Con la
llegada del buen tiempo, en los talleres comenzó la desbandada.
Algunas, cual si fueran aves migratorias, viajaron al sur en busca de
sol y de jolgorio. Otras, hambrientas de experiencias nuevas, volaron
hacia el Imperio del Sol Naciente o incluso se atrevieron a
adentrarse en las misteriosas tierras africanas. Fuera por escuchar
sus relatos, por romper la monotonía del duro invierno o porque la
primavera la sangre altera, enseguida se empezó a hablar de pasar
un fin de semana juntas. Puri, rápidamente dijo que primero a su
casa; se moría de ganas de enseñárnosla. Llevaba todo el año
hablando de ella y de lo manitas y maniático del reciclaje y del
bricolaje que era su marido. “Ya veréis, ya veréis, nos decía
Puri, mi casa es de lo más original, con deciros que mi Panchi
recicla hasta los huesos de los melocotones”
La
verdad es que todas teníamos muchas ganas de ver esa maravilla de
casa, así que salimos un sábado en tres coches para pasar allí el
fin de semana. En total éramos nueve personas, seis compañeras del
taller y tres de sus maridos. No estaba lejos, nos había dicho Puri,
como una hora más o menos. Fue más. Mucho más. Tres horas y
cuarto. Y eso que llevábamos anotadas las coordenadas en el Gps que
sino no llegamos en la vida. En la carretera no había indicaciones
de la desviación, así que pasamos cuatro veces de largo. Ya en la
caleya, porque aquello era una caleya, los coches apenas podían dar
las curvas porque los comía la vegetación y además salían decenas
de nuevas caleyas a cada paso. Y claro está, nos equivocamos de
dirección varias veces y como no se podía dar la vuelta teníamos
que seguir hasta el final. En una casa tuvieron que abrirnos la
puerta de la cuadra para poder dar la vuelta, porque los tres coches
quedaron atascados. Cuando ya empezábamos a estar un poco
desesperados vimos a Puri que nos estaba esperando en una especie de
explanada. Nos dijo que dejáramos allí los coches que delante de su
casa no había sitio. Y allí vamos todos con nuestras bolsas y
maletas detrás de Puri por una cuesta que la de enero a su lado se
queda corta. Ella estaba exultante con nuestra llegada y nosotros más
esperando ver ya de una vez la famosa casa y poder descansar de tan
ajetreado viaje.
La
casa apareció de pronto, en un pequeño claro entre la vegetación.
Parecía un parchís, la planta baja pintada de amarillo y verde, la
primera planta de azul y rojo. Las ventanas también multicolores,
aunque sin coincidir con el trozo de pared donde estaban situadas. En
la entrada, la puerta de un ascensor pintada de negro parecía la
boca de una mina.
Entramos
y pudimos comprobar a primera vista lo bricomaníaco que era Panchi.
Ideas tenía, no voy a negarlo, ahora en cuanto a que fueran buenas
eso ya es cuestión de gusto. El salón-cocina estaba hecho todo de
pallets y, vale, yo he visto muchas cosas chulis en facebook hechas
con pallets, pero según supe después, a Panchi no le hables de
facebook ni de ordenadores ni de nada de eso. Sus ideas eran todas
originales, según nos dijo todo satisfecho, creadas por él mismo.
La mesa de comedor descansaba sobre cuatro troncos de árboles y
sobre ella había una chapa que había conseguido alisando y soldando
latas de cerveza, coca cola y todo tipo de refrescos. Las sillas eran
cajas de fruta de colores apiladas y con un cojín de retales encima.
Yo clavé mis ojos en la escalera que llevaba a las habitaciones,
hecha también con pallets y no pude evitar acordarme de Calatrava.
¡Me
entraron unos sudores! De noche no pensaba levantarme a mear aunque
me lo hiciera encima. Y qué decir del fregadero. Tenía el fondo
levantado, como si fuera una lata abierta. Debajo parecía haber
algo. Puri nos explicó que fue una idea de su Panchi para que no se
vieran los cacharros sucios. ¿Verdad que es genial?, nos preguntó
ilusionada. Creo que le dijimos que sí, aunque no me acuerdo. Gloria
fue al baño y salió con una cara mezcla de desconcierto y risa. La
base consistía en un cono de esos rojos y blancos de carretera con
el pico bien anclado en el suelo, o eso quisimos suponer, que estaba
bien anclado. Sobre la boca del cono una tabla y sobre la tabla la
tapa. No nos lo podíamos creer, cuando nos dice Esperanza “Mirad,
mirad”. La lámpara del salón era una percha de la ropa con una
bombilla colgando a cada lado y como no podía ser de otra manera,
Puri la encendió para que la admiráramos. Una bombilla daba luz
verde y la otra roja. Precioso. Yo andaba un poco mosqueada porque no
había visto que hubiera bañera o ducha en el baño y Puri nos había
dicho que tenían una supermegabañera. Decidí no preguntar, al fin
y al cabo por un día que no me duchara no iba a pasar nada. Panchi
nos dijo que como faltaba un poco para la hora de la comida podíamos
echar unas canastas. No nos pareció mala idea y fuimos hasta la
parte trasera de la casa. Indescriptible cómo estaba pintada, mejor
lo cuento otro día. Lo que sí voy a contaros es que la canasta era
la parte baja de una tapa de water que hombre, su cometido si que lo
cumplía, pero en fin.
La
comida no estuvo mal: una paella de verduras, una parrillada de
verduras y una ensalada, que Panchi además de bricomaníaco es
también muy respetuoso con la naturaleza, los animales y las
plantas, bueno las plantas no, que algo hay que llevarse a la boca.
Pasamos
la tarde bien, descubriendo rincones nuevos entre asombrados y
pasmados. La cena amenazaba con ser una continuación de la comida,
pero menos mal que Marian había dicho que podíamos llevar algo de
comer para corresponder a la invitación. Cenamos chorizo, jamón,
queso, tortilla, paté, empanada, tarta...Nos pusimos a reventar,
sobre todo Panchi que dijo que a él no le gustaba despreciar a nadie
y que éramos amigas de su Puri y que por ello comía como los demás.
Poco más y le tenemos que quitar el chorizo de las manos con una
motosierra.
Llegó
la hora de dormir y continuaban las sorpresas. Según Puri, había
camas para todos. Y sí, camas había. Habitaciones no. Dormimos como
en un refugio de montaña. En cama corrida. En una cama en las que
sus patas eran troncos de madera, el somier tablas desiguales y el
cabecero una red de tuberías dormimos Marga y su marido a la
izquierda, Pili en el medio, y yo y mi marido a la derecha. Lo peor
fue que al acostarnos nos dimos cuenta de que las patas eran
desiguales y Pili caía sobre Marga y Marga sobre su marido y yo
sobre Pili y mi marido sobre mí. Pasamos un buen rato moviéndonos
para tratar de no rozarnos, pero al final acabamos durmiendo los
cinco pegados unos a otros. Pero reir nos reímos un rato y sin
darnos cuenta acabamos dormidos. El resto de la gente, acompañados
por un par de gatitos que encontró Ángeles, también compartió
cama aunque la suya estaba nivelada, porque eran colchones tirados en
el suelo, así que por ahí no tuvieron problema, aunque acabaron
también durmiendo todos muy juntos por el frío que pasaron ya que
esa ventana, según la teoría de Panchi, era de rejilla metálica
para permitir que entrara el aire en la casa y renovara el ambiente.
Amaneció
y empezaron las visitas al baño. Bien. Sin problema. A mí me
apetecía darme una ducha porque había pasado la noche como si fuera
el fiambre de un bocadillo, aplastada entre Pili y mi marido y al
final acabé sudando. Le pregunté a Puri que me llevó muy ufana
hasta la supermegabañera. Salimos de casa y eso me extrañó.
¿Tendrán otro baño fuera de casa?, pensé sorprendida. No fuimos
muy lejos. Por un camino de unos cincuenta centímetros entre la
pared y la vegetación llegamos hasta la bañera, en realidad un
antiguo abrevadero de ganado. “Mira que buena idea ha tenido
Panchi. Aquí nos podemos bañar unos cuantos juntos, las chicas con
las chicas y los chicos con los chicos por ejemplo. Y como ves está
rodeado de vegetación, así que no hay peligro de que nos vea nadie.
Asentí con la cabeza sin saber qué decir. La verdad es que se me
había quitado la gana de bañarme pero ella llamó rápidamente a
las otras y ante su entusiasmo, el de Puri digo, no pudimos negarnos.
Nos metimos todas en el abrevadero tras echar en el unos cuantos
cubos de agua caliente desde la ventana de la cocina, situada encina,
y después nos aclaramos a manguerazos. Toda una experiencia. Después
de comer nos despedimos de Puri y Panchi que, a decir verdad, son un
par de soles, hechos de parches, pero soles al fin y al cabo.
La
próxima semana tenemos otro “finde”. Esta vez vamos a Orbaneja
del Castillo a casa de Dori que según dice tiene una casa normal de
siete habitaciones, aunque no sé yo lo normal que es hoy en día
tener siete habitaciones. En fin, ya os contaré.
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