La voz - Gloria Losada





La escuché por primera vez durante una pausa en una noche de tedioso estudio. Era mi primer año en la Universidad, lejos de casa. Se acercaba mi primer examen de Derecho Romano y no podía defraudar a mis padres, que con mucho esfuerzo costeaban mis estudios, ni, por supuesto, a mí misma, que siempre había sido muy buena estudiante y no quería manchar mi inmaculada trayectoria con un desafortunado suspenso. Debo confesar, sin embargo, que el Códice Calixtino o los principios generales del derecho no eran demasiado divertidos y que me estaba costando sudor y lágrimas meterme en la mollera todo aquel montón de materia absolutamente aburrida. Aquella noche, pues, harta de intentar concentrarme en los apuntes sin demasiado éxito, me preparé un café cargado y encendí la radio con la intención de escuchar algo de música que me ayudara a espabilarme un poco. Nada más darle al botón de encendido llegó a mis oídos la voz más varonil que hubiera escuchado nunca, limpia, profunda, clara. No moví el dial y me quedé ensimismada, poniendo suma atención en lo que el hombre decía. El programa parecía ser una especie de consultorio en el que se resolvían las más variopintas dudas y consultas de los oyentes, desde la muchacha que sólo tenía orgasmos si pensaba en el cantante de moda, hasta la abuelita que preguntaba por la receta de la tarta de fresa, y todo ello aderezado con aquella preciosa voz que atraía la atención por sí misma, independientemente de las estupideces que en un momento dado pudiera soltar su propietario, que, huelga decirlo, eran bastantes. Me fui a la cama con el bendito murmullo de fondo y me dormí pensando en el apuesto caballero que, seguramente, sería el afortunado dueño de semejantes cuerdas vocales.
Tuvieron que pasar unos días (en los que no me volví a acordar de la voz, pues me dediqué a estudiar en firme) para que de nuevo viniera a mi memoria aquel prodigio de tonalidad y ya libre de mi examen y contenta por el probablemente buen resultado, una noche encendí la radio de nuevo esperando escucharla otra vez. Allí estaba, dando los mismos consejos tontos de la otra vez, pero igual de atrayente.
A partir de entonces, noche tras noche, me deleitaba escuchando la sarta de bobadas más grande que nadie pueda imaginar, aunque pronto me di cuenta de que todo aquel tinglado no era sino un programa radiofónico de humor, lo cual fue un alivio, pues me costaba imaginar que el propietario de tan fabulosa forma de hablar pudiera serlo también de una mente tan hueca como una cueva vacía.
Fue así que me convertí en fiel oyente de aquel absurdo show, solamente por el placer de deleitar mis oídos con el agradable vibrar de las cuerdas vocales del locutor. Noche tras noche, escuchaba ensimismada y luego me dormía poniendo cuerpo y rostro a aquel ente enigmático. Pero conforme el tiempo iba transcurriendo, me fui cansando de imaginar y ello dio paso a una corrosiva curiosidad por conocer la verdadera imagen del dueño de la voz que me tenía enamorada. Tenía que ser un hombre guapísimo, con un cuerpo perfecto, una sonrisa de fábula y una mirada de ensueño, eso no lo ponía en duda, pero quería verlo con mis propios ojos. Durante un tiempo no dejé de darle vueltas a la posibilidad de plantarme en la radio, pues, no nos engañemos, era la única manera de saciar mi curiosidad, mas mi timidez y mi falta de atrevimiento frenaban la idea.
Fue al inicio del siguiente curso, después de pasarme todo el verano pensando en aquel hombre, soñando con su rostro desconocido como una perfecta imbécil, cuando me decidí a intentar conocerle. Mi interés por aquella voz se estaba convirtiendo ya en una especie de obsesión, buscando en las palabras de cada hombre que me hablaba la tonalidad esperada, por supuesto sin conseguirlo. Así pues, ni corta ni perezosa, una tarde, al salir de la facultad, me planté en los alrededores de la emisora. Me quedé paseando por un parque que había en frente, desde dónde podía divisar la puerta con toda claridad, lo suficientemente cerca para poder controlar a todo aquel que entrara o saliera, pero también lo suficientemente lejos para que nadie se percatara de mi presencia, y al cabo de unos días, paseo va, paseo viene, ya creí tener identificado al propietario de la voz de mis sueños. Era un hombre de edad indefinida entre los treinta y los cuarenta, con un cuerpo que se adivinaba perfecto bajo su impecable indumentaria, casi siempre informal, pero elegante a la vez. Llegaba a la emisora en un Audi A8 gris perla, lo que, a mi manera de ver, evidenciaba un gusto exquisito y un bolsillo no exento de dinero.
Un día me atreví a acercarme un poco más y pude distinguir mejor su rostro. Era guapo a rabiar, con unos ojos increíblemente negros, profundos y unas incipientes canas que comenzaban a platear prematuramente sus sienes dándole un estilo de lo más interesante. Estaba claro, no podía ser de otra manera, era la envoltura perfecta para la voz profunda que me tenía enamorada. No tenía más que hacer que pillarle hablando con alguien para confirmar mis sospechas, aunque en realidad casi no hacía falta, pues ninguno de los hombres que entraban o salían del edificio merecía ser poseedor de semejantes cuerdas vocales.
Una tarde llené mi ego de una valentía que estaba muy distante de sentir y en cuanto vi a mi hombre entrar en el edificio me acerqué yo también. De lejos pude observar que hablaba con el portero. Parecían charlar muy animadamente y, para mi completa satisfacción, conforme me iba acercando mis oídos se iban deleitando con la maravillosa voz que tanto me gustaba. No me había equivocado, había identificado acertadamente al chico de mis sueños....¿o no? Pues no. Para mi sorpresa, cuando por fin estuve lo suficientemente cerca, pude comprobar que el que hablaba armoniosamente....¡era el portero! Un hombre bajito y calvo, con una barriga cervecera más que incipiente, los ojos de sapo, la nariz colorada y la sonrisa con unas cuantas piezas dentales de menos, vamos, todo un dechado de belleza. Y mi muchachito guapo....tenía voz aflautada y hasta parecía un poco tartamudo. La conversación que por casualidad les escuché fue de lo más concluyente. El guapo le daba las gracias al feo por poner su voz en el programa.
-Yo escribiendo guiones me defiendo, pero ante el micrófono no me puedo poner. Te estoy muy agradecido Policarpo, el programa está teniendo un gran éxito. Antes de irte pásate por mi despacho a cobrar.
Tal fue el asombro que produjo en mí el reciente descubrimiento, el cual, evidentemente, echó por tierra mis sueños y elucubraciones, que me quedé mirando a los dos hombres como una idiota, sin saber si echarme a llorar o a reír, hasta que el guapísimo se dio la vuelta para seguir su camino y chocó con la estatua de piedra en la que me había convertido consiguiendo tirarme al suelo. Visiblemente azorado me ayudó a levantarme murmurando mil disculpas y, para compensarme por su torpeza, se empeñó en invitarme a un café. Por supuesto acepté, y con ese inocente café la absurda historia que me había montado yo misma se terminó. Policarpo el portero se quedó con su maravillosa voz y yo....yo me quedé con una realidad mucho más agradable.




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