Daños colaterales - Gloria Losada




Día siete de agosto de 1976. Lara ha cumplido diez años hace una semana y sus padres le han regalado una estancia en una campamento. Bueno, en realidad no es un campamento, si lo fuera iría la mar de contenta, en realidad es una casa en la sierra donde hay una especie de convivencia con otras niñas de otros países y culturas. A sus padres les pareció un regalo fantástico, pero a ella le parece una verdadera porquería. Ninguna de sus amigas acude y no le hace ninguna gracia conocer gente nueva, ella, que es tímida por naturaleza y le cuesta una fortuna hacer amistades. Está segura de que se va a sentir como un pato en un garaje, pero sus padres se han empeñado. Alegan que aquel encuentro es la ocasión perfecta para ir dejando a un lado de una vez por todas sus timidez recalcitrante. Menos mal que es solo un fin de semana, con lo que en menos de nada volverá a estar en su ambiente, en su ciudad, y con sus amigas de siempre.

Su madre la apremia. Lara mete en la mochila un paquete de galletas y dos chicles de bola que compró hace dos días en la maquina que hay en la tienda de la señora Carmen y sale pitando. Su padre la espera en el coche para llevarla a la sierra.



Día siete de agosto de 1986. Lara ha cumplido veinte años hace una semana y está deprimida. Jaime, su primer amor, el amor de su vida, aquel que parecía eterno e incombustible, la dejó el mismo día de sus cumpleaños después de tres años juntos. Y no solo eligió el día de su cumpleaños, el muy capullo, sino que además lo hizo en pleno concierto de Golpes Bajos, cuyas entradas le había regalado el mismo. Menudo capullo. No tiene ni idea de el daño que le está haciendo. Jamás de había sentido tan vilipendiada, tan ninguneada, tan triste. Su amiga Esther tiene una casa en la sierra y le ha dicho que si quiere puede ir a pasar allí unos días y purgar su pena. Allí se va sin pensarlo demasiado. Cuando llega siente como si ya hubiera estado allí.



Día siete de agosto de 1996. Hace una semana que Lara ha estrenado década y se encuentra deprimida. Treinta años y no ha conseguido casi nada en la vida. No consiguió terminar ninguna de las dos carreras que empezó, desde que la dejó su primer novio no ha conseguido mantener de nuevo una relación seria con ningún otro hombre y sus sueños de ser azafata de vuelo, se esfumaron cuando le descubrieron una pequeña lesión cardíaca, sin demasiada importancia, pero incompatible con sus sueños de volar. Así que se ha tenido que conformar con ser cajera de supermercado, con un sueldo de mierda y sin poder independizarse de una puñetera vez. Se siente tan estúpidamente mal que su amiga Pili le ha propuesto un fin de semana en la sierra, en una casa rural, a un módico precio y en la que se respira la tranquilidad necesaria para calmar un poco su agitada mente. Cuando llega advierte que le edificación le es vagamente conocida.



Día siete de agosto de 2006. A Lara no le ha gustado nada entrar en los cuarenta. Y no es que se sienta vieja.... o tal vez sí. El caso es que el tiempo pasa cada vez más rápido. Le da la impresión de que la vida, los años, los días, se escapan por algún agujero invisible cual si fuera el agua deslizándose por el sumidero del fregadero. Desde hace tres años está con Ramón. Es un buen tío. Un poco tímido, tal vez inseguro, con poca voluntad, pero la hace feliz, o la hacía, no está muy segura, porque hace dos semanas se ha encontrado por la calle a Jaime, su amor de juventud, que la invitó a tomar un café y al aire fresco del interior del bar le confesó que nunca la había olvidado, pero que en su día la había dejado porque no podía vivir con una persona tan dominante como ella. Lara salio del bar con los sentimientos revolucionados. No era justo que Jaime apareciera así, de repente y viniera a soliviantar su tranquila y rutinaria vida. Decidió marchar un fin de semana a la sierra, a un pequeño hotel que habían abierto recientemente. Acababa de llegar, y en cuanto vio la edificación la sensación de deja vu que la envolvió fue casi terrorífica.



En aquella casa de la sierra, un fin de semana de agosto de un tiempo indefinido, se reunieron tres mujeres y una niña. Todas eran la misma persona. Ninguna sabía que se iba a encontrar con sí misma, pero semejante encuentro no les produjo ningún trauma, ni siquiera sorpresa. Iban preparadas para ello, aunque lo ignoraban. Las cuatro Laras formaban parte de un experimento llevado en secreto desde hacía más de cincuenta años por el gobierno alemán, y que por fin podían poner en práctica. Habían elegido a Lara como podían haber elegido a cualquier otra persona con una vida insulsa y envuelta en un halo de fracaso. El caso era que los yo pasados se juntaran para analizar su comportamiento, para darse cuenta de qué era aquello que habían hecho mal y les había conducido a la situación en la que estaban.

Durante aquel fin de semana de agosto las cuatro Laras analizaron sus vidas y sus errores, sus caprichos, sus inseguridades, sus miedos, rasgos de su carácter que les había empujado a hacer esta o esta otra cosas, circunstancias de la vida diaria que se podía hacer evitado. Las cuatro salieron de la casa de la sierra con la convicción de que había mucho de hacer, mucho que cambiar para que la Lara del año 2016, la única que no sabía nada del experimento, fuera una mujer diferente.

Hubo suerte. La Lara del presente, estaba casada con Jaime, y tenía una hermosa familia de dos hijos. Había terminado su carrera de psicología y regentaba una clínica. Era una mujer de éxito. El experimento igualmente había sido un éxito. Los daños colaterales eran cosa sin importancia. Daba igual que los hijos que Jaime había tenido ya no existieran (uno de ellos hubiera sido una gran científico que descubriría una vacuna contra el cáncer), que la que había sido su esposa, se había enganchado en las drogas por culpa del primer porro que fumó ante el rechazo de él, en su juventud.

Había llegado el momento de cambiar la historia. Cuatro Hitler entraron en la casa. No hubo Holocausto, pero el Sur de Europa no existe, es el norte de África. Las mujeres españolas llevan velo y son musulmanas, las francesas también. Es muy difícil explicar lo que ha ocurrido. Daños colaterales, supongo.
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