¿Qué miras muchacha? - Cristina Muñiz Martín


                                              


Relato inspirado en la fotografía


¿Qué miras, muchacha? Te imagino oteando el horizonte, soñando con mundos remotos que te alejen de tu vida rutinaria. ¿O quizás esperas la llegada del ser amado? Puede que venga en ese velero que surca las aguas con la ayuda del viento. O tal vez esté más allá, ya tierra adentro, donde tú no puedes verlo por mucho que lo intentes. ¿Es el amor o es la vida lo que buscas? Flaco favor te hizo el pintor dibujándote de espaldas, pues te insinúas bonita, con la belleza propia de la juventud lozana. No, si te pintara de frente sería otro cuadro ¿verdad? Un cuadro diferente, en el que ya no quedaría nada por descubrir. Una muchacha hermosa y un paisaje agradable. Ya hay muchos cuadros así. Estás en el lugar adecuado, en la postura adecuada. Nada está dicho y todo puede ser. Veo cómo mueve la brisa las cortinas ¿lo ves tú, o estás tan ensimismada que solo ves la lejanía? ¿Y qué hace ese paño blanco en la ventana? ¿La estabas limpiando, acaso? ¿O está a la espera de ser una señal de saludo? Estás morena, muchacha, la brisa del Mediterráneo te sienta bien. Pareces una chica sencilla en una casa sencilla. Sin embargo eres la hermana de un genio ¿Lo sabías? Si no lo supieras la certeza te habría atacado al verte retratada en ese cuadro. Solo un artista es capaz de plasmar tanta belleza con esa naturalidad. Estarías orgullosa ¿verdad? Yo lo estaría, desde luego. Pero yo no tengo un hermano que sea capaz de captar mi yo interior. Él lo hizo. Lo hizo porque yo lo veo. Tu postura, tu ropa, los pliegues de tu traje, tu peinado, el paisaje que miras, el interior de la casa, todo ello forma un todo armonioso que me emociona. Y esa ventana en la que te apoyas, haciendo de frontera entre tu intimidad y el espacio infinito. No puedo dejar de posar mis ojos en ti. No puedo y no quiero. Me gustaría tanto saber cómo fue ese momento, esos momentos. Me gustaría tanto saber qué dijiste, qué te dijo. Me gustaría tanto haber estado allí como un observador anónimo, como lo estoy ahora. Eso es. Ahora lo entiendo. No sé por qué ataco tu quietud con mis preguntas. Tú ya no estás para darme las respuestas. Él, tampoco. Además, no importa. Solo importo yo. El observador. El que mira. El dueño del cuadro mientras mis ojos se deleiten en él. El que siente una paz infinita al mirarlo, sin pensar en nada más. El que tiene todas las respuestas.









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