Tras
la tormenta y el posterior incendio del bosque que alcanzó a varias
urbanizaciones, el arco iris reinó en el cielo. Pero
la ceniza se extendió por los corazones de vecinos y visitantes. Los
primeros veían muy negro su futuro. ¿De qué vivirían? A los
segundos, a pesar de lo que la zona ofrecía, se les quitaron las
ganas de regresar a un erial quemado.
Las
noticias se poblaron con imágenes devastadoras: gente huyendo de las
llamas, coches de bomberos, árboles quemándose... Qué triste
publicidad para un pueblo tan hermoso, pensaron algunos. Así no
merece la pena ser señalados en el mapa.
Una
calma tensa -solo interrumpida por los llantos y los aplausos
espontáneos- se sentía en el funeral de dos de los voluntarios,
fallecidos cuando se acercaron tanto a las llamas que estas, con sus
lenguas ardientes se los tragaron.
Algo
había que hacer para evitar un nuevo desastre.
A
la memoria de muchos vino el recuerdo de un pasado no demasiado
lejano, en el que no había televisión, ni veraneos ni mucho menos
urbanizaciones de lujo.
¿Volver
atrás a recuperar la vida del campo? Esa era la gran pregunta que
rondaba las cabezas y después las tertulias del bar del pueblo.
‒Esto
nos pasa por haber abandonado los lavaderos y las fuentes. Antes, a
la mínima señal, ya había alguien llenando cubos de agua. Y
avisando al resto con las campanas.
Un
runrún aprobador se extendió por el bar.
Una
campana sonó y les hizo callar a todos.
‒Pues
lo que hay que hacer es recuperar lo que perdimos. Aún estamos a
tiempo. ‒el que había tocado la campana la señaló‒ sólo hay
que poner las cosas donde estaban.
‒Pero
no hay dinero‒ se quejó un vecino. ‒la crisis se lo llevó.
‒
¿Qué crisis ni qué niño muerto…?
Antes no había dinero y nos apañábamos estupendamente. ‒replicó
el dueño del bar.
‒Sólo
hay que saber organizarse, con cabeza, por tareas y por turnos. Y una
semana se hace una cosa y a la siguiente se cambia ‒al tañer de la
campana se iban cuadrando trabajos.
‒A
ver, uno que apunte. Tú, Profe, que sabes de números.
El
aludido, jubilado de la enseñanza, se rascó un poco la cabeza.
Sacándose el palillo de la boca tosió un poco se puso en el centro
y alzando la voz dijo:
‒A
ver señores. Y señoras, que todos tienen tarea. Es muy sencillo.
Hay que: quitar la madera quemada, segar los caminos y señalizarlos,
arreglar fuentes y lavaderos, que queden un poco guapos. Si no sale
agua, ya saldrá. Barrer la iglesia por dentro y pintarla por fuera.
Recolocar los santos. Me da igual que seáis ateos o que creáis en
San Turio o en lo que os dé la real gana. Pero el patrimonio es de
todos. Y entre todos hay que arreglarlo. Y, muy importante, hay que
avisar al Ayuntamiento de la capital. Que no se olviden de nosotros;
que solo se acuerdan el día que hay que bajar a pagar las rentas.
De
momento, eso es lo que hay. Quien quiera apuntarse, aquí tengo la
libreta. A ver, primera tarea: limpiar el monte. Nombre, firma, dni y
número de su casa.
Una
semana después, la Junta de Montes de San Jorge se puso manos a la
obra, ataviados con monos, rastrillos, palas y mucha buena voluntad.
La ilusión de ver sus tierras verdes y recuperadas animó a todos
para apuntarse.
Una
delegación de vecinos, presidida por El Profe, se presentó en el
Ayuntamiento de la capital con una carpeta llena de peticiones para
mejorar la calidad de la zona rural. Firmas de todos los vecinos las
acompañaban.
El
alcalde, sorprendido ante el ímpetu de aquellos ciudadanos tan bien
organizados, ordenó realizar mejoras instantáneas.
Algunos
dudaban de las razones, y muchos pensaron que unos cuantos votos
siempre venían bien. Otros, simplemente agradecieron el gesto de
buena voluntad.
Quedaba
mucho por hacer. Pero el arco iris luciría brillante por encima de
la iglesia surcando el cielo azul.
Y
más pronto que tarde el agua manaría de nuevo hacia los lavaderos y
fuentes comunales. Donde se reunirían, no para lavar que para eso ya
estaban las lavadoras; sino para ir a merendar y charlar de todo como
en los viejos tiempos.
Y
saldrían de nuevo en el periódico para celebrar la vuelta al origen
de sus vidas.
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