Jenteluela - Marian Muñoz

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Salíamos Rubén y yo de una fiesta de despedida de soltero, al ir un poco perjudicados decidimos regresar a casa caminando, tambaleantes, pero seguros de reconocer nuestro camino. De repente oigo a mi amigo gritar:
  • ¡Mira una estrella!
  • ¿Dónde? - Le pregunto
  • ¡Ahí en el suelo!
Por más que miraba apenas pude ver un puntito brillante en la acera, era evidente que el alcohol hacía ver visiones a Rubén. No le di más importancia, hasta que unos pasos más adelante vimos otro puntito igual al anterior.
  • ¡Anda otra estrella! - Gritó de nuevo.
  • No, estás equivocado, es una jenteluela. - Le dije todo ufano.
Empezó a reírse de forma contagiosa, y entre nuestra cogorza y las lágrimas de la risa, malamente veíamos el camino, salvo porque sin darnos cuenta, estábamos siguiendo una estela brillante. Alguien iba perdiendo lentejuelas de un vestido, ¡qué pena!
  • ¡Sigamos ese rastro! - Ordenó mi amigo.
  • ¡Vale, pero ten en cuenta que las estrellas caen en el jardín, no en las aceras!
La estela nos llevó a un contenedor de basura, y como él es más alto que yo, comenzó a rebuscar para ver si encontraba al culpable de tanto brillante.
  • Ahí hay un vestido que brilla, voy a intentar cogerlo.
Se remangó los pantalones, saltó dentro y escarbó hasta que, saltó pegando un brinco y echando a correr bien lejos. Conseguí a duras penas darle alcance y jadeante le pregunté:
  • ¿Qué ha pasado, porqué corres?
  • Había un cuerpo ahí, la ropa brillante estaba pegada a un cuerpo.
Empecé a gritar pidiendo auxilio, pero a esas horas del alba nadie nos oía, a pesar de mi mente espesa logré recordar que en el bolsillo del pantalón tenía mi móvil. Con mucho esfuerzo llamé al 112, y con mi lengua de trapo logré contarles lo del cuerpo en el contenedor y más o menos donde estábamos. Tras media hora buscándonos por la ciudad, consiguieron dar con nosotros, llegando un coche de policía, una ambulancia y los de la científica. Al introducirse en el contenedor y buscar con cuidado, sacaron un maniquí con vestido de lentejuelas. Sus miradas fueron bastante claras, y como premio nos pasamos veinticuatro horas en el calabozo, suficiente para dormir la mona y cavilar sobre lo que había ocurrido.
El sábado siguiente se celebró la boda, divertida y genial, pero tanto mi amigo como yo, sólo bebimos tónicas.







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