-Yo era una veterinaria inquieta. Me gustaba mi
profesión pero sentía que tenía que hacer algo más. Comencé a
ofrecerme a los dueños para amaestrar a sus mascotas, pero me
miraban raro, como si estuviera loca. Sólo Casimiro “el
requiebro”, apodado así porque en sus tiempos había sido
cantaor de flamenco, aunque ahora fuera pastor de cabras, accedió
a mi propuesta. Pronto comencé a amaestrar a Mari Flor, su cabra
más joven. La vestí de flamenca, le puse unos zapatos especiales
de tacón y mientras Casimiro cantaba por bulerías yo la enseñaba
a bailar. Pero la cabra resbalaba en las baldosas.
Tuvimos que desistir del intento,
aunque Casimiro me propuso amaestrar topos, aduciendo que en su
finca los tenía a cientos y que incluso podríamos formar una
comparsa o algo así. Estoy en ello, pero me está resultando muy
difícil, porque como son ciegos, aunque aprenden bien los pasos de
baile, chocan unos con otros.
-Lo
sé, Mariana, lo sé. Pero no importa – le dijo el médico,
condescendiente, un poco harto de escuchar siempre la misma
historia – ten un poco de paciencia, que llegarás a conseguirlo.
-¿No
crees que me será más sencillo amaestrar hormigas?
El
médico asintió con la cabeza y dejó a Mariana con sus
elucubraciones. Jamás había tenido un caso de locura tan extraño.
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