Quise
ser moderno, estar a la última en los nuevos tiempos y entender lo
que preocupaba a la juventud. Y trasnochando todos los fines de
semana, haciendo hasta doblete y fumando un porro
tras
otro, la vida me dio la vuelta, dejándome como un calcetín
usado,
maloliente y desparejado.
No
logré entender la modernidad. Y sigo sin entender a mi hijo.
Lo
que sí me quedó claro, es que su hijo, si alguna vez llega, tampoco
le entenderá a él.
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