Salíamos
Rubén y yo de una fiesta de despedida de soltero, al ir un poco
perjudicados decidimos regresar a casa caminando, tambaleantes, pero
seguros de reconocer nuestro camino. De repente oigo a mi amigo
gritar:
-
¡Mira una estrella!
-
¿Dónde? - Le pregunto
-
¡Ahí en el suelo!
Por
más que miraba apenas pude ver un puntito brillante en la acera, era
evidente que el alcohol hacía ver visiones a Rubén. No le di más
importancia, hasta que unos pasos más adelante vimos otro puntito
igual al anterior.
-
¡Anda otra estrella! - Gritó de nuevo.
-
No, estás equivocado, es una jenteluela. - Le dije todo ufano.
Empezó
a reírse de forma contagiosa, y entre nuestra cogorza y las lágrimas
de la risa, malamente veíamos el camino, salvo porque sin darnos
cuenta, estábamos siguiendo una estela brillante. Alguien iba
perdiendo lentejuelas de un vestido, ¡qué pena!
-
¡Sigamos ese rastro! - Ordenó mi amigo.
-
¡Vale, pero ten en cuenta que las estrellas caen en el jardín, no en las aceras!
La
estela nos llevó a un contenedor de basura, y como él es más alto
que yo, comenzó a rebuscar para ver si encontraba al culpable de
tanto brillante.
-
Ahí hay un vestido que brilla, voy a intentar cogerlo.
Se
remangó los pantalones, saltó dentro y escarbó hasta que, saltó
pegando un brinco y echando a correr bien lejos. Conseguí a duras
penas darle alcance y jadeante le pregunté:
-
¿Qué ha pasado, porqué corres?
-
Había un cuerpo ahí, la ropa brillante estaba pegada a un cuerpo.
Empecé
a gritar pidiendo auxilio, pero a esas horas del alba nadie nos oía,
a pesar de mi mente espesa logré recordar que en el bolsillo del
pantalón tenía mi móvil. Con mucho esfuerzo llamé al 112, y con
mi lengua de trapo logré contarles lo del cuerpo en el contenedor y
más o menos donde estábamos. Tras media hora buscándonos por la
ciudad, consiguieron dar con nosotros, llegando un coche de policía,
una ambulancia y los de la científica. Al introducirse en el
contenedor y buscar con cuidado, sacaron un maniquí con vestido de
lentejuelas. Sus miradas fueron bastante claras, y como premio nos
pasamos veinticuatro horas en el calabozo, suficiente para dormir la
mona y cavilar sobre lo que había ocurrido.
El
sábado siguiente se celebró la boda, divertida y genial, pero tanto
mi amigo como yo, sólo bebimos tónicas.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario