Hay madres que son
cómplices de las locuras de sus vástagos o vástagas. No es que
participen concienzudamente de las peripecias y situaciones que estos
preparan con toda consciencia y planificación, pero si que
percibiendo por el rabillo de los ojos que algo oscuro se cuece, los
cierran con fuerza, aprietan los párpados y celebran y comparten la
alegría, la risa y el alborozo del plan premeditado y sutilmente
agresivo para la honestidad y la transparencia. Así actuaba ella
cada Navidad. Su mente le repetía el dicho popular que la alentaba :
“hay ocasiones en las que conviene ser algo ciego, algo sordo y
hasta algo tonto”. Y en aquella sala, sobre aquella mesa, no
faltaba nunca en los varios días previos a la Navidad, los
polvorones. Cada mañana él acompañado de alguna “carabina”,
iba a la casa a degustarlos. Abría los papeles de colores, buscaba
el alfajor, su preferido, y saboreaba con deleite la masa pastosa de
harina, manteca, azúcar y almendra. En cada mordisco deshaciéndose
en su boca, se deleitaba como si estuviese besándola y disfrutaba en
su imaginación del revolcón apasionado que le esperaba por la tarde
en aquellos ocultos encuentros. Jamás contó a su esposa estos
episodios de paladeos de polvorón. Es más, se guardaba muy mucho de
probar los polvorones de su casa…no fuese a ser… Y de este modo
durante algunos años y algunas navidades los de estepa fueron un
elemento importante en la fiesta. Cuando el mundo que gira y el
discurrir que se mueve cambiaron los espacios , unos personajes
vomitaron en el mareo y el vértigo del giro. Vida que se desmorona,
sorpresa oscura…dolor. Otros en cambio, pusieron etiqueta de
oficialidad y decencia a la cata navideña de los típicos dulces.
Mientras unos reían con la boca llena, otros lloraban con el corazón
destrozado. Pero la rotación de la vida es imparable lo mismo que la
rotación de la Tierra. Hoy los mantecados , lejos de regalarles las
sensaciones placenteras de aquellas mañanas de alma ilícita, les
producen a todos ellos un malestar de empacho, revoltura y toxicidad
solo soportado por la cobardía y el miedo. ¡Quién podría pensar
que tan dulce manjar puede ser peligroso! ¡Cuidado con los
polvorones!
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