Alguien
me dijo una vez que en las arrugas de mi cara y las huellas
de mis manos estaba escrito mi futuro. Me lo dijo despacio, con tono
solemne y con voz pesarosa, como si le abrumara ser portador de ese
conocimiento que parecía funesto.
No
quise preguntar entonces qué me deparaba el destino, puesto que la
vida nos pone en el mundo y nosotros caminamos por los senderos que
elegimos. Para bien o para mal.
Lo
que sí me contó, y quizá eso fue lo que de verdad marcó mi
futuro, es que siempre vería un gran avión
cerca de mí.
Y
en eso no se equivocó.
Jamás
piloté uno, pero conseguí trabajo en una importante compañía
aérea como personal de facturación y reclamaciones en tierra.
Que
con el tiempo se vio abocada al cierre, debido a un espantoso
accidente derivado del cambio de rumbo por un fuerte golpe de aire. Y
en el que falleció casi todo el pasaje.
Ese
avión en llamas aún sigue poblando mis pesadillas.
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