Dudaba
que maleta llevar, ¿la pequeña o la mediana?, teniendo en cuenta
que el viaje iba a ser en coche y en cada uno íbamos cuatro chicas,
mejor la pequeña y así dejar sitio a las de las demás.
Me
resultó difícil meter en ella el conjunto por si hacía calor, el
de por si hacía frío, el vestido por si íbamos a la verbena (en
los pueblos casi siempre las hay), el traje de noche, bien abrigadito
porque las casas de campo suelen ser frías, así que metí el pijama
de ositos con los patucos rosas, por si hay pocas mantas. Las cosas
de aseo repartidas entre los recovecos de la ropa, y el doble de ropa
interior por si me meaba de la risa en nuestras charlas.
Por
fin habíamos conseguido ponernos todas de acuerdo y alquilamos una
casa rural en Orbaneja del Castillo, un pueblecito al norte de la
provincia de Burgos, que a Dori le habían recomendado por tranquilo
y bonito.
La
mitad del taller de cocina nos apuntamos a pasar un “finde” todas
juntas. El viaje no era muy largo por lo que cada una aportaba algo
de comer:
-
Marga sus bizcochos y muffins que le salen tan ricos, para el
desayuno.
-
Espe huevos de su granja para hacer riquísimas tortillas y sus
originales revueltos.
-
Gloria prometía deleitarnos con el postre de la tía Pilar.
-
Isa aportaba un rico embutido de la Sierra Salmantina.
-
Cristina sus patés de pescado y marisco para chuparse los dedos.
-
Pili ese vino rico del que nos esconde su procedencia.
-
Las ensaladas corren a cargo de Dori y los panes, míos, mi fuerte en
la cocina.
Madrugamos
para llegar antes del almuerzo y poder dar un paseo por el pueblo,
paseo que duró más de la cuenta, pues quedamos obnubiladas con la
belleza y el paisaje de alrededor.
Un
río divide en dos mitades al pueblo, quedando estancado en el
molino, donde nadan carpas libremente, discurriendo hasta provocar
una colorida cascada, debido a la mineralización de sus aguas, tiñe
las piedras por las que resbala, de tonos verdes y azules.
Si
dirigíamos la mirada hacia arriba, contemplábamos la erosión de
siglos que el río Ebro ha hecho en la cuenca allí formada,
esculpiendo en sus montañas formas semejantes a los Reyes Magos y
por los que revolotean libremente los buitres leonados, al hacer allí
sus nidos.
Absorta
en la contemplación del fabuloso paisaje, subimos pueblo arriba,
hacia la ermita, y en la cima del pueblo, donde empieza la meseta,
quedamos nuevamente asombradas de la valentía y destreza de los
quintos, al tener que trepar, cada año, por una chimenea de piedra
puntiaguda, donde colocan el estandarte del pueblo.
La
comida fue también merienda, debido al entretenido paseo y la
elaboración esmerada de los platos de comida, teníamos que
demostrarnos el provecho del taller de cocina.
Por
la tarde nos acercamos hasta la Población, donde tras una caña en
la terraza del Bar del Puerto, pudimos admirar la puesta de sol en el
Pantano del Ebro, que por sus dimensiones y el caudal que tiene, más
parece una ría costera que un pantano artificial.
Al
día siguiente tras un ligero madrugón, debido sobre todo a ser
muchas para un solo baño, nos acercamos primero hasta el Pozo Azul
en Covanera, donde en mitad de la montaña, mana del interior de una
cueva, un afluente del Ebro. Debe su nombre a lo azulado del líquido
rodeado de verdes prados. Recordadme que no vuelva a meterme en sus
aguas, ¡están heladas!
Tras
esta grata visita nos acercamos a Reinosa, una cercana población
cabeza de partido, que también es atravesada por el río Ebro, y
después de pasear por su casco antiguo, tomamos un piscolabis con
las típicas rabas de la zona.
El
finde esta discurriendo según lo previsto y más divertido de lo que
esperábamos, hasta que al regresar a Orbaneja, se estropea el coche
de Gloria justo en la recta del Balneario de Corconte. Menos mal que
ella tiene buen seguro de coche y en media hora teníamos allí a la
grúa y al mecánico. La espera se nos hizo corta, porque
aprovechamos para tomar un café en la Salón del Balneario, decorada
con alfombras, armarios y sillones de la época de nuestras abuelas
que no parábamos de admirar.
Casualmente
el mecánico era un antiguo amor mío, al que había perdido la pista
hacía años. Al volverlo a ver noté como mis sentimientos
resurgían de nuevo y la afinidad volvía a renacer.
Intercambiamos
teléfonos y tras varios meses de contactos, decidimos retomar la
relación. Solicité al banco en el que trabajo un cambio de puesto
y me trasladé al pueblo más cercano. Nuestros destinos volvieron a
unirse, y ahora estoy escogiendo que maleta llevar a nuestro viaje de
luna de miel, llevaré la mediana o la grande. Mejor la pequeña,
estaré más tiempo desnuda que otra cosa, ¡con lo fogoso que es mi
Mariano!
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