Si las nubes hablasen - Marian Muñoz

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Esta tarde, como tantas tardes de este último año, acompaño a tía Eufrasia en el pequeño jardín del geriátrico. La temperatura es agradable y aunque el sol brilla por su ausencia, este rato de relax inunda mi espíritu de paz y sosiego.
Esta tarde, como tantas tardes de este último año, Eufrasia se entretiene mirando las fotos de una revista del corazón, en la que personajes y personajillos muestran un buen vivir que en ocasiones es falso.
Tía Eufrasia no es realmente mi tía, sino vecina de puerta de toda la vida, al llegar a los noventa años, se encontró sola e impedida por una afección coronaria. Tras dudar y sopesar pros y contras, decidimos que la mejor solución era dejar a los servicios sociales hacerse cargo de ella. Y digo decidimos, porque también me pareció una dura solución, abandonar vecinos, tenderos, calles y paisajes, así como las paredes que toda su vida la habían rodeado. Fue una decisión necesaria, pero dura de tomar.
Yo no podía atenderla como se merecía, debido a mi horario de trabajo, y el resto de vecinas, casi tan mayores como ella, no estaban para realizar dicha tarea.
Eufrasia está sola en el mundo, su marido, hijos y hermanos se han ido al otro barrio antes que ella y sólo me tiene a mí, que ando igual de solitaria, a pesar de tener hermanos y primos, pero al estar en sus cosas viven muy alejados de mi.
Esta tarde, como tantas tardes de este último año, mi compañía no sirve de mucho, pues debido a la edad, Eufrasia está bastante dura de oído, apenas puede ver con las gafas de cerca y al no encajarle bien la dentadura postiza, se le mueve al hablar, opta por el silencio mientras mira los santos de las revistas, como dice ella.
Como entretenimiento estoy mirando al cielo, un cielo lleno de nubes con aspecto de algodón, me recuerdan al paquete que mi madre usaba para curarme las heridas, cuando de pequeña jugaba al balón. Algunas están apelotonadas, de forma que no permiten apreciar el tono azul del firmamento, otras dejan huecos, donde el contraste de colores hacen aún más blanca la tonalidad de la nube, como si estuvieran recién lavadas.
Observando su paso por encima de nuestras cabezas, comienzo a pensar en todo lo que han visto y viajado, han volado por encima de la ciudad de al lado, de la provincia de al lado, del país de al lado, y siguen viajando sin ápice de duda a la ciudad del otro lado, a la provincia del otro lado, a otro país cercano hasta llegar al mar, donde observarán a los marineros que surcan sus aguas en pequeños o inmensos barcos.
Si las nubes hablasen, que de cosas nos dirían, ellas son testigos mudos de nuestras vidas, de nuestros desmanes hacia la madre tierra.
Si las nubes hablasen, contarían lo estúpida e ignorante que es la raza humana, no sólo nos hacemos daño unos a otros, sino al medio natural que nos da cobijo y comida. Nuestras acciones causan más daño que un volcán en erupción o un tifón asolando la tierra. Las guerras, la contaminación, la destrucción de bosques no tienen remedio alguno.
Si las nubes hablasen, nos contarían como ser mejores, como aprovechar los recursos naturales a nuestra disposición sin destruirlos, como vivir en paz unos con otros, a semejanza de ellas que conviven en el cielo en sus diferentes formas y tonalidades, que se mecen con el viento y el sol, y cuando están contentas descargan su lluvia permitiendo que la vida fluya.
Si las nubes hablasen, me dirían que disfrute de esta tarde tranquila, acompañando a tía Eufrasia, como tantas tardes de este último año.














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