El payaso colocó una
cebolla bajo la
máscara. Las
lágrimas fluyeron rápido, saliendo a través de los orificios de
los ojos, la nariz y la boca, como rojos fuegos artificiales. Los
espectadores chillaron despavoridos. El payaso se quitó la máscara.
Su cara estaba cubierta de sangre. Los espectadores chillaron aún
más fuerte y abandonaron el circo de manera atropellada. El payaso
se limpió la cara, tiró al suelo la cebolla a la que había
inyectado pintura y miró sonriente la cara desolada del dueño del
circo. Pagar no le pagaría los seis meses que le debía, pero él ya
se sentía pagado.
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