Al mago le
faltaba una mano. Cuando
salió al escenario el público se miraba entre sí. Era un mago
extraño. Sostenía la varita mágica
con la otra mano y no tenía chistera, así que sacaba las cosas de
la boca. Nadie se puede imaginar lo que salió de allí. Una paloma,
dos conejos, tres pañuelos verdes y dos rojos, un ramo de flores de
papel y un cordón sin nudos que partió con los dientes, se lo tragó
de nuevo y de nuevo salió con nudos. Pero es que también por su
boca entraban cosas, que luego se sacaba de la manga o de los
bolsillos: tres relojes de señora, dos billetes de cincuenta euros,
un par de pendientes de oro, un mechero, dos cigarros puros y una
moneda de quinientas pesetas de las de antes. Me gustó tanto que al
día siguiente quise ver la función de nuevo. Pero la habían
suspendido por indigestión del mago.
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