Sucedió en Semana Santa, cuando Eric y Nel estaban pasando unos días con los abuelos. A los dos les encantaba el pueblo perdido entre montañas donde los coches y los vecinos cuidaban con mimo de los más pequeños. Los días transcurrían lentos y apacibles, sin más obligación que jugar libremente en las calles o en los prados, mientras desde las ventanas de las casas o de la puerta del bar, decenas de ojos apáticos y aburridos se transfiguraban por unos días volviéndose atentos, curiosos y divertidos.
Un
miércoles, como todos los miércoles, Eric, Nel y los abuelos fueron
al mercado comarcal. Allí se podía encontrar de todo: pan, miel,
golosinas, ropa, utensilios caseros, herramientas de trabajo,
juguetes...Ese día la abuela decidió comprar calcetines para sus
nietos. Eric eligió unos rojos con calaveras negras y Nel unos
negros con estrellas rojas. Los dos primos volvieron a casa contentos
con sus calcetines nuevos, un paquete de chucherías y un cuento
para cada uno.
La
tarde la pasaron jugando en la calle con sus amigos y al anochecer
entraron en casa, sometiéndose, no de muy buena gana, a un baño en
el que la abuela los restregó bien, sobre todo por el cuello y las
orejas. Después cenaron pizza casera, especialidad del abuelo, y
tras beber un vaso de leche se metieron en la cama para descubrir
las historias que atesoraban los cuentos nuevos.
Al
día siguiente Eric y Nel estrenaron sus calcetines. Durante el
desayuno, en la gran mesa de madera de la cocina, nadie se dio cuenta
de que el calcetín derecho de Eric chocaba con el calcetín
izquierdo de Nel. Tampoco los sintieron hablar, pues como todo el
mundo sabe, los calcetines hablan en un tono inaudible para los seres
humanos. Las piernas de Eric y de Nel se bamboleaban llenas de
energía, esperando la señal de salida a la calle y, en ese vaivén,
los calcetines se tocaban una y otra vez, sintiendo en cada roce un
ligero y agradable escalofrío.
La
mañana de juegos terminó cuando los llamaron para comer. De nuevo,
las piernas inquietas de los dos primos acercaban y alejaban los
calcetines que ya ansiaban esos fugaces encuentros. Durante la tarde,
jugando en la calle, se produjeron nuevos y continuos
roces y al atardecer el calcetín derecho rojo con calaveras
negras de Eric y el calcetín izquierdo negro con estrellas rojas de
Nel ya estaban perdidamente enamorados uno del otro, sin que nadie,
ni siquiera sus compañeros, muy alejados entre sí, se diera cuenta.
Con
la llegada de la noche, ante la amenaza del baño, los enamorados
calcetines elaboraron un plan. Los niños se desvistieron para entrar
en la bañera, dejando su ropa desparramada por el suelo. Una vez
dentro de la lavadora, el calcetín rojo de calaveras negras y el
calcetín negro de estrellas rojas, se movieron nerviosos entre el
montón de ropa, tratando de encontrarse. Al fin lo lograron y para
no separarse se enroscaron uno en el otro, mientras se juraban amor
eterno. Después, cuando la lavadora comenzó a funcionar, aunque
algo mareados de tanto vuelta, miraron muy atentos en busca de la
salida de la que tanto habían oído hablar. Según decía la
leyenda, todas las lavadoras tenían una puerta secreta por la que
podían escapar los calcetines que no querían soportar más el
sacrificio al que los sometían los humanos, sobre todo los que les
olían mucho los pies o aquellos que no los lavaban a menudo.
Durante
el proceso de lavado, aunque impacientes, se dejaron llevar. No era
buena idea abrir los ojos con tanto detergente. Tras el primer
aclarado fueron mirando atentamente a su alrededor buscando la
puerta. Ésta apareció cuando ya se encontraban desanimados y
aterrados, pues estaba a punto de comenzar el centrifugado y a tanta
velocidad les resultaría muy difícil entrar por esa abertura tan
pequeña y estrecha que solo los calcetines, enrollándose sobre si
mismos hasta convertirse en una especie de espagueti, eran capaces
de traspasar. Cuando la vieron, esperaron a la siguiente vuelta y al
pasar junto a la puerta se escabulleron por ella para ir a vivir al
país de los calcetines perdidos, donde esperaban ser felices por
siempre jamás.
La
abuela, al tender la ropa, echó en falta los calcetines. Miró en la
lavadora, en la bañera, en el lavabo, detrás de las puertas, en el
cesto de la ropa, en la despensa, en el horno, en la cafetera, en el
paragüero...Fue inútil. Los calcetines habían desaparecido.
Mientras
tanto, en el tendal, el calcetín izquierdo rojo con calaveras negras
de Eric y el calcetín derecho negro con estrellas rojas de Nel se
miraban con recelo, preguntándose a dónde habrían ido sus
compañeros sin contar con ellos y temblando ante la idea de acabar
en el cubo de la basura. Pero la abuela no tenía pensado deshacerse
de los calcetines sin pareja, su intención era otra.
A la
semana siguiente volvieron al mercado. Allí estaba el tenderete de
los calcetines. La abuela compró otros dos pares exactamente iguales
que los de la semana anterior, pese a que sus nietos, en esta ocasión
poniéndose de acuerdo, eligieron unos de rayas rojas y blancas. Pero
ella pensó que mejor tres calcetines iguales que uno solo. Así, si
la lavadora volvía a comer alguno, cosa bastante probable, siempre
quedaría un par completo.
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