Todos
los fines de semana me ocurre lo mismo. Especialmente cuando la
Primavera está más avanzada, y el color
de
los prados verdea.
Llegan
en sus coches de ciudad, con sus calzados inadecuados para caminar
por senderos llenos de salitre. Se admiran del paisaje, de la luz,
del
reflejo
de la espuma
del
mar chocando furioso contra las olas. De lo pintoresco del faro en
mitad de ninguna parte...
Y
en cuanto me ven y les cuento mi historia se quedan de piedra. Como
si hubieran visto un astronauta
recién bajado de la Luna. Con escafandra incluida.
Sí,
señores. Los fareros existimos. No llegamos perdidos con la marea
ni somos un invento salido de una novela del gran Julio Verne.
Así
me gano la vida. Que yo sepa toda mi familia ha vivido del mar, en
diferentes sectores, y nos ha ido más o menos bien.
Mis
bisabuelos fueron dueños de una conservera en una localidad cerca de
aquí. Eran buenos tiempos. Para ellos y para todo el pueblo. Que
dejó atrás su peculiar ensimismamiento, prosperó y se abrió al
mundo.
Además
de la conservera ayudaron a abrir una escuela de música para los
hijos de sus empleados y un teatro
en el que cada fin de semana se representaban obras de autores
renombrados o alguno de los músicos locales hacía su debut. El
calor
de los aplausos hacía levantarse el telón una y mil veces. Y en las
temporadas clave los grandes dramaturgos de la capital iban al pueblo
a tomar las aguas y a estrenar sus últimas obras. Siempre con un
gran éxito de crítica.
Pero
a veces los bandazos de la vida son así de caprichosos. Y por un
error de cálculo
en las previsiones del negocio, mi abuelo perdió gran parte de su
fortuna. Las malas lenguas dicen que fue por apostar demasiado en los
casinos de la capital y frecuentar a señoritas de buen ver y mal
vivir en cenas y otros caros divertimentos.
Mi
bisabuela, que tenía tanto carácter como su marido, se lio la manta
a la cabeza y en una noche de luna
llena cogió la maleta y se largó a la capital para hacer frente a
todas las deudas de su santo esposo.
Un
capullo
con todas las letras, que había dejado a su familia con una mano
atrás y otra delante. Eso decía mi padre, cuando me contaba la
historia de cómo habíamos llegado hasta aquí.
Nada
de esto les cuento a los que visitan el faro cada fin de semana. ¡Qué
barbaridad!
Los
que vienen de la ciudad son muy finos y se escandalizarían con este
culebrón familiar. Ya les digo yo que en cualquier sitio, a poco que
se indague, cuecen habas. Pero esa es otra historia.
Lo
que les narro es más bucólico y ameno. Hasta un poquito
sentimental, diría. Me encanta una buena obra de teatro.
Y si es con lagrimita final, mejor. Quizá debería escribir una
novela y venderla a buen precio en cada visita.
Como
también soy un poco peliculero, en mi relato mi bisabuelo fue un
pirata que recorrió los siete mares. Que se enamoró de mi bisa,
una esclava preciosa. Y la secuestró y la llevó en su barco. Y que
ella se hizo pirata también. Y juntos vivieron mil y un aventuras
hasta que tuvieron hijos. Y decidieron que esa vida de puerto en
puerto, de abordaje en abordaje, no era adecuada para formar una
familia.
Así
que llegaron a este tranquilo rincón costero y levantaron el faro,
entre dos puertos importantes. Y aquí crecieron. Primero mi abuelo y
sus hermanos. Y después mi padre y mis tíos. Y aquí, entre pueblo
y pueblo hicieron su vida, guiando a todos los barcos que bordeaban
nuestra costa.
Y
un día, algunos de mis tíos decidieron marcharse, buscando nuevos
puertos.
Mi
padre se quedó y conoció a mi madre en una de las fiestas de verano
de una localidad cercana. Y nací yo. Y me crié en el faro y aprendí
de mis abuelos todo lo que se debe saber de faros, barcos, costas,
mares y mareas.
Y
un día mis abuelos se fueron para siempre.
Y
yo me quedé aquí, para guiar a todos los barcos que estaban por
llegar. Y para guardar su memoria. La memoria del mar.
Y
todos los que me escuchan se van encantados de su experiencia en un
faro de película.
Creo
que lo del libro sería una buena inversión para dinamizar el
turismo de la zona. Aunque no sé si en estos tiempos de crisis algún
ayuntamiento estaría a favor de avalarme.
Esperemos
a ver lo que trae la próxima marea.
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