Mi arco iris - Marga Pérez


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Tras la tormenta y el posterior incendio del bosque que alcanzó a varias urbanizaciones, el arco iris reinó en el cielo. Gracias a Dios todo volvió a la calma en pocas semanas a pesar del descalabro, porque aquellos luctuosos acontecimientos del verano del 87 supusieron para mi un verdadero punto de inflexión.

Recuerdo que llegamos al pueblo en el momento de más calor. Todos nos esperaban. El sacerdote impaciente quería seguir con la ceremonia pero no le dejaron hasta ver que llegábamos al pie de la fosa. Mi padre,sin previo aviso, cansado de pelear con el alzheimer que aquejaba a mamá, decidió tirar por la calle de enmedio. Ramón y yo disfrutábamos de la bella Roma mientras que él...¡pobre papá!¡Qué ciega estaba! sólo veía lo que quería ver: Viajes, lujo, despreocupación... y él, día tras día peleando con el silencio y el olvido. Marta, mi hermana, le ayudaba los fines de semana que no trabajaba pero está claro que no fue suficiente. ¡que pena!

Después del entierro quedamos a pasar el verano en casa, con mamá. Marta, aprovechando mis remordimientos, se fue de vacaciones dejándonos al frente de todo.
Hacía muchos años que no vivíamos en el pueblo y resultó agradable revivir la infancia, el ruido del riachuelo detrás de la antigua cuadra, la humedad que me rizaba el pelo, el especial olor de las sábanas recien planchadas, el crujir de las maderas en el silencio de la noche, los paseos sin prisa por el monte...
Ramón, mi marido, sólo iba a dormir, y no siempre. Por aquel entonces trabajaba incluso en vacaciones. Era constructor y hacía florecer urbanizaciones por toda España como si de setas se tratase. Hizo mucho dinero en esa época de boom inmobiliario. Después del incendio me enteré, como el resto del pueblo, que la urbanización que hay en el de al lado la había hecho el y, no sólo eso... sino que era el propietario de una de las casinas.
Yo fui feliz en el pueblo. También en mi infancia...y... ahora, se que no habría tenido ninguna necesidad de marchar, pero a los dieciocho Juani, mi amiga del alma, me contagió su cabeza loca y juntas pusimos rumbo a Madrid para estudiar periodismo. Ya sólo volví para casarme.
Conocí a Ramón el segundo año de mis estudios y me enamoré perdidamente. El era asiduo a las cafeterías del campus pero no estudiaba allí. Tenía negocios, me dijo. Su palabrería me envolvió de tal manera que en menos de tres meses compartíamos todo, bueno... eso creía yo. Confié en el sin conocerlo pensando que con amarlo ya era suficiente. Abandoné estudios, amigos, familia, pueblo y me ocupé solo de Ramón, porque de la casa, según iba subiendo el poder adquisitivo, se ocupaban cada vez más personas: asistenta, cocinera, jardinero y chofer llegaron a formar la plantilla de nuestros trabajadores, eso sin contar al entrenador personal y al masajista... No tuvimos hijos así que yo vivía mejor que una reina.
Pero volvamos al verano del 87. Primero fue la muerte de papá. Después el mes con mamá, yo sola. No encontré a nadie que quisiera trabajar en verano y no sabía cuanto trabajo daba una persona que no hacía nada, adelgacé a pesar de no entrenar. Y por si fuera poco, aquel incendio del demonio que arrasó monte, urbanización y sobre todo mi vida.
El bochorno y las altas temperaturas de todo el verano hicieron que los días terminasen con tormentas de fuerte aparato eléctrico que unido a la sequía y abandono de los montes propiciaron el mayor incendio que se recuerda en la zona, tan cerca de viviendas y urbanizaciones que la Unidad Militar de Emergencias las desalojó, empezando aquí mi bochorno y el de los mios.
Ramón que como siempre estaba trabajando sabe dios por donde,se enteró por las noticias del desalojo de las viviendas y apareció en el pueblo, como alma que lleva el diablo, dispuesto a saltarse el cordón de seguridad para acceder a "su vivienda" a salvar no sabíamos que... Esta comarca a pesar de tener bastantes viviendas no cuenta con muchos habitantes, así que todos fuimos realojados en la iglesia del pueblo de al lado, mayor que la nuestra, donde las novedades pasaban de boca en boca por todos los presentes ávidos de noticias. El hecho de que alguien de Madrid llegase a su casa a salvar no se sabía que, corrió como reguero de pólvora entre los presentes, dando pábulo a conjeturas y especulaciones de todo tipo.¡¡Y yo sin caer del guindo!!
Hasta que no volvimos a nuestra casa no supe que el señor de Madrid era Ramón y que estaba retenido en las dependencias policiales esperando la llegada de miembros de la brigada de Patrimonio histórico para proceder a su interrogatorio en relación a los cuadros y obras de arte descubiertas en una vivienda de su propiedad y desalojada por miembros de la guardia civil ante su insistencia por entrar a salvar... nunca dijo que .
Ramón entró en la cárcel acusado de varios delitos de robo y tráfico de obras de arte y nuestro patrimonio quedó bloqueado a la espera de lo que el juez determinase en el juicio.
Mi madre fue entonces la excusa perfecta para retirarme sin ruido del foco de atención de los medios de comunicación sensacionalistas y de las críticas despiadadas de aquellas que creía mis amigas madrileñas y... volví al pueblo a vivir con ella. A pesar de los pesares resultó agradable volver a la infancia, al ruido del riachuelo detrás de la antigua cuadra, a la humedad que me rizaba el pelo, al especial olor de las sábanas recién planchadas, al crujir de las maderas en el silencio de la noche,a los paseos sin prisa por el monte... Así pasaron los tres últimos años desde aquel verano y no, aún no lo veo, pero presiento que ya está cerca mi arco iris .



















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