Relato inspirado en la fotografía
¿Qué miras, muchacha? Te imagino oteando el horizonte, soñando con
mundos remotos que te alejen de tu vida rutinaria. ¿O quizás
esperas la llegada del ser amado? Puede que venga en ese velero que
surca las aguas con la ayuda del viento. O tal vez esté más allá,
ya tierra adentro, donde tú no puedes verlo por mucho que lo
intentes. ¿Es el amor o es la vida lo que buscas? Flaco favor te
hizo el pintor dibujándote de espaldas, pues te insinúas bonita,
con la belleza propia de la juventud lozana. No, si te pintara
de frente sería otro cuadro ¿verdad? Un cuadro diferente, en el que
ya no quedaría nada por descubrir. Una muchacha
hermosa y un
paisaje agradable. Ya hay
muchos cuadros así. Estás en el lugar adecuado, en la postura
adecuada. Nada está dicho y todo puede ser. Veo cómo mueve la brisa
las cortinas ¿lo ves tú, o estás tan ensimismada que solo ves la
lejanía? ¿Y qué hace ese paño blanco en la ventana? ¿La estabas
limpiando, acaso? ¿O está a la espera de ser una señal de saludo?
Estás morena, muchacha, la brisa del Mediterráneo te sienta bien.
Pareces una chica sencilla
en una casa sencilla. Sin
embargo eres la hermana de un genio ¿Lo sabías? Si no lo supieras
la certeza te habría atacado al verte retratada en ese cuadro. Solo
un artista es capaz de plasmar tanta
belleza con esa
naturalidad. Estarías orgullosa ¿verdad? Yo lo estaría,
desde luego. Pero yo no tengo un hermano que sea capaz de captar mi
yo interior. Él lo hizo. Lo hizo porque yo lo veo. Tu postura, tu
ropa, los pliegues de tu traje, tu peinado, el paisaje que miras, el
interior de la casa, todo ello forma un todo armonioso que me
emociona. Y esa ventana en la que te apoyas, haciendo de frontera
entre tu intimidad y el espacio infinito. No puedo dejar de posar mis
ojos en ti. No puedo y no quiero. Me gustaría tanto saber cómo fue
ese momento, esos momentos. Me gustaría tanto saber qué dijiste,
qué te dijo. Me gustaría tanto haber estado allí como un
observador anónimo, como lo estoy ahora. Eso es. Ahora lo entiendo.
No sé por qué ataco tu quietud
con mis preguntas. Tú ya no estás para darme las respuestas. Él,
tampoco. Además, no importa. Solo importo yo. El observador. El que
mira. El dueño del cuadro mientras mis ojos se deleiten en él. El
que siente una paz infinita al mirarlo, sin pensar en nada más. El
que tiene todas las respuestas.
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