Relato basado en la canción "El bulevar de los sueños rotos" de Sabina
Todas
las tardes la gente del barrio se reúne en El Bulevar. Es casi una
segunda casa para muchos. Y eso que no tiene ni un televisor de esos
de pantalla supergigante.
Pero
no van por eso. Van a lo que se hacía antes de tener tropecientos
canales llenos de anuncios y programas absurdos. Van a reunirse, para
beber, charlar y cantar, contar y escuchar historias.
Sobre
todo van a escucharla a ella. A la dueña y señora, el alma de El
Bulevar. A Isabela, o Mamá Chabela, como todos la llaman.
Nadie
la conocía en el barrio pero un día apareció allí, conduciendo
una destartalada furgoneta en la que transportaba un viejo piano.
Abrió la persiana del bar de la plazoleta y allí se quedó.
Tampoco
saben de dónde vino ni a qué se dedicaba antes. Muchos dicen que
venía de una familia adinerada caída en desgracia, que su marido la
dejó por otro, que estuvo en la cárcel, que fue prostituta, que
vendía droga... Que de joven fue preciosa, y que fue una modelo muy
cotizada y muchos se enamoraron de ella. Que la tuvieron como musa y
le dieron mil caprichos y otros tantos tormentos.
También
se cuenta que mató a un hombre, o a una mujer, o a varios de ellos.
La
leyenda a su alrededor es tan grande como su persona, envuelta en
largos ponchos de mil colores que abrazan su cuerpo lleno, no ya de
años, kilos y achaques, sino de felicidad por atender a sus
clientes, su querida familia, como ella llama a todo aquel que pasa
por la puerta. A todo el que entra le ofrece una cerveza bien fría,
una sonrisa, una historia o una melodía.
Cuando
terminan de escuchar la primera historia ya les tiene atrapados. Y
vuelven un día y al siguiente. Y al otro. A beber, a charlar, a
escuchar y a inventar nuevas historias, enlazándolas con las
antiguas. Al son de las teclas del ajado piano que trajo con ella,
que a pesar de los años sigue sonando.
Los
niños la adoran y ella adora esa inocencia de ojos grandes y sonrisa
feliz que ellos le regalan. Cuando se sienta dentro de ese círculo
de caritas sonrientes su semblante cambia, olvida sus años y sus
dolores, sus arrugas desparecen y la sombra que a veces la acompaña
se esconde bajo el poncho. Entonces su voz resuena atronadora en El
Bulevar.
Y
los sueños de todos parecen hacerse realidad en cuanto se traspasa
esa puerta de madera azulona y se escucha la música de Mamá
Chabela.
Si
tienes un problema ella te ampara y te escucha. Si te hace falta
comida, ella te sirve un plato. Si tienes una pena de amor ella te
canta una canción en su piano y te ofrece su hombro para que llores
y te desahogues. Sea lo que sea lo que te ocurra, malo o bueno, ella
te ofrece su regazo. Es como la gran madre de todos.
Muchos
cavilan sobre qué será de ellos cuando Mamá Chabela deje de subir
la persiana de El Bulevar y se dejen de escuchar sus historias y su
música. Otros ahogan esa incertidumbre en la deliciosa cerveza que
ella les sirve y siguen disfrutando día tras día con sus
maravillosas historias.
Quizás
un día la voz de Mamá Chabela se apague, el piano deje de sonar, la
persiana no se suba, el azul de la puerta se borre y los sueños de
los que allí se reúnen se queden simplemente en eso. En sueños
imposibles, quebrados antes de hacerse realidad.
Pero
mientras eso ocurra, -o no-, poniendo mucha ilusión y en compañía
y apoyo de buena gente, todos los sueños parecen poder alcanzarse
con la punta de los dedos.
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