, mientras se juraban amor eterno. Después, cuando la lavadora comenzó a funcionar, aunque algo mareados de tanto vuelta, miraron muy atentos en busca de la salida de la que tanto habían oído hablar. Según decía la leyenda, todas las lavadoras tenían una puerta secreta por la que podían escapar los calcetines que no querían soportar más el sacrificio al que los sometían los humanos, sobre todo los que les olían mucho los pies o aquellos que no los lavaban a menudo.

Durante el proceso de lavado, aunque impacientes, se dejaron llevar. No era buena idea abrir los ojos con tanto detergente. Tras el primer aclarado fueron mirando atentamente a su alrededor buscando la puerta. Ésta apareció cuando ya se encontraban desanimados y aterrados, pues estaba a punto de comenzar el centrifugado y a tanta velocidad les resultaría muy difícil entrar por esa abertura tan pequeña y estrecha que solo los calcetines, enrollándose sobre si mismos hasta convertirse en una especie de espagueti, eran capaces de traspasar. Cuando la vieron, esperaron a la siguiente vuelta y al pasar junto a la puerta se escabulleron por ella para ir a vivir al país de los calcetines perdidos, donde esperaban ser felices por siempre jamás.

La abuela, al tender la ropa, echó en falta los calcetines. Miró en la lavadora, en la bañera, en el lavabo, detrás de las puertas, en el cesto de la ropa, en la despensa, en el horno, en la cafetera, en el paragüero...Fue inútil. Los calcetines habían desaparecido.

Mientras tanto, en el tendal, el calcetín izquierdo rojo con calaveras negras de Eric y el calcetín derecho negro con estrellas rojas de Nel se miraban con recelo, preguntándose a dónde habrían ido sus compañeros sin contar con ellos y temblando ante la idea de acabar en el cubo de la basura. Pero la abuela no tenía pensado deshacerse de los calcetines sin pareja, su intención era otra.

A la semana siguiente volvieron al mercado. Allí estaba el tenderete de los calcetines. La abuela compró otros dos pares exactamente iguales que los de la semana anterior, pese a que sus nietos, en esta ocasión poniéndose de acuerdo, eligieron unos de rayas rojas y blancas. Pero ella pensó que mejor tres calcetines iguales que uno solo. Así, si la lavadora volvía a comer alguno, cosa bastante probable, siempre quedaría un par completo.


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