La pareja de la esquina - Marga Pérez



 Relato inspirado en la fotografía




Genara se entretenía varias horas al día mirando por la ventana de su dormitorio . El paisaje que veía siempre era el mismo: el viñedo. Las casas que rodeaban la pequeña finca no entraban en el punto de mira de su atención.
Hacía días que notaba el cambio de color en las hojas y sabía que el otoño se acercaba. Tras los cristales veía cada día a más personas pululando entre las viñas y se le hacía la boca agua pensando en las uvas que degustaría en la cena, en el desayuno y, a partir de ahora, en todas sus comidas.
Cada día más temprano el sol se iba tras las casas, y los viñedos se coloreaban de rojo vino entre sombras crepusculares.
Uno de esos atardeceres Genara se disponía a bajar al comedor, cuando entre las sombras vió a una mujer que traspasaba la portilla de la calle, se acercaba a una viña , arrancaba un racimo de uvas y salía de nuevo, bajaba la calle con paso cansino y se paraba en la esquina de la primera casa donde la esperaba un hombre.
Ambos de pie, uno frente al otro, empezaban a degustar las uvas, una a una...
-Genara...
Su vecina de habitación, sonriente, la atrajo de nuevo a la realidad de la residencia y juntas salieron hacia el comedor.
El bullicio de platos, sillas , personas en movimiento, soperas humeantes...las atrajeron a la vida.
Sus compañeros de mesa eran muy poco habladores. Comían como si hiciera años que no lo hubieran hecho, abrazaban el plato con miedo a que se lo quitasen y miraban de reojo a los demás con desconfianza. Fermín hablaba sin ton ni son pero sólo el entendía lo que quería decir, los demás no le hacían caso.
Genara trataba de mantener la dignidad charlando del color del otoño con Pepita, que respondía a todo con una dulce sonrisa como si la entendiese.
Después de las uvas pasaban a ver la tele para, todo seguido, empezar con el rito de la manzanilla y las pastillas de la noche, desapareciendo después en el silencio de sus dormitorios.
Genara ya se había olvidado de la pareja de la esquina cuando llegó a su habitación pero los recordó enseguida al verlos de nuevo desde la ventana, al bajar la persiana. Allí estaban, en la misma posición en que los había dejado al ir a cenar: uno frente al otro, casi firmes, inmóviles. Ya no había racimo de uvas. La mujer hablaba y gesticulaba con manos y cabeza. El hombre escuchaba sin hacer nada.
Genara dormía poco y mal. Dejaba la persiana a medio bajar para levantarse al baño sin miedo a no encontrar la luz. Las farolas de la calle la acompañaban en sus desvelos. Cada vez que lo hacía miraba a la esquina a ver si seguía allí la pareja y allí estaban. No hacían nada, no modificaban su posición , sólo hablaban. Así, hasta el amanecer en que desaparecieron con la luz del día .
El siguiente atardecer fue igual: la misma mujer entró a recoger un racimo y volvió a la esquina a encontrarse con el mismo hombre. Volvieron a comer las uvas y pasaron la noche en la misma posición, hablando hasta el amanecer.
A partir de ese día Genara miraba más para la esquina que para el viñedo. Esperaba intrigada la presencia de la pareja que puntualmente acudía a su cita nocturna, hiciese buena temperatura, frío, rocío o lluvia ...Genara se preguntaba por qué no se abrazaban cuando helaba. Por qué estaban de pie si muy cerca había un banco y...¿ No tendrían ganas de ir al baño?...
Después de varias noches consecutivas de ver unicamente a la pareja descubrió a un joven asomado a la ventana del bajo. Era un mirón. Casi a la misma altura que ellos. La pareja ni se inmutaba, seguía allí toda la noche, a lo suyo, sin tan si quiera mirarle.
La intriga de Genera iba en aumento. Pasaba las noches acechando tras la ventana, con la luz apagada. Imaginando la conversación que podían estar teniendo. Metiéndose en la piel del joven que, como si de la tele se tratase, les miraba. Ideaba historias de amores prohibidos. De padres dictadores que negaban a su hija la libertad. De secretos inconfesables. De enfermedades mentales escondidas. De vampiros experimentando nuevos sabores. De ángeles de la guarda disfrutando de su descanso... Según pasaban los días la fantasía de Genera se disparaba.
Necesitaba contarle a alguien su descubrimiento pero no se atrevía. Si pudiese salir le preguntaría al mirón del bajo. El tenía que saber la verdadera historia, pero...no la dejaban salir.
-¡Pepita!! Si, traería a Pepita a su habitación y juntas los verían desde su ventana.
Esa noche en la cena Genara le confió a Pepita su secreto, que, dulce y sonriente le dijo a todo que si. Juntas, con la luz apagada, miraron a la esquina mientras Genara relataba todo lo que había visto y especulado hasta el momento. Pepita asentía mirando a su vecina con la misma dulzura de siempre.
El viñedo llegaba al final de su producción. Ya no se veía a nadie recogiendo racimos . Los últimos que les pusieron de postre fue al mediodía. En la cena la fruta dio paso a unas muy aplaudidas natillas, con galleta Maria como les gustaban. Todos celebraron el cambio hablando por los codos. No se alababan las natillas pero las cuidadoras sabían que estas eran el motivo del revuelo.
El tiempo que pasaron frente a la tele les fue tranquilizando y como cada día subieron a sus dormitorios dispuestos a entrar en otra realidad. Genara se cogió del brazo de Pepita y la condujo a su habitación, dispuesta a seguir observando y fantaseando con sus visitantes misteriosos, pero la pareja no apareció. Esperaron un rato a pesar de ser ya noche cerrada, por si se habían retrasado, pero no. No volvieron. Se fueron, igual que las uvas.
Genara dirigió de nuevo su mirada al viñedo desde la ventana de su ventana. Las hojas secas poco a poco caían dejando desprotegidas las cepas. El viñedo perdía colorido y vida, pero... Genara sabía que enseguida volvería la primavera, el verano, las hojas, las uvas, el color, el otoño...y soñaba ilusionada que también llegase con ellos la pareja de la esquina.
Pero una mañana, en el desayuno, la mujer que compartía esquina y uvas semanas atrás se hizo presente en el comedor. Llevaba varios racimos de uvas a modo de tocado y un cesto apoyado en la cadera del que sacaba racimos para cada mesa.
Genara se levantó y se acercó a la mujer
-Hola, no se qué haces aquí pero te conozco de la esquina de la calle
-...
-Si, al atardecer, donde hablabas ¿con tu novio?
-...
-Pepita, díselo, tu también los viste en la esquina.
-Si. Dijo Pepita sonriendo como siempre.
Una de las cuidadoras se acercó a Genara y la condujo a pesar de su resistencia hasta la mesa. Genara insistía en hablar con aquella mujer, quería saber por qué noche tras noche estaba allí con aquel hombre.
Genara continuó con el desayuno sin quitarle ojo a la mujer, deseando que pasase en algún momento por su mesa para poder hablar con ella. Terminó el desayuno y la mujer desapareció por la cocina sin que Genara pudiera abordarla.
Como cada lunes Genara encaminó sus pasos con la cuidadora a la enfermería para hablar con el médico. Iba molesta y hablando sola, más alto de lo que solía hablar. La cuidadora que la acompañaba cuchicheó algo al médico cuando entraron en la consulta.
-Buenos días Genara - Saludó sonriente el doctor- ¿Cómo se encuentra?
-Enfadada
- ¿Y eso?
- Quería hablar con una mujer que estaba en el comedor y no me dejaron
-¿Quien era?
-Eso era lo que quería saber, doctor. No lo sé
-¿Y de qué la conocía?
- De verla en la esquina con un hombre, durante muchas noches, comiendo uvas.
- Ya... vamos a subirle la dosis -dijo a la cuidadora -Media pastilla también en la cena.
Y bajando la voz le dice:
- Que no esté sola en ningún momento. En su estado las alucinaciones pueden ir a más.
-Bueno Genara, está estupenda. La próxima semana volvemos a vernos ¿eh?

Genara desde entonces tuvo que integrarse en los juegos de después de comer y abandonó su habitación , su viñedo.
Ya no volvió a ver el cambio de color de las hojas... ni el pulular de las personas entre las viñas... ni acercarse día a día el otoño... ... ni las charlas de la pareja de la esquina.







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